Alimentación: ¿otra forma de control?

Alfredo César Dachary.

 

Cada vez que se buscan estadísticas sobre el hambre en el mundo se ve que el problema sigue tan vigente como siempre en medio de una sociedad de consumo donde el despilfarro de comida, energía y demás productos es una realidad muy difícil de ocultar.

Frente al hambre mundial está una plaga que tiende a crecer cada vez más: la obesidad, principalmente en las zonas más pobres de las ciudades, ya que por oposición en los sectores medios y altos esto está considerado como algo denigrante, ya que va contra la estética aceptada de gente delgada y estilizada cada día más.

Éstas son la dos caras de un mismo problema, la pobreza que se expresa en la alimentación, un rubro que siempre ha existido en el hombre por ser parte de su vida, pero que en los últimos años ha generado una verdadera revolución, la emergencia de una gastronomía mundial cada día más sofisticada, atractiva y, por ende, un objeto de lujo, que da como ciertos consumos además de un glamour un claro estatus social, aunque sea por corto tiempo, el necesario para disfrutarlo.

Así la mal nutrición es responsable de mucho del sufrimiento de la gente en el mundo, ya que una quinta parte de la pérdida de años de vida por muerte e invalidez se debe a la desnutrición. Por ello cuando se hacen estimaciones más especulativas sobre las contribuciones de las enfermedades crónicas relacionadas con la dieta, tales como la diabetes, la obesidad y la hipertensión y los diferentes componentes de la desnutrición, algunos comentaristas ponen la mitad del sufrimiento mundial en la puerta de la mal nutrición.

La alimentación y la nutrición son derechos humanos, consagrados en varias convenciones internacionales, por lo que los gobiernos tienen el deber de asegurar que estas dimensiones del bienestar humano se vean realizadas, y por ello éste es uno de los objetivos del milenio, pero aun así sigue siendo más una declaración que una realidad.

Según el Programa Mundial de Alimentos (WPF), alrededor de 795​ millones de personas en el mundo no tienen suficientes alimentos para llevar una vida saludable y activa, esto es uno de cada nueve personas en la tierra, situación que se agrava cuando hay grandes sequías o guerras por los movimientos de población que huye de las mismas. La gran mayoría de personas que padecen hambre en el mundo viven en países en desarrollo, donde el 12.9% de la población presenta desnutrición.

En Latinoamérica el 21.4% de la población de 30 ciudades de  la región y el Caribe se ha quedado sin dinero para comprar comida, pero la cifra se eleva a 27.7% en el caso de los habitantes de la Ciudad de México, y a 29.4% para la población de Xalapa, Veracruz, lo que representa el séptimo y quinto porcentaje más alto entre las metrópolis analizadas, revela un nuevo estudio del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) sobre los principales problemas que enfrenta la población urbana en cuestión de ingresos, seguridad, empleo, inequidad, salud, servicios públicos y transporte, entre otros.

¿Qué está ocurriendo que estos problemas básicos a nivel mundial no se pueden solucionar? Para el grupo ETC, las cadenas industriales de producción de alimentos utilizan el 70% de los recursos agrícolas del planeta y entregan solo el 30% de las provisiones alimentarias globales, y en contraste, las redes campesinas proveen el 70% de los alimentos para toda la humanidad y usan únicamente el 30% de los recursos agrícolas. Así la cadena industrial desperdicia dos terceras partes de su producción de alimentos, devasta los ecosistemas, ocasiona daños a la salud y el ambiente por más de 4 billones de dólares y deja 3,400 millones de personas ya sea desnutridas u obesas.

Para Silvia Ribeiro, investigadora del ETC Grupo, sostiene que el sistema alimentario industrial, desde las semillas a los supermercados, es una máquina de enfermar a la gente y al planeta. Está vinculado a las principales enfermedades de la gente y de los animales de cría, es el mayor factor singular de cambio climático y uno de los principales causantes de factores de colapso ambiental global, como la contaminación química y la erosión de suelos, agua y biodiversidad, la disrupción de los ciclos del nitrógeno y del fósforo, vitales para la sobrevivencia de todos los seres vivos.

Según la Organización Mundial de la Salud, 68% de las causas de muerte en el mundo se deben a enfermedades no trasmisibles. Las principales enfermedades de este tipo, como cardiovasculares, hipertensión, diabetes, obesidad y cáncer de aparato digestivo y órganos asociados, están relacionadas con el consumo de comida industrial.

