Naciones Unidas: entre la utopía y la esperanza.

Alfredo César Dachary.

 

Al concluir la segunda guerra mundial se creó un nuevo organismo mundial, luego del fracaso de la Sociedad de las Naciones, dos guerras mundiales y un mundo dividido entre dos modelos de desarrollo, que se enfrentan militarmente en una serie de guerras regionales hasta la caída de uno, la URSS en los 90´s.

Las Naciones Unidas, a más de medio siglo de existencia, han perdido una gran parte de su credibilidad, ya que el mundo ha seguido en guerras regionales y asolado por grandes desastres que éstas generan, como lo es hoy la crisis humanitaria que se da en Europa frente a la migración masiva de población siria afectada por una guerra inicialmente interna y hoy internacional, con el respaldo de la mayoría de los países más desarrollados, aunque con nuevos actores, el dinero de las dinastías ultraconservadores del golfo y Arabia Saudita.

Éste es solo un punto de los tantos que siguen vigentes y cuya resolución en papel se logrará, pero en la práctica no funciona, como es el caso de Haití, un país ocupado por la ONU, cuyas elecciones no tienen la mínima credibilidad y ello prolonga la presencia internacional en el país más pobre de América.

Al comenzar el siglo XXI, las Naciones Unidas logran un acuerdo sobre lo que se  denominan los Objetivos de Desarrollo del Milenio, que eran ocho, desde erradicar la pobreza extrema y el hambre, lograr enseñanza primaria universal, promover la igualdad entre los sexos y el empoderamiento de la mujer y reducir la mortalidad de los niños.

A estos cuatro objetivos se les suman cuatro más que son: mejorar la salud materna, combatir el SIDA y otras enfermedades, garantizar la sostenibilidad del medio ambiente y fomentar una alianza mundial para el desarrollo, un total de grandes metas todas fundamentales, pero en 15 años, la realidad en vez de mejorar ha cambiado.

Parece que los acuerdos que se obtienen en el papel son imposibles de aterrizar en la realidad, por más que la gran burocracia de la ONU intente mostrar grandes avances, lo real es que los últimos cinco años de conflictos desde la primavera árabe, al entroncamiento de una dictadura militar en Egipto y la profundización del conflicto del Medio Oriente, concluyendo con la migración que está cambiando el mapa demográfico de una importante área del mundo, más allá de la destrucción de la cultura bajo el amparo hipócrita de la crítica de “lejos”.

Hoy la esperanza se renueva, la utopía revivió y una vez más la ONU plantea una nueva serie de retos, como que los que pasaron “ya fueron cumplidos”, algo no solo imposible, sino que la cotidianidad de las noticias nos lo confirma como metas de difícil alcance.

La nueva propuesta se denomina los Objetivos de Desarrollo Sostenible, como se conoce a esta ambiciosa declaración de intenciones y está compuesta por 17 objetivos y 169 metas a cumplir en el año 2030 e incluye retos tan codiciados como erradicar la pobreza extrema, poner fin al hambre mundial, acabar con las epidemias de SIDA y otras enfermedades, terminar con el maltrato, la explotación, la trata y la tortura, lograr el acceso universal al agua potable o reducir la contaminación marina de todo tipo.

En estos 17 objetivos destaca el hecho de que siete están referidos al medioambiente y ninguno a los derechos humanos, que en realidad son dos caras de una misma moneda, porque el derecho al medioambiente es un derecho humano fundamental, como sostuvo el Papa Francisco en su discurso en la ONU.

Extraño “olvido”, en un mundo donde los graves problemas son los derechos humanos básicos, desde el derecho a residir en paz, a tener una casa, a la alimentación, a la salud y a no ser expulsados por guerras, rechazados por las falsas democracias, una vez más muestra su rostro real, como el que ejercieron cuando eran colonizadores.

Todo esto implica la falta de libertad, el derecho humano fundamental, que es el menos respetado hoy a consecuencia de guerras, migraciones forzadas, expulsiones con violencia, y todo lo que lleva atrás esta degradación del ser humano, desde la pérdida de su dignificada a su tráfico como mercancía.

El antecedente de esta agenda son los famosos de Objetivos de Desarrollo del Milenio, redactada en el 2000 y que acaba de cumplir su ciclo vital, se ha cerrado con un balance que en los números de las estadísticas oficiales son una realidad, pero en la profunda crisis de la sociedad actual y de los grandes territorios que viven en la pobreza es otra.

