“Un hombre que posterga su elección, tendrá necesariamente la elección hecha para él por las circunstancias” Hunter S. Thompson.
Alfredo César Dachary.
El 2018 es un año decisivo en Latinoamérica, dado que las elecciones se dan en países con graves problemas que los podrían llevar fácilmente al estado inferior de estados fracasados.
Hay algo en común en esta nueva etapa que se inicia, no habrá candidatas y, por ende, Presidentes mujeres en Latinoamérica, parece ser que la derechización que viene está acompañada por la misoginia que nunca se fue, no hay problema, apenas son el 51% de la población de este subcontinente. Así mismo, la tasa de desempleo de las mujeres de 9.1% es 1,4 veces la de los hombres y reciben ingresos menores en todos los segmentos ocupacionales, según un estudio realizado por la OIT en el 2013.
En la última edición del informe Panorama Laboral que publica la Oficina Regional de la OIT destacó que, tras un constante aumento en los últimos años, la tasa de participación de las mujeres en la fuerza laboral llegó a 49.5% y la tasa de ocupación a 45.5%, aunque aún son inferiores a las de los hombres que tienen tasas de 71.3% y 67.3%, respectivamente.
Ésta es una de tantas asimetrías que vive esta región que aún no ha logrado una verdadera equidad de género, aunque en la primera década del siglo XXI había tres mujeres presidentas y las tres lo fueron por movimientos progresistas de diferentes agrupaciones, en Chile, Argentina y Brasil.
La primera sorpresa se dio en un país pequeño, pero con fama de tener una sociedad civil sólida y una democracia consolidada: Costa Rica, algo que hoy en día está en seria discusión y en cuyas elecciones hubo un empate técnico entre un predicador protestante y un político local.
Los resultados mostraban la verdadera cara de Costa Rica, donde los cantones con mayor pobreza votaban al predicador cuyas soluciones planteadas son más morales que reales, y los cantones con mayor cultura e ingresos votaron al otro candidato, primero y segundo con el mismo apellido Alvarado.
También entraron siete pastores a la Cámara de Diputados, consolidando un frente religioso atípico de América, esto es síntoma del descontento de los ciudadanos costarricenses con los partidos políticos, en un país que identifica la corrupción como el principal problema nacional, algo que es un común denominador en todos los países.
La profunda crisis social de Costa Rica, que la llevó de ser la capital del turismo verde a la del rojo, por el incremento de la prostitución controlada por el narcotráfico, se suma a que el país se está quedando sin dinero para pagar servicios esenciales, pudiendo caer en cesación de pagos.
En el mes de abril hay dos elecciones superpuestas y ambas definidas como extremas, primero la de Paraguay, en la cual se perfila como un choque entre el derechista Partido Colorado – que ha gobernado al país por buena parte de los últimos 70 años – y la alianza de centroizquierda integrada por el Partido Liberal y el Movimiento Guazú del ex Presidente Fernando Lugo.
Abdo Benítez, hijo del ex secretario privado del dictador, fallecido en el exilio brasilero Alfredo Stroessner, representa al Partido Colorado, con 70 años en el poder y la Gran Alianza Nacional Renovada (GANAR) lleva como cabeza de fórmula al liberal Efraín Alegre, y el movimiento que preside el ex Presidente Lugo puso de candidato a vicepresidente al periodista Leonardo Rubín, un enfrentamiento donde el continuismo Colorado sale con la ventaja del poder.
La otra elección que inicialmente se iba a realizar en diciembre del 2018, es la de Venezuela, que ahora se realizará el 22 de abril en la misma fecha que la de Paraguay, lo cual es un mal momento dado que la oposición está muy dividida después que las fuerzas gubernamentales arrasaran en las elecciones municipales boicoteadas por la oposición.
Del lado venezolano se encuentran 26,000 millones de barriles de petróleo certificados: una cantidad superior a todo el petróleo que poseen México, Colombia, Ecuador y Argentina juntos, y un motivo más que consistente para que las grandes multinacionales consideren como una estrategia a perseguir aquella de la “separación” de los estados venezolanos que, conjuntamente con el de Zulia, constituyen la llamada “medialuna”: Táchira, Mérida, Barinas y Apure.
El interés de Colombia en la creación de un “estado paralelo” de la medialuna es el de tener una salida al mar del Caribe a través del lago de Maracaibo y, por aquella vía, “una conexión comercial directa con el este de los Estados Unidos y con Europa”. Una necesidad geopolítica que explica en parte el rol de Colombia, el de gendarme de los Estados Unidos en Latinoamérica.