La producción agrícola industrial y el uso de agro tóxicos que implica (herbicidas, plaguicidas y otros biosidas) es además causa de las enfermedades más frecuentes de trabajadores rurales, sus familias y habitantes de poblaciones cercanas a zonas de siembra industrial, entre ellas: insuficiencia renal crónica, intoxicación y envenenamiento por químicos y residuos químicos en el agua, enfermedades de la piel, respiratorias y varios tipos de cáncer.

Según un informe del Panel Internacional de Expertos sobre Sistemas Alimentarios Sustentables (IPES Food) de 2016, de los 7,000 millones de habitantes del mundo, 795 millones sufren hambre, 1,900 millones son obesos y 2,000 millones sufren deficiencias nutricionales (falta de vitaminas, minerales y otros nutrientes), y aunque el informe aclara que en algunos casos las cifras se superponen, de todos modos significa que alrededor de 60% de la población del planeta tiene hambre o está mal alimentado.

La situación actual es que estamos en medio de comida que ha perdido importantes porcentajes de contenido alimentario por refinación y procesamiento, de vegetales que debido a la siembra industrial han disminuido su contenido nutricional por el efecto dilución que implica que a mayor volumen de cosecha en la misma superficie se diluyen los nutrientes ; de alimentos con cada vez más residuos de agro tóxicos y que contienen muchos otros químicos, como conservadores, saborizantes, texturizantes, colorantes y otros aditivos.

Todas esta sustancias que al igual que pasó con las llamadas grasas trans que hace algunas décadas se presentaban como saludables y ahora se sabe son altamente dañinas, se va develando poco a poco que tienen impactos negativos en la salud, y hoy es cada vez más evidente y constatable el impacto de ésta en la salud.

El mito que se ha creado de que la agricultura industrial (pool de siembra) se sustenta en los grandes volúmenes de producción por hectárea de los granos producidos industrialmente, es como decíamos un verdadero mito ya que aunque resulten de las cosechas grandes cantidades de productos, la cadena industrial de alimentos desperdicia del 33 al 40% de lo que produce.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), con sede en Roma, se desperdician 223 kilogramos de comida por persona por año, equivalentes a 1,400 millones de hectáreas de tierra, que representa la producción del 28% de la tierra agrícola del planeta, y a este desperdicio en el campo se suma el de procesamiento, empaques, transportes, venta en supermercados y, finalmente, la comida que se tira en hogares, sobre todo los hogares urbanos y del norte global, donde el consumo masivo y la obsolescencia programada de los productos, más la falta de conciencia de la gente termina llenando la basura de comida aún consumible.

Este proceso de industrialización, uniformización y quimicalización de la agricultura tiene pocas décadas y sus orígenes se remontan a la segunda parte del siglo XX con la emergencia de la llamada Revolución Verde, con el uso de semillas híbridas, fertilizantes sintéticos, agro tóxicos y maquinaria, que promovió la Fundación Rockefeller de Estados Unidos, empezando con la hibridación del maíz en México y el arroz en Filipinas, a través de los centros que luego serían el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT) y el Instituto Internacional de Investigación en Arroz (IRRI). Esta experiencia generó un nuevo paradigma que ha logrado su máxima expresión en los transgénicos, hoy una amenaza para la alimentación, la agricultura y el equilibrio de los ecosistemas.

Detrás del cambio tecnológico, que fue la herramienta clave para que se pasara de campos parcelados y diversos, basados fundamentalmente en trabajo campesino y familiar, está la investigación agronómica pública y sin patentes, empresas pequeñas, medianas y nacionales, y un inmenso mercado industrial mundial que desde 2009 se ha transformado en el mayor mercado global, el cual está dominado por empresas trasnacionales que devastan suelos y ríos, contaminan las semillas y transportan comida por todo el planeta, a áreas de frío (bodegas de frío) para que continúe la oferta fuera de estación, para lo cual químicos y combustibles fósiles son imprescindibles, y con ello se ayuda a profundizar el cambio climático.

Pero esta agresión no es solamente por el control de mercados e imposición de tecnologías, lo cual va contra la salud de la gente y afecta de manera irreversible a la naturaleza, sino que se orienta a toda la diversidad y acentos locales, los cuales molestan para la industrialización, por lo que también es un ataque continuo al ser y hacer colectivo y comunitario, a las identidades que entrañan las semillas y comidas locales y diversas, al acto profundamente enraizado en la historia de la humanidad de qué y cómo comer.

La tragedia de todo esto es que pese a ello, siguen siendo los campesinos, pastores y pescadores artesanales, huertas urbanas, las que alimentan a una gran mayoría de la población mundial, por ello defenderlos y afirmar la diversidad, producción y alimentación local campesina y agroecológica es también defender la salud y la vida de todos y todo.

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