Dr. Alfredo César Dachary

Hay diferentes tipos de paraísos en este mundo y todos tienen en común que los que aspiran a encontrarlo lo consideran un objetivo que les va a deparar momentos felices, es como si se llegara a obtener un premio.

El paraíso ha existido en todas las culturas de diferentes maneras; en occidente con el Cristianismo, ésta fue la meta del hombre hasta pasado el siglo XV, ya que era el premio a una vida piadosa del buen cristiano o del poderoso que por sus grandes limosnas o donaciones a la Iglesia obtenía un arribo seguro a este lugar tan reservado donde viviría cercano a Dios, era el tiempo del “mundo encantado”.

Este fue el imaginario colectivo nacido de la fe en los primeros quince siglos del Cristianismo, luego con la modernidad y el proceso de desplazamiento de la religión de ser eje de la vida a ser algo personal, comienza el otro mundo que se conoce con el nombre del “mundo desencantado”.

En el mundo moderno, el hombre no podía vivir sin una utopía que le sirva de meta difícil de alcanzar pero poderosa para moverlo hacia el éxito, por ello es que aparecen primero las grandes utopías como paraísos en la tierra y luego en el siglo XVIII, emergen las versiones modernas del paraíso, cuando los marineros, que venían de una sociedad totalmente represiva y limitativa, descubren las islas tropicales del océano Pacífico, entre ellas, la famosa isla de Tahití; allí nace esta nueva idea que se transformará en el futuro imaginario de la sociedad moderna: los paraísos.
Las islas tropicales con abundancia de agua, frutas, un clima agradable y sociedades frías que no vivían de la competencia, con grandes libertades para sus miembros y sin limitaciones ni castigo para las relaciones sexuales, era algo impensado para estos hombres de mar sin cultura y limitados en su universo a su pobre realidad.

Hubo mucho de fantasía en su narrativa, mucha imaginación pero también mucho asombro, eran los últimos eslabones de una sociedad estratificada y que de pronto conocían la libertad, no como discurso sino como forma de vida, de allí el alto número de marineros que desertaban, para no regresar a las penurias de los viajes y al oscurantismo de sus pueblos.

La utopía siguió creciendo y hay una larga lista de libros y crónicas de viajes que cuentan cómo eran estos “paraísos terrenales”, incluso para marineros abandonados a su suerte en una isla, como fue el famoso libro de Robinson Crusoe, obra maestra de Daniel Defoe, que se publica en 1719.

Otros consideraban estas nuevas tierras como lugares de grandes riquezas, así que el paraíso era encontrar ciudades llenas de oro, con princesas o las famosas mujeres guerreras en el corazón del Amazonas.

A muchos expedicionarios, aventureros y audaces se les hizo realidad su fantasía, como fue el Reino de la Araucanía y la Patagonia, también denominado Nueva Francia, fue un breve y fallido intento de Estado instituido en territorio mapuche por el abogado y noble francés Orélie Antoine de Tounens, con capital en la ciudad de Perquenco, o el caso de Julio Popper, el rey sin corona de Tierra del Fuego.

En el siglo XIX, para unos el de los descubrimientos y para otros el de la colonización, se siguió con el imaginario de ciudades perdidas, de islas maravillosas y de grandes avances de la humanidad, siendo Julio Verne el mejor exponente de esa literatura de “ficción”.

En este siglo, en que nace el turismo moderno como un modelo de desarrollo del capitalismo emergente, los imaginarios comienzan a fluir, y con la caída de la aristocracia y la emergencia de la burguesía, esta última aspira a vivir como lo hacía la antigua aristocracia, y los hoteles o los cruceros de esa época intentaban una “recreación” de esa forma de vida en extinción y la transformaron en la aspiración de nuevos ricos, que el capitalismo iba generando en su expansión.

En el siglo XX, el de las dos grandes guerras, el de la era atómica, la guerra fría y demás tragedias incluido el holocausto, la fantasía no muere sino que se toma como un producto a comercializar, así los imaginarios de los navegantes, de las islas tropicales, de la libertad, del sol y el buen ron, empiezan a poblar la mercadotecnia del turismo emergente y transforman a los paraísos en una meta posible de los viajeros nuevos, las clases emergentes que también querían compartir algo de la fantasía del buen vivir.

