Dr. Alfredo A. César Dachary

Hoy vivimos, como en otras épocas de la historia del hombre, un período de grandes transformaciones que abarcan todos los ámbitos de la sociedad, desde la tecnología a la producción y desde el consumo a la satisfacción y todo ello en un nuevo esquema profundamente asimétrico, violento e inestable.

¿A qué nos referimos cuando hablamos de cambio?, no cabe duda que a todo, ya que éstos no son de una parte de las actividades del hombre sino de todas sus dimensiones, ya que las transformaciones del modelo son un salto adelante, que deja el pasado sólo para la nostalgia y el futuro como un reto para los que se puedan adecuar a éstos.

Para ello hemos recurrido a los últimos ensayos que nos hablan sobre el tema con común denominador que es el fin de las clases medias, ese sector que dominó una parte del escenario del siglo XX, pero que no pudo sobrevivir a lo que pretendía el ascenso sin límites, “el progreso”. La clase que creía en el futuro y esperaba que sus hijos vivirían mejor que ellos, lo cual hoy es casi imposible, incluido los países europeos en crisis, especialmente los tres del sur: Grecia, España y Portugal.

Luego de la emergencia del trabajo monumental de Thomas Piketty, “El capital en el siglo XXI”, saber porque se da el ocaso de la clase media permite entender una parte del auge de la nueva sociedad profundamente asimétrica, cuya tendencia se va profundizando, ya sin frenos ni cortapisas.

Los nuevos ensayos sobre este tema son varios, pero destacan especialmente tres, comenzando por el de Esteban Hernández, El fin de la clase media, publicado en 2014; el segundo es el trabajo pionero de una dupla de pensadores italianos, Massimo Gaggi y Edoardo Narduzzi, que en el 2006 editan un excelente trabajo, El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad del bajo coste, una interpretación muy clara de este fenómeno.

Y a ellos se le suma el libro “Se acabó la clase media. Como prosperar en un mundo digital”, de Tyler Cowen, que se publicó en 2014, y que muestra, entre otras verdades, las grandes asimetrías al interior de los países más “desarrollados”, como un ejemplo que la crisis del sector medio abarca todas las sociedades.

Este proceso de desmantelamiento de la estructura que soporta al sector medio se da a través de las políticas de ajustes que fundamentalmente se dan a partir del 2008, pero vienen de una década anterior y ellos plantean tres tipos de medidas: la primera es la disminución del presupuesto en educación, cultura y salud, que se complementa con el aumento de la carga impositiva y que el Estado en proceso de reducción las corona con la disminución o cancelación de los subsidios para ayuda social o a las pequeñas empresas, bases tradicionales del “progreso”.

Los tres autores, como la mayoría de los ensayistas actuales, plantean que estos sectores medios o “clases medias” responden más al orden cultural que al económico, por ello en términos estrictos no son una clase social, sino más bien un conjunto de prácticas y valores vinculados a la ética del progreso del capitalismo temprano en el siglo XX.

Así entendida, la clase media es más un instrumento teórico que permite agrupar a personas que pese a tener ingresos, ideologías y formas de vida diferentes mantienen un mismo tipo de consumo, como los bienes culturales, una buena educación y todo ello porque tienen una gran fe en el progreso, como motor económico, algo que fue válido en la segunda mitad del XIX hasta casi el fin del siglo XX.

Ante esto, la mal denominada clase media es un agente conservador que requiere de la satisfacción de una serie de determinadas demandas, que las considera derechos permanentes, ya que desconoce la dinámica de transformación del sistema que está ayudando a consolidar.

Este sector nace y se expande a partir de la concordancia de tres factores, la base es el económico, ya que ésta, la clase media, es el resultado de la industrialización, que generó un nuevo grupo de trabajadores de una cierta

calificación que podían consumir objetos que ellos producían, por ello este sector tiene un papel fundamental en el ciclo del consumo y la ampliación del mercado interior.

Pero esta situación los ratifican en su nueva posición y así empiezan a creer en la potencialidad que tenían para poder crecer como clase, aspiración que es definida como “la era de las expectativas crecientes”, la época de la gran expansión del capitalismo.

En segundo lugar está el factor político, ya que al crecer la industrialización y el auge del capitalismo industrial, este grupo de población se transformó en la malla protectora del sistema, para contener el movimiento obrero y su discurso antisistema, así se posiciona como una aliada tradicional de la clase dominante.

