«La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer» Bertolt Brecht.
Alfredo César Dachary.
En el número de este mes de junio de la revista del Fondo Monetario Internacional aparece un artículo denominado “Neoliberalismo: ¿Promocionado en exceso?, firmado por tres economistas del departamento de investigación del FMI, donde se señala críticamente, el desmedido celo por la reducción de los déficit fiscales a toda costa, la desregulación financiera impulsada y la poca atención prestada al acuciante problema de la desigualdad de ingresos.
En concreto, en el caso de la consolidación fiscal, apunta el documento, los costes a corto plazo de una menor producción y bienestar así como el mayor desempleo han sido minimizados y la conveniencia de los países con amplio espacio fiscal de simplemente vivir con alta deuda y permitir que las obligaciones declinen orgánicamente. Los recortes del gasto y el aumento de la recaudación fiscal, políticas popularizadas bajo el término de austeridad, han sido elementos clave defendidos por el Fondo como parte de sus recetas económicas, y han marcado el diseño de los recientes programas de rescate a Portugal o Grecia, así como anteriores en Indonesia o Argentina.
¿Frente a qué estamos parados, para que uno de los dos grandes gestores de la actual situación mundial comience a reconocer errores en la estrategia planteada y con ello trate de frenar la radicalización creciente de la ortodoxia neoliberal?
Por el otro extremo de la misma mancuerna, Robert Zoellick, presidente del Banco Mundial, afirma que la crisis económica amenaza con transformarse en una crisis humana en muchos países en desarrollo, a menos que puedan tomar medidas enfocadas a la protección de las poblaciones más vulnerables.
Pero en el mes de las sorpresas, el informe anual del bufete financiero Boston Consulting Group (BCG), desde el corazón del poder financiero, nos ratifica lo que siempre se ha sostenido y es que los millonarios representan solamente uno por ciento de la población mundial, pero se reparten cerca de la mitad de la riqueza privada global. En total, 18.5 millones de familias afortunadas detentan 47 por ciento de la riqueza acumulada en ingresos en el mundo, detalla el informe publicado en estos días de junio, y ese porcentaje equivale a 78.8 billones de dólares, superando el producto interno bruto (PIB) mundial.
¿Dónde están viviendo estos privilegiados? Estados Unidos alberga por lejos el mayor batallón de hogares multimillonarios 8 millones de familias, seguido por China 2 millones, siguiendo la lógica de los poderes mundiales, sin embargo, son Liechtenstein y Suiza los países que en proporción a su población, les siguen, ambos coincidentemente grandes paraísos fiscales y de cuentas numeradas.
El proceso de acumulación expresado en la extrema concentración de riqueza es particularmente marcada en América del Norte, donde 63% de 60.4 billones de dólares acumulados en fortunas privadas pertenece a los millonarios, y llegaría a alcanzar 69% en 2020, según el Boston Consulting Group.
En el mismo informe se apunta que la riqueza acumulada en inversiones offshore repartidas en el mundo, aumentó 3% en un año, alcanzando casi 10 billones de dólares actualmente. Y como es de dominio público, Suiza sigue siendo el destino offshore privilegiado de las grandes fortunas, seguido por Singapur y Gran Bretaña, con la City, un estado financiero dentro de la ciudad de Londres con regulaciones y policía propia, tres islas en el canal de la mancha y una serie más en el Caribe.
Los hoy famosos papeles de Panamá sacaron a la luz la utilización a gran escala de los paraísos fiscales para escapar al fisco, llevando a la comunidad internacional a anunciar un nuevo plan de lucha contra esas prácticas, y demostraron que toda las medidas antes tomadas fueron un fracaso, frente a este fenómeno moderno, que vaya coincidencia fue inspirado por los ingleses y que no son todos los que están, porque hacen falta ciertos estados de Estados Unidos que tiene una política similar y otros países como los Emiratos Árabes, que también lo son, al igual que los tradicionalmente enunciados.
Cuando le preguntaron a Roberto Saviano ¿cuál es el lugar más corrupto del mundo? era posible que dijera Afganistán, o tal vez Grecia, o Nigeria, o el sur de Italia, pero la respuesta fue diferente y ese país es el Reino Unido, corrupto no por la burocracia, ni por la policía, ni por la política, aunque esto último, luego de los papeles de Panamá que salpicó a la familia del primer ministro y otros ministros está en duda; pero lo que lo hace muy corrupto es el capital financiero, y un ejemplo basta, el 90% del capital que circula en Londres tiene sus oficinas centrales offshore. Jersey y las Caimán son las puertas de acceso al capital criminal en Europa y el Reino Unido es el país que lo permite.
Por ello hay un peligro si Gran Bretaña vota por marcharse, eso dejaría al Reino Unido aún más expuesto a la delincuencia organizada y permitir que las sociedades de Qatar, los carteles mexicanos y la mafia rusa aún ganen más potencia y el HSBC ha pagado 2,000 millones de libras esterlinas en multas al gobierno de Estados Unidos, ya que confesó que había lavado dinero proveniente de los carteles y las empresas iraníes.