Balcanizar a Venezuela a través de un conflicto permanente, financiando infiltraciones de paramilitares o movimientos separatistas ha sido y es, una estrategia puesta en juego por el imperialismo desde cuando Chávez ganó las presidenciales de 1998. Ataques que se han intensificado en estos cinco años de gobierno de Maduro y que, ahora apuntan a impedir que las elecciones del 22 de abril puedan ratificarlo como presidente.
La idea de un fracaso atemoriza a Estados Unidos y podría desatar un enfrentamiento directo, que hoy no es viable porque la mayoría del ejército es Chavista, una situación atípica en la historia de Latinoamérica.
En el mes de mayo se da la primera elección en tiempos de la postguerrilla en Colombia, donde por primera vez el ELN pasa de las armas a la votación llevando como candidato a su jefe militar “Timochenko”, el cual no tiene posibilidades reales de triunfar, pero si posicionar a su movimiento en las cámaras, lo cual le daría fuerza para el futuro.
En realidad, estas elecciones son un referéndum sobre los Acuerdos de Paz, en una sociedad donde no es fácil borrar más de siete décadas de enfrentamientos entre la insurgencia y el Estado. El posicionamiento geopolítico de Colombia es un elemento que juega en su apoyo desde Estados Unidos, más con el conflicto latente con Venezuela.
En el mes de julio hay elecciones generales en México, la segunda economía de Latinoamérica y un aliado hasta hoy incondicional de Estados Unidos pese al trato vulgar y pendenciero que ha tenido el Presidente Trump con el gobierno mexicano, aduciendo que el TLC les fue desfavorable, lo cual no es así y que la migración, mayoritariamente mexicana, debilita la seguridad del país, otra mentira que es confirmada por el joven supremacista blanco que mata a 17 jóvenes en una escuela de Florida.
Las posibilidades para el partido de estado son mínimas, por no decir nulas y la oposición seudo izquierdista del PRD y el PAN en plena descomposición, darán la pelea junto a sus aliados de Movimiento Ciudadano, para derrotar el enemigo real del sistema actual, el PRI, que ha impuesto desde comienzo de los 90 un neoliberalismo al estilo de Thatcher.
De allí que el candidato de Morena tenga muchas posibilidades de ganar, que no significa asumir, ya que para el Estado esto es una situación extrema, donde la democracia queda en las formas y no en el fondo.
La última gran elección del 2018 se dará en el país más importante del subcontinente, Brasil, donde aplicó lo que se conoce como golpe judicial, el cual ya viene dándose en varios países, a fin de poder frenar las reivindicaciones del progresismo social, frente a las apetencias del neoliberalismo y su proceso global.
Pero la primera gran decisión de esos comicios tendrá lugar a inicios de año y no correrá por cuenta de los votantes brasileños, sino de la justicia local, la misma que destituyó a la ex mandataria Dilma Rousseff y ha juzgado y condenado al ex Presidente Luiz Inacio Lula da Silva, por lo que si se mantiene por la sentencia no podrá ser candidato.
El resultado de la apelación del ex Presidente Luiz Inacio Lula da Silva en contra de su condena por corrupción determinará si el hombre que por el momento encabeza todos los sondeos puede participar en los comicios o no, lo cual implicaría una regresión del golpismo hoy en el poder, situación muy difícil.
La posibilidad del regreso del Partido de los Trabajadores al poder luego de tantos señalamientos de corrupción parecería ser algo impensable. Sin embargo, pese al linchamiento judicial del cual ha sido víctima desde hace más de un año, incluso antes de la destitución de Dilma, el popular ex mandatario ha emergido como el candidato que tiene un respaldo muy amplio en la población a la que sacó de la pobreza, caso único en Brasil.
De ser posible esta salida, este hecho podría terminar facilitando la creación de coaliciones de derecha, en un panorama electoral hasta el momento caracterizado por la fragmentación.
El descontento de los brasileños es con los políticos de todas las tendencias, sin embargo, parece haber allanado el camino para la irrupción de nuevas personalidades, pero sin carisma y respaldo popular, lo cual significa un gran vacío en la política brasileña, que es la que marca el rumbo de Latinoamérica, por el peso demográfico y de riquezas que significa este país.
Las acusaciones de corrupción no solo se han dado a los militantes del PT sino que también afectan a la mayoría de los parlamentarios que apoyaron la destitución de Dilma Rousseff, y más específicamente al presidente Michel Temer, el más señalado, pero que desde el poder ha logrado negociar grandes prebendas para evitar su destitución y la cárcel.
La última elección, pero indirecta a través de delegados será la de Cuba, ya que el presidente Raúl Castro renunciará este año, pero esto afecta el fiel de la balanza latinoamericana.
Así, 2018 pasará a la historia como el año de los grandes cambios o sorpresas, dos formas de ver el destino de este subcontinente poseedor de grandes riquezas y a la vez un gran mercado mundial.
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