Esta situación y comportamiento político transformó a la “clase media” en un objeto de “deseo electoral de la clase política” y, como contrapartida, el Estado tuvo que pagar un costoso sistema de apoyo a ésta, que es lo que algunos definen como el estado del bienestar, en el caso europeo. Así el estado del bienestar le dio a la clase media el poder estar en la base de un nuevo modelo económico.

De allí deriva la tercera característica que es la institucionalidad del sistema que fue garantizada por medio de esta clase media, que en el juego democrático acompañaba al poder. Para ello, el Estado moderno recibe las garantías para la consolidación de su nueva etapa, donde la sociedad se transforma en tecnológica, cambio de era de la industrial a la postindustrial, de la sociedad de la producción a la del consumo.

Esta es una revolución radical que termina rompiendo las reglas del juego, para una clase media que pensaba que la situación debía ser estable, pero no fue así y las reglas del consumo se dispararon fuera de la zona de confort, lo que lleva a una crisis de este sector medio, que se creía “intocable” y sostén de la libertad y la democracia.

La crisis es doble, por un lado es interna como sector, ya que se empieza a desdibujar su identidad, sin poderse identificar con esa minoría rica y poderosa ni querer participar de esa mayoría limitada en el consumo, que es la base de la gran mayoría que vive en la pobreza.

La segunda crisis es exterior y está asociada a la primera, de pérdida de la identidad, ya que de allí deriva la pérdida de la representatividad, los grandes sindicatos, las grandes asociaciones de profesionales que hicieron fuerte al Estado comienzan a ver que sus organizaciones se debilitan y la nueva estructura social no les da un lugar en este proceso de reciclaje.

Las transformaciones son profundas y así el consumidor ideal está cambiando, ya que la economía material se ha hecho también inmaterial y actúa en un contexto globalizado donde la demanda es más importante que la oferta. Los servicios no percibidos como productos, como el turismo; los medios de comunicación están en el centro de la nueva sociedad donde reina el consumo, las nuevas empresas basadas en la informática superan a las obsoletas empresas de máquinas, que van camino a los museos.

La tecnología reduce los puestos de trabajo y exige nuevos profesionales muy preparados y creativos para poder operar esta nueva industrialización a base de la robótica.

La clase de los productores, con sus intereses bien identificados, se diluye cada vez más en el universo indiferenciado de los consumidores, todos tienen acceso a todo, el único límite es el dinero, y éste se relativiza en el crédito expansivo, que reproduce un modelo de “cliente cautivo de los bancos”, que controlan el consumo a través de sus tarjetas de crédito y debito, entre otros instrumentos, camino a la desaparición del dinero efectivo.

Domina un “relativismo” en el cual el mercado nunca se sabe bien que es lo que se ofrece ni quien es el consumidor ideal, en este discurso quedan afuera los valores de la clase media, ya conservadora y defensora de los valores que hoy son parte de la historia, estamos frente a un sector en obsolescencia ante la imposibilidad de adaptarse a los cambios que implican una economía dominada por la inestabilidad y la inseguridad.

La clase media estaba dominada por la idea de progreso por ello es que los principios y aspiraciones de ascenso de la clase media hoy son obsoletos, ya no se aplican en el sistema mercantil, nada es estable, la edad es un grado al revés, antes se requerían “canas” para ser jefe hoy juventud creativa para ser competitivo.

El mercado de la etapa anterior a estos profundos cambios producía para la clase media, para los pobres y para los ricos; hoy los productos son interclasistas, ya que el mercado controlado por la ley de la obsolescencia programa hacer productos de corta vida, que pronto son superados, desdeñados o rechazados por que “hay algo mejor”

Para Hernández, hoy el Estado no brinda los apoyos tradicionales de la época del estado del bienestar, debido a que las nuevas transformaciones del Estado neoliberal hacen que éste que se transforme en una empresa privada más.

El fin del trabajo estable, del Estado protector, de la seguridad social y general, son las expresiones externas de una nueva realidad, donde esa clase media que le sirvió a los grupos del poder como barrera o como referente de un modelo democrático, ya están demás; hoy el sistema ya no necesita máscaras o simulaciones, ya que el poder de éste ha dejado de ser regional para ser global.

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