Hoy hay dos modelos básicos para hablar de las funciones de los bancos en una economía moderna, el primero es el de intermediación de fondos prexistentes una larga tradición en la historia de la teoría económica, pero hoy es una fantasía que nada tiene que ver con la realidad. El segundo es el de creación monetaria, la cual sorprende por sus implicaciones.
En el 2015, Zoltan Jakab y Michael Kumhof, economistas del Fondo Monetario Internacional y del Banco de Inglaterra, respectivamente, publicaron un estudio en el que destruyen esa anacrónica e inconsistente visión sobre el papel de los bancos en una economía monetaria capitalista, resultados que son sintetizados en cuatro grandes conclusiones.
La primera es que en el mundo real los bancos proveen financiamiento mediante la creación de dinero. Los bancos ofrecen préstamos, pero no necesitan tener en sus bóvedas los fondos necesarios para otorgar crédito. La causalidad se invierte: los préstamos hacen a los depósitos, no a la inversa.
La segunda es que la rentabilidad de los bancos proviene de la cantidad de crédito que pueden generar, y así la actividad de creación monetaria de los bancos se incrementa cuando la economía está en la fase ascendente de un ciclo: las expectativas sobre el crecimiento y las oportunidades de negocios son buenas y el banco participa gustoso del entusiasmo, porque cada nuevo deudor aumenta su rentabilidad.
La tercera es que se necesita que el dinero creado por los bancos tenga amplia aceptación entre el público, para ello los bancos aceptan los medios de pago creados por ellos mismos desde cheques, tarjetas de débito, etc. Y el banco central tiene el compromiso de poner a disposición del sector bancario las reservas que éste demanda. Las reservas no son la causa de los préstamos, sino su consecuencia.
La cuarta conclusión es automática, porque el nuevo crédito sirve para promover inversiones y consumo y eso genera ingresos y ahorro. Es decir, el ahorro es una consecuencia del crédito, no su causa.
Esta perspectiva analítica permite explicar con mayor claridad la dominación del sector financiero en el mundo económico, y la naturaleza de las crisis y de la fase deflacionaria, por la que atraviesan las principales economías del mundo, y la carencia de nuevos instrumentos más audaces y con menos costo social, para enfrentar estas nuevas situaciones.
La globalización ha tomado un giro devastador, desde la última crisis del predominante sistema financiero global de 2008-2009, hasta la fecha a nivel mundial, porque la influencia especulativa se sobrepone con un impulso que corroe lenta, paulatina e irremediablemente economías y países enteros, con un costo social brutal.
El capitalismo moderno que sostiene la globalización con el capital financiero pero especulativo, de crisis cíclicas que nunca podrá dejar atrás porque anidan en sus entrañas, está profundizando todas las contradicciones que antes veíamos claramente sólo entre países o bloques de países dominantes, y ahora las vemos al interior de los mismos países y bloques de países desarrollados, con el capital financiero como principal actor dominante en la escena.
Los grandes corporativos desde las multinacionales de las finanzas, a las de la guerra, de los alimentos, de la electrónica, todos controlados por unas pocas familias que desde los principales países como Estados Unidos, Gran Bretaña, Holanda, Suiza, Alemania, Australia y otros, le dan protección ante un mundo violento.
A fines del siglo XX, en 1999 antes de la debacle del 2008, las diferencias en materia de ingresos entre los 10% más ricos y los 10% más pobres eran: en Estados Unidos 19 veces; en España 9 veces; Argentina 24 veces; Brasil 58 veces; México, 40 veces; Venezuela 22 veces, y esa brecha ha crecido, no solo en Latinoamérica, también en la Unión Europea y Estados Unidos, los bastiones del sistema financiero.
En 1990, Japón pasó por un proceso similar al de Estados Unidos y el mundo en 2008-2009, y tras la década perdida entre 1992 y 2003 con una tasa de crecimiento del 1% anual, inició en 1998 con un gasto de 470 millones de dólares (al tipo de cambio 2008), tanto para comprar activos tóxicos de los bancos, como recapitalizarlos y quedándose con dos de ellos. Por esto es que Japón aconsejó al Departamento del Tesoro gastar más en compra de tóxicos y recapitalizar a los bancos con dinero de los contribuyentes.
La crisis económica, en su vertiente financiera, lleva al mundo a la destrucción, ya que antes el Estado de bienestar estaba más desarrollado y las desigualdades sociales eran menores, la capacidad de ahorro era superior; ahora, donde rige el capital financiero/especulativo la polaridad riqueza/pobreza se profundiza.
Con la globalización neoliberal disminuyen tasas de ahorro e inversión, caen los salarios, las tasas de desempleo aumentan, hay mayor desigualdad, una alta concentración de la renta y deterioro de los niveles educativos, pero el drama es que eso sucede al interior de los países antes llamados desarrollados, por lo que al resto ya saben lo que les espera.
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