Felicidad y comunidad: Escritores del siglo XIX y XX

“La felicidad es interior y no exterior, por lo tanto, no depende de lo que tenemos sino de lo que somos” Pablo Neruda.

Alfredo César Dachary.

Al final del siglo XIX hubo muchos escritores que hablaron sobre el futuro, la gran mayoría eran optimistas y esperaban grandes cosas del nuevo siglo XX, al extremo que se planteaban metas imposibles de alcanzar, pero la esperanza era lo que no se podía perder.

De ellos destaca uno de los grandes viajeros y futurólogos del mundo de fines del XIX, Julio Verne (1828-1905) un francés muy culto que había aprendido a viajar en medio de un puente construido entre su imaginación y sus lecturas, una asombraba a la otra y viceversa.

En 1863, el editor Pierre-Jules Hetzel devolvió a Verne un texto, que nunca pudo publicar pese a que el editor fue su gran amigo y en muchos casos consejero, por lo que el inédito trabajo comienza dormir un sueño de más de un siglo, inicialmente en sus papeles y 1905, cuando Verne muere, su hijo Michel se topa con el inédito y no será hasta 1979 cuando el bisnieto, obligado por otra sucesión hereditaria, se decida a abrir el cofre, a fin de poder recuperar el trabajo inédito con la idea de acercárselo a un editor.

En esta novela leída en la década de los 70 del siglo XX, había aún predicciones de cambios que no se habían dado y otros si, como era el fax definido pantélégraphe y la silla eléctrica. La acción de la novela es el siglo XX y transcurre en 1963, siendo el protagonista un joven poeta, alucinado ante una sociedad en la que la literatura carece de importancia, en la que «el latín y el griego no sólo son lenguas muertas, sino que además se las ha enterrado; para guardar las apariencias existen aún algunas clases de letras».

En ese París moderno, el metro es aéreo, la luz eléctrica alumbra todas las casas, las calles están repletas de coches, el francés es un idioma en retroceso porque «ha adoptado del inglés las palabras más desagradables», el teatro y los espectáculos carecen de calidad porque son «conformistas» y las relaciones humanas están dominadas por los intereses económicos y la democracia está secuestrada por el dinero y la tecnología.

Lo que más llama la atención de sus premoniciones que son fantásticas, son temas que no existían en su época como la telegrafía eléctrica (Internet) ha hecho disminuir de manera considerable el número de cartas, ya que los nuevos perfeccionamientos permiten al expedidor entrar en contacto directo con el destinatario.

El secreto de la correspondencia queda a salvo y así los asuntos de la mayor importancia se tratan a distancia.

La genialidad de Julio Verne para ver el futuro es excepcional, y más porque pese a las grandes transformaciones aún tiene algo de esperanza en que estos cambios ayuden a mejorar la calidad de vida y la sociedad.

Esto es posible porque Verne era un escritor que tenía esperanzas en el futuro, algo muy diferente a los nuevos escritores del siglo XX que tienen una visión negativa comenzando con el clásico de George Orwel “1984” y que antecede a todos incluso a la publicación del libro de Verne ya que fue editado en 1932.

Hoy estamos en un mundo muy diferente, donde la novela negra parece ser un cuento costumbrista y los escritos del futuro, cada uno plantea una forma del fin del mundo, una causa y sus consecuencias.

Esta crisis que se expresa en todas las definiciones y trabajos sobre el futuro, están expresando algo muy profundo en el interior de los sujetos y las sociedades donde están viviendo, no son felices porque no pueden o porque han perdido toda esperanza de lograrlo en un mundo donde el éxito es la media exterior de la felicidad, aunque ésta es transitoria o simulada.

No necesitaba leer a Julio Verne, ya que con escuchar a mi abuela y tías abuelas comprendí que vivía en un mundo diferente al que pasó, al que queremos olvidar por ser más rústico, más natural, pero no cabe duda más feliz.

Dramático el siglo XX cuando pese a todas estas ventajas la población debe abandonar las comunidades rurales e ir a la ciudad a buscar nuevas oportunidades y en la mayoría de los casos, el éxito no llega.

En México hay aún una opción mayor buscar la “felicidad que algunos piensan que es el denominado sueño americano”, allí se logran cosas, pero no es su tierra, y siempre está el peso de la nostalgia sobre las potencialidades que daría un cambio.

Las personas que viven en comunidad son más felices, y ello lo han confirmado diferentes estudios que han descubierto que la soledad es buena, está bien, para momentos, pero las personas que pueden compartir su vida entre una comunidad, y sentir lo que se siente al pertenecer a un grupo son, con diferencias, mucho más felices.

En compañía los miedos, las penas y las lágrimas son más llevaderas, pesan menos, duran menos, se encuentran más fáciles las soluciones, se alivianan los dolores, se limpian las lágrimas con cariño; un abrazo puede ser el mejor ansiolítico, el mejor anestésico, una buena conversación o un buen consejo.

