La sociedad, la cultura y el turismo

“El entendimiento natural puede suplir a la cultura, pero ésta nunca puede suplir a aquél”  Arthur Schopenhauer.

Alfredo César Dachary.

 

El turismo, una actividad que día a día va ocupando gran parte del planeta y, por ende, se trasforma en uno de los motores económicos de éste, además de ser uno de los mayores generadores de empleo, no siempre tiene efectos positivos en la sociedad.

Voy a mostrar dos escenarios totalmente opuestos donde la sociedad decide qué hacer con el turismo y su respuesta es mayoritariamente consensuada por los habitantes.

Pueblos originarios que regulan y se defienden

El primer ejemplo lo tenemos en nuestra América, y se trata de los pueblos originarios que viven en el sinnúmero de islas y archipiélagos que hay en la zona del istmo de Panamá, coincidentemente una de las regiones más dinámicas del planeta por ser el canal de Panamá un nudo central del comercio mundial.

Uno de estos grupos de islas está a tres horas de la ciudad capital, Ciudad de Panamá, y se trata de San Blas, un archipiélago compuesto por 365 islas, una para cada día del año, ubicado en el Caribe panameño en una de las zonas de mayor tráfico de barcos del mundo.

Pero este archipiélago solamente tiene ocupado el diez por ciento de sus islas, o sea treinta y seis de esas islas están habitadas por el pueblo guna, los indígenas que mantienen este lugar preservado, ya que éstos viven en pequeñas chozas, llamadas por ellos bohíos, con techo de paja, piso de arena y paredes hechas de bambú.

Los turistas que desean explorar mejor la cultura de ese pueblo y dormir en las islas, pueden alojarse en esos locales ya que por solo 10 dólares es posible alquilar una tienda, y por aproximadamente 30 dólares, pasar una noche en los bohíos y dormir en hamacas.

En el archipiélago de San Blas, no hay hoteles porque los gunas no permiten a los extranjeros comprar sus tierras, porque ya saben por otras experiencias de pueblos originarios que luego viene la expulsión o la segregación de los antiguos dueños por los nuevos “amos”.

Es muy importante llevar una nevera con agua en abundancia y comida suficiente para los días de viaje, ya que solo en algunas islas hay restaurantes muy precarios para no alterar la media del lugar, pero en la gran mayoría no hay nada, así estas islas o “paraísos” están totalmente desiertas.

Pero allí no termina el control de esta comunidad ya que para entrar en la comarca Guna Yala, los indígenas cobran 5 dólares por cada persona si éstas son residentes de la región, o sea, panameños; 10 dólares por cada extranjero más 5 dólares si llegan con el automóvil, además se cobra el estacionamiento y la tasa de del puerto que son 2 dólares por persona y 4 dólares por el auto (Jeep mayoritariamente).

El barco que los transporta a una isla cobra entre 25 a 30 dólares y este valor puede variar de acuerdo con la isla escogida, ya que las menos habitadas están más alejadas de las costas.

Un almuerzo en la isla hecho por los originarios, y que es comida típica de este pueblo, lo cual es otra lección de mantener la cultura a través de la gastronomía local lleva a costar donde lo hay, que son pocos lugares, de 10 a 18 dólares, comida fresca en unos pueblos sin electricidad.

Para llegar en coche y luego tomar una balsa sólo existe una carretera que lleva a San Blas, saliendo de Panamá, otra forma “inteligente” de controlar y limitar el ingreso a lugares de alta fragilidad, y el camino dura cerca de 3 horas. Sin embargo, debido a la peligrosidad de esta ruta por el alto número de curvas de la carretera, está prohibido pasar por ellas después de las 4:30 de la tarde, pues en la noche es imposible ver todos los peligros y la falta de apoyos cercanos a la misma.

 

Como estos pueblos no han entrado en la sociedad del consumo, no hay lugares donde poder adquirir cosas que para un urbanita podrían ser básicas como un traje de baño, toalla, sandalias, gafas de sol, protector solar, jabón, shampoo, sombrero, tapete, papel higiénico y un buen libro para leer, vela y fósforo, linterna, baterías de la cámara y celular ya cargado.

Entre las cosas que también extrañará el urbano es que no hay cajeros automáticos, o algo similar, por ello es importante llevar dinero en efectivo y monedas, porque se cobra por casi todo, ya pasó la etapa “ingenua del poblador”.