Así se destaca que el número de personas que vive en la pobreza extrema, o sea, con menos de 1,25 dólares al día, se ha reducido en más de la mitad, de 1,900 millones a 836 millones entre 1990 y 2015; pero no explica a qué nivel ascendieron ¿a que reciben dos dólares al día o tres?, ¿se solucionó algo o se prorrogó la agonía?

Otra meta del Milenio era la alimentación y se habla de que el porcentaje de subalimentados en los países en desarrollo cayó del 23,3% al 12,9% en los últimos quince años, aunque queda patente la enorme brecha alimentaria entre los países desarrollados y nos que no. De los 795 millones de personas hambrientas que aún hay en el mundo, la inmensa mayoría, 780 millones, se concentra en los países en desarrollo. Aunque América Latina y Asia han experimentado grandes progresos, África central y Asia occidental han visto incluso crecer su proporción de desnutridos.

Estas batallas por lograr un derecho básico de los hombres y mujeres del mundo no concuerda con la afirmación del autor del libro ‘Despilfarro’, Tristram Stuart, que denuncia el despilfarro alimentario que se produce en el mundo es muy grande, y da como ejemplo el caso de las 40 millones de toneladas de alimentos despilfarrados en Estados Unidos cada año que podrían alimentar a los 1,000 millones de personas que se van a la cama con hambre cada día.

El caso europeo es también importante, ya que en España se desperdicia una media de 163 kilos por persona, lo que suma 7,7 millones de toneladas al año, y en términos absolutos es el sexto país que más comida tira después de Alemania (10,3), Holanda (9,4), Francia (9,0), Polonia (8,9) e Italia (8,7) millones de toneladas al año y ¿hoy no pueden darle una plato de comida a los inmigrantes sirios?  Toda la cadena alimentaria es responsable de este derroche, desde la producción hasta la mesa, aunque son los particulares los que más desperdician, ya que representan un 42% del total.

El Secretario General de la ONU, Ban Ki-Moon en su prólogo al informe sobre los Objetivos del Milenio sostenía, entre otras afirmaciones, “…estoy profundamente consciente de que las desigualdades persisten y que el progreso ha sido desigual, y la pobreza continúa concentrada predominantemente en algunas partes del mundo por lo que para lograr mayores progresos necesitaremos una voluntad política inquebrantable y un esfuerzo colectivo a largo plazo…”.

De los 326,000 millones de dólares que los países más desarrollados se comprometieron a aportar en 2014 para la asistencia al desarrollo, se consiguió recaudar menos de la mitad, 135,000 millones.

Pero la otra cara de la moneda es que el gasto militar en el mundo fue de 1,8 billones de dólares, o sea, 1,662 billones de euros, inversión encabezada por Estados Unidos con 610,000 millones de dólares y luego viene China con un gasto de 200,000 millones de dólares, Rusia con 84,500 millones de dólares y Arabia Saudita, con más de 80,000 millones de euros.

Frente a este gasto para destrucción sólo cinco países con mayor índice de desarrollo humano como son Dinamarca, Luxemburgo, Noruega, Reino Unido y Suecia cumplieron aportando el 0,7% de su ingreso nacional neto, pero de la media, el total aportado por los países de la OCDE ha estado entre el 0,2% y el 0,3% de su INB.
La nueva agenda planteada por la ONU no tiene fuerza para su aplicación, al igual de lo que fue el largo calvario del Protocolo de Kioto para controlar y reducir las emisiones a fin de prevenir el cambio climático, lo cual demuestra que la ONU ya es un organismo cuya influencia se reduce cada día más, en la medida en que los países buscan reposicionarse en la nueva realidad global, al costo que esto deba pagarse, como se ha visto en las guerras controladas, abastecidas y promovidas por éstos, a fin de construir un nuevo mapa del mundo.

Las buenas intenciones y las utopías no son tiempos útiles en la actualidad donde los problemas del planeta son mayores que la ambición de los países, por lo que hace falta un nuevo acuerdo global, pero con fuerza para imponerlo, porque la historia se vuelve a repetir, primero las Sociedad de las Naciones cuyos fracasos terminaron en la segunda guerra mundial y hoy la ONU, enfrentada a la impotencia de no poder frenar una lucha por la hegemonía y un control cada vez mayor de los mercados: ¿ será la antesala de un tercer gran conflicto?

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