El grupo apoya y se hace familia para ayudar al que lo necesita cuando lo necesita porque eso precisamente es lo que lo convierte en grupo, en comunidad, en familia.

Pero la vida de hoy no favorece especialmente la comunidad, más bien el individualismo, la distancia, la autonomía llevada al extremo, de modo que, si necesitas formar parte de una comunidad, la debes buscar para poder integrarte.

El pueblo de Frome, en Somerset, Inglaterra, ha visto una gran reducción de los ingresos hospitalarios de urgencia desde el inicio un proyecto colectivo para combatir el aislamiento y sus resultados aún incipientes podría ser uno de los más grandes avances médicos en las últimas décadas.

Esta experiencia no es la consecuencia de un nuevo remedio, sino que es una intervención novedosa llamada comunidad. Es un proyecto incipiente que recién lleva cinco años, pero hay resultados iniciales que son interesantes.

Lo que parecen mostrar los datos provisionales es que cuando las personas aisladas socialmente y con problemas de salud reciben apoyo de grupos comunitarios y voluntariado, el número de ingresos hospitalarios de urgencia disminuye espectacularmente.

Mientras que en todo Somerset las admisiones de urgencia aumentaron un 29% durante los tres años del estudio, en Frome disminuyeron un 17%. Julian Abel, un médico asesor en cuidados paliativos y autor principal del borrador, comenta: “Ninguna otra intervención registrada ha reducido las admisiones de emergencia en una población”.

El pueblo de Frome es un lugar extraordinario, dirigido por un Ayuntamiento independiente famoso por su innovación democrática, con experiencia de sociabilidad, un sentido de propósito común y un ambiente creativo y emocionante que hacen que sea diferente de muchas ciudades inglesas.

El proyecto “Compassionate Frome” fue lanzado en 2013 por Helen Kingston, una organización surgida allí, y con la ayuda del grupo NHS -Health Connections Mendip- y el Consejo municipal, se realizó una lista de entidades y colectivos en la comunidad.

Esto reveló dónde estaban los espacios vacíos, que luego llenaron con nuevos grupos para personas con condiciones particulares.

Contrataron “enlaces de salud” para ayudar a las personas a planificar su atención, y lo más interesante “enlaces comunitarios” como voluntariado y formados para ayudar a los pacientes a encontrar el apoyo que necesitaban.

Según el estudio esto a veces significaba gestionar deudas o problemas de vivienda, a veces vincularse a coros, asociaciones gastronómicas, grupos deportivos, talleres de escritura o clubs de fabricación y reparación.

El objetivo era romper un ciclo de miseria ya conocido: la enfermedad reduce la capacidad de socialización de las personas, lo que a su vez conduce al aislamiento y la soledad, lo que a su vez agrava la enfermedad.

Este ciclo ha sido explicado por la ciencia y resumido en un artículo en la revista Neuropsychopharmacology.

Los productos químicos llamados citoquinas, funcionan como mensajeros en el sistema inmune y causan inflamación, además de cambiar nuestro comportamiento, motivándonos a una retirada del contacto social general.

Esto, argumenta el artículo, se debe a que la enfermedad, durante los tiempos más peligrosos en que evolucionó nuestra especie, nos hizo vulnerables al ataque.

Ahora se cree que la inflamación contribuye a la depresión. Las personas que están deprimidas tienden a tener niveles más altos de citoquinas.

Al separarnos de la sociedad como un todo, la inflamación también nos hace acercarnos más a quienes amamos. Lo cual está bien, a menos que, como demasiada gente en esta era de soledad, no tenga a nadie.

A su vez, continúa el texto, las personas sin fuertes conexiones sociales o que sufren de estrés social (por el rechazo o la ruptura de relaciones) son más propensas a la inflamación.

Durante la evolución, el aislamiento social nos expuso a un mayor riesgo de depredación y enfermedad. Por tanto, el sistema inmune ha evolucionado para escuchar el contexto social, aumentando la inflamación cuando nos aislamos, con la esperanza de protegernos contra heridas y enfermedades.

En otras palabras, el aislamiento causa inflamación y la inflamación puede causar mayor aislamiento y depresión.

Así, la evidencia científica sugiere con bastante seguridad que las relaciones sociales deben estar en la prescripción médica, como lo está en Frome.

Pero aquí y en otros países, los servicios de salud actúan lentamente para aplicar estos descubrimientos. En Reino Unido existe un Ministerio para la soledad, y el aislamiento social es oficialmente una “prioridad de salud”.

Pero la reducción presupuestaria y un clima de despidos y temor demuestran que se ha hecho muy poco.

►La comunidad y la felicidad

De la época de Julio Verne a hoy, las diferencias son de más de un siglo y medio, ya que las transformaciones han sido muy profundas, pero los cambios en la sociedad lo son en sus miembros, por eso esta propuesta comunitaria aporta a una ciencia muy consolidada como la media desde un ángulo que quizás las nuevas situaciones nos han hecho olvidar: la comunidad y la felicidad.

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