Así el movimiento de la juventud kuna saca en 2007 un pronunciamiento sobre el turismo y allí afirma que:

“El turismo es un gran negocio para las agencias de viaje, las aerolíneas y los cruceros, los yates y no para la comunidad kuna en general. ¿Cuántas de estas instancias rinde algún beneficio al pueblo kuna? Aquí la defensa política de la autonomía y la identidad kuna se sobrepone con las urgencias del desarrollo económico”.

Los cruceros que se acercan y anclan frente a las islas, no hay puertos de cruceros, deben pagar, los veleros que llegan deben también pagar, todos deben pagar por disfrutar estas islas que pese a todo reciben más de 100,000 visitantes al año, y aún mantienen el control sobre todo el territorio, pese a las grandes presiones del Estado y las corporaciones que ven en las islas desiertas verdaderos paraísos para el turismo.

 

Los urbanos protestan y rechazan a la masividad turística.

El caso extremo, aunque con iguales fundamentos, el de defender su cultura, su calidad de vida y su privacidad como comunidad ha ocurrido en Barcelona, la capital catalana.

Los activistas de la plataforma vecinal “Ciudad Vella no está en venta” han demostrado que Airbnb, el portal de alquileres turísticos, ofrece en Barcelona pisos que no cuentan con licencia para desarrollar esta actividad. En este caso los ciudadanos se defienden del nuevo modelo de “economía colaborativa”, que ya no afecta solo a los hoteles y lugares regulados, sino a la ciudadanía en general, ya que ha entrado a negociar con la calidad de vida y la identidad de los barrios tradicionales, lugares que muchos turistas cegados por gran ignorancia creen que pueden insertarse y “convivir” un tiempo allí.

En este pasado mes de septiembre, los activistas pusieron punto y concretaron una acción planeada durante varias semanas, que era una trampa para poder tener pruebas de lo que ellos afirmaban que estaba pasando con seis pisos turísticos ilegales en un bloque del barrio Gótico, cuatro más en un edificio del Poblenou y otro en el Born.

Los vecinos reservaron el alojamiento y cuando accedieron a él llamaron a inspectores municipales y a los medios de comunicación para destapar la ilegalidad de esta renta sin regular de pisos turísticos, que afecta a la recaudación de impuesto y a la sociedad que no tiene derecho a mantener sus lugares de vida separado de las zonas predefinidas para el alojamiento turístico.

Esta situación nos muestra una creciente movilización ciudadana contra el turismo masivo y sus impactos negativos en la capital catalana, derivada del abuso en las rentas ilegales, algo que el gobierno del municipio había soslayado por razones políticas, ya que están cercanas elecciones y un referéndum sobre la separación de Cataluña del reino de España.

El gobierno nacionalista y progresista de Ada Colau aprobó en julio del año 2015 una moratoria hotelera, lo que generó un enfrentamiento con uno de los sectores más poderosos de la ciudad, no ha servido para evitar nuevas aperturas de establecimientos que, por varias razones, han podido esquivar la prohibición.

Esta decisión supuso un claro cambio en la dinámica de un Ayuntamiento que en los gobiernos municipales anteriores aplaudía la creciente llegada de turistas sin parar demasiada atención a los impactos negativos que sufría la población local.

El aumento de visitantes ha traído como consecuencia la desaparición del comercio de proximidad para dejar paso a establecimientos destinados a los turistas y un acelerado encarecimiento de los alquileres, especialmente marcado en aquellas zonas con más presencia de alojamientos turísticos, se repiten cada vez en más barrios de Barcelona.

El estudio sobre pisos turísticos encargado por el Ayuntamiento, que cifra en más de 15,500 el número de establecimientos de este tipo en la ciudad, el 40% de los cuales 6,275 son ilegales, lo cual coincide con que Airbnb no está presente sólo en cuatro de los 73 barrios de la ciudad y los cuatro se sitúan en el distrito de Nou Barris, que es el de menor renta.

El ejemplo más paradigmático es la Asamblea de Barrios por un Turismo Sostenible (ABTS), que agrupa a cerca de 30 organizaciones, desde asociaciones vecinales a asambleas de barrio, pasando por partidos políticos y que surge en la primavera del año pasado, se dio a conocer con un escrache en la sede de Turismo de Barcelona. Allí Daniel Pardo, uno de sus miembros, sostenía que “defendemos el decrecimiento turístico, ya que no puede seguir creciendo hasta el infinito como parece fantasear el sector turístico”.

Los límites entre las sociedades y los visitantes son líneas muy delgadas que a veces se pueden cortar y generar un conflicto ya sean estas sociedades frías, como los kunas, o muy desarrolladas como Barcelona.

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