En el siglo XIX, las islas del Caribe eran consideradas lugares infectos, por las enfermedades tropicales, el clima y la falta de recursos para protegerse de éste y además la falta de vestimenta apropiada para enfrentarlos; aún no se había creado la ropa sport y el “bermudas” era la ropa que usaban los esclavos o libertos que servían en las plantaciones.

En el siglo XX, las islas paraísos, lugares aislados son “rescatados” del olvido porque cae el sistema colonial y a estas islas pobres sin infraestructura era necesario “integrarlas”, que sirvieran de algo, ya no de plantaciones porque la moderna agricultura tecnificada no requería de esa abundante mano de obra.

Los paraísos eran las antiguas plantaciones, las viejas explotaciones con una historia negra, pero el turismo blanquea todo, lo hacía mágico, lo hacía nostalgia, lo transformaba en deseo y así los paraísos pasan de lugares salvajes a controlados, lugares abandonados a recuperados, siempre una visión opuesta a la realidad.

Los paraísos son postales vivas del pasado, donde éste es reinterpretado y la esclavitud se transforma en un dulce cuento, y la muerte de miles en historia de revueltas y luchas, nunca de exterminio.

Los paraísos son un producto que sintetiza un doble pasado, primero porque se trata de recuperar el pasado como tradición, costumbres, edificaciones, la “belleza” es el pasado, lo que fue, pero se añora no como pasado sino como dicen que pasó, la historia contada por los vencedores. El segundo salto al pasado es la naturaleza, el hombre urbano con una naturaleza alterada poco tiene de natural en su entorno, por ello es “mitificada” la naturaleza.

Los dos pasados son vistos desde el presente, son vistos como una salida al presente, se transforman en imaginarios porque son visiones deseadas, porque han sido modificadas y sólo les queda la forma y no el fondo, son un paisaje retocado, es la verdad construida, es la ficción deseada, por ello es un alimento para el ciudadano que intenta huir de su realidad.

Los paraísos son refugios construidos donde se combinan los restos del pasado con estructuras del presente para generar un producto atractivo, que recuerde el pasado pero que se sienta el presente en el confort.

Hoy ya no sólo se reciclan islas, antiguas plantaciones y pueblos mineros, sino que se construyen exprofeso paraísos totalmente artificiales, sin más historia que la propia, pero que son una copia de las islas tropicales, son las seudo islas artificiales; se construyen, entre otros países, en Japón y se cubren con una gran cúpula donde se refleja un sol que no sale y se da vida a plantas que viven en el calor y que simula un rincón de la selva tropical. Estos paraísos cumplen con la función de hacer realidad la fantasía tropical en los largos y fríos inviernos.

En otros lugares tropicales se construyen islas como en Dubái, se crean archipiélagos y se los puebla de palmeras y luego de casas y se construye el ambiente y así el paraíso toma vida y las empresas que lo construyen toman dividendos.

Hay otros lugares que ocurre lo contrario, el paraíso existe, alguien lo descubre y lo vende, y el paraíso se comienza a poblar, a transformar y pasa de ser un paraíso olvidado a ser un infierno conocido, donde conviven los pobres que aportan su trabajo y los que gozan el destino, una fórmula que siempre es la causa de grandes problemas.

Los paraísos existen y cuando más hay más gente que siente necesidad de creer que deben visitarlos, deben disfrutarlos, sentirlos y con eso cobrar fuerzas para sobrevivir otros meses en la selva urbana.

Los paraísos son una nueva creencia, más terrenal aunque provenga de visiones celestiales o religiosas, son las islas de la salvación en la cual el hombre logra vivir una realidad diferente a la que normalmente le toca vivir y ello lo transforma, lo hace luchador, más competitivo, más efectivo para sus nuevos amos, la sociedad del consumo y el mercado.

Ese es el paraíso, la ficción moderna, la nueva creencia, que en lugar de tener estampitas tenía postales y que hoy son remplazadas por las fotos que aparecen en Internet; éste es el gran imaginario que alimenta al mundo del consumo, es la gran máquina que hace que el sujeto medio se agrande en el viaje y a través de Facebook se sienta el descubridor del siglo XVIII o el colonizador del siglo XIX; es la creencia que se transforma en credo y que se llama simplemente “imaginario” aunque sea muy real.

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