“Las calles y sus aceras, los principales lugares públicos de una ciudad, son sus órganos más vitales…” Jane Jacobs (The Death and Life of Great American Cities)
Alfredo César Dachary.
Cuando en la década de los 70 emerge el problema ambiental, como un llamado tarde y, por ello fuera de tiempo, de racionalizar la explotación de los recursos naturales, por un lado y, por el otro, el que esa irracionalidad ha generado la mayor de las asimetrías sociales en el planeta. A ambos temas se los estudió, pontificó y atacó con los resultados que hoy podemos ver, el cambio climático global, la primera potencia mundial que se opone en voz de su Presidente a enfrentarlo, aunque la mayoría no esté de acuerdo y la batalla tiene más de simulación que de realidad, en base a los resultados obtenidos.
Hoy, una las mayores industrias del planeta, el turismo, el gran generador de un producto inmaterial, pero de gran valor, la esperanza de ser diferente unos días, de “vivir” en el paraíso fuera de la realidad cotidiana, se encuentra amenazada por un problema que podría decirse que es ambiental en lo esencial y que ha generado un fenómeno nuevo: turismofobia.
Pero gran parte de esta dinámica se da por el proceso de gentrificación, uno de cuyos ejemplos más significativos es el Barrio Gótico de Barcelona, el cual fue siendo abandonado por la burguesía local y reocupado por grupos de población de bajos ingresos, pero en la recuperación del mismo, los pobres terminan saliendo de estos lugares que se han revalorizado y, por ende, redefinidos en el uso y sus habitantes.
En Madrid, el caso del Barrio de Chueca es un ejemplo clásico de gentrificación, antes un lugar marginal y luego empieza a ser recuperado por los grupos gay y así el barrio se ‘limpió’ en todos los sentidos; el tejido social cambió y se revalorizó el suelo, hoy es un lugar de restaurantes exclusivos y pisos caros.
En 1964, la socióloga Ruth Glass empleó por primera vez el término “gentrificación” y lo hacía en referencia a las familias británicas de clase media que se trasladaban al centro de Londres, donde tradicionalmente vivían los trabajadores.
Es así como los recién llegados al centro londinense que tenían mayor poder adquisitivo que los obreros pudieron rehabilitar los edificios y viviendas, lo que incrementaba su valor inmobiliario y elevaba el nivel social de los distritos. Mediante esta práctica, los pobres que cada vez tenían mayores problemas para afrontar los alquileres, se vieron obligados a abandonar estas barriadas.
Hoy el tema es similar, pero con actores distintos, aunque quizás de los mismos sectores sociales, los barrios cercanos a los grandes atractivos turísticos se comienzan a abandonar porque se los realquilan a los turistas, lo cual termina desplazando a sus tradicionales habitantes.
Pero el fenómeno es más complejo, no solo se trata de cambio de arrendatarios, sino de los espacios públicos y la sociedad local, de los lugares tradicionalmente de los pobladores ocupados por una nueva horda de personas, los turistas masivos que transforman los barrios en verdaderos sitios de masificación.
Un ejemplo de ello lo es Venecia, donde cerca del 70% de la población se ha tenido que mudar a una ciudad satélite, menos costosa y más controlada por los venecianos. Hoy Venecia es uno de los ejemplos más fuertes de masificación sin control.
La llamada horda dorada, título del texto clásico de Louis Turner y John Ash, hoy ha vuelto a ser vigente, pero lo dorado pasó a ser amarillo, que es el color del primer emisor del planeta, China con más de 130 millones de turistas hacia el exterior. Es la nueva remesa de personas que acceden a una nueva posición económica y una de las maneras más efectivas de mostrarlo es viajando, publicitando el viaje en Facebook y en las redes sociales, comprando y demostrando el regreso triunfal.
Pero estos temas no son nuevos, ya que en los 80´, en las islas más pequeñas del Caribe se dio un enfrentamiento entre los cruceros y la población local cuando éstos duplicaban a la población de la sociedad de acogida y se logró así frenar las ansias de ocupar estas islas más allá de su capacidad de carga.
Ayer fueron los cruceros, el motivo; hoy lo son éstos en la población de paso o excursionistas y los viajeros de más largas estadías, ambos son parte de esta nueva horda dorada que está asfixiando a las grandes capitales turísticas, desde Madrid, Barcelona, París, Roma, Venecia y Ámsterdam, entre otras.
Así aparecen cosas inéditas e impensables, como que en ciudades turísticas de España se reúnen unos 300 vecinos que salían la semana pasada a la calle en Palma de Mallorca disfrazados de turistas y arrastrando maletas.
Otra ciudad con el problema es Barcelona, en donde siguen apareciendo pintadas, cada vez más agresivas, en el Barrio de Gràcia o cerca del Parque Güell, donde se podía leer en catalán que todos los turistas son unos bastardos y en Madrid, el Carnaval terminó en Lavapiés con un simbólico entierro de la vecina: lo cual era la alerta de la expulsión de población local de este barrio por la presión turística, ejercida en los pisos a través de las nuevas empresas virtuales como Airbnb, entre otras.
En el periódico The Independent, de Londres, se situó a Barcelona como uno de los ocho destinos que más odian a los turistas, lo que llevó a que el Ministro de Turismo de España sostenga contra la realidad de que se trataba de algo político y no social, haciendo referencia al actual proceso independentista de Cataluña y su enfrentamiento con el Estado español. De allí que los expertos consultados, incluso algunos empresarios, convienen en que la irrupción del turismo masivo en la vida cotidiana de los ciudadanos causa problemas.
Hoy ya no pueden andar por la zona alrededor de la Sagrada Familia en Barcelona, y esto ha generado serios problemas de convivencia, ya que se han llegado a denunciar a turistas que jugaban fútbol dentro de los pisos o porque el incremento de viviendas turísticas ha ido en detrimento del alquiler para residentes, un fenómeno que ha disparado los precios.
Es por todo esto que la ciudad de Barcelona es una de las urbes donde más se ha plasmado la turismofobia, según lo ha dado a conocer una encuesta del Ayuntamiento, a pesar de que una abrumadora mayoría de ciudadanos (86,7%) considera que el turismo es beneficioso, casi la mitad cree que se está llegando al límite, por lo que el turismo se ha convertido en la segunda preocupación de los vecinos.
Pero no nos engañemos, la turismofobia que se ha generado no es exclusiva de España, sino que se ha ido despertando en Venecia, Berlín, Toronto, Nueva Orleans o el sureste asiático, y hasta Sudamérica donde aparecen signos de este conflicto entre sociedad de acogida y turistas en Buenos Aires.
No todos los destinos maduros generan esta situación, se trata de las ciudades con historia a la cual el turismo ha tomado de rehén gracias a su historia y la ha llevado a estos extremos de conflicto entre la cuestión pública de los ciudadanos y la cuestión comercial de los turistas, un espacio común con dos interpretaciones diferentes.
Por ello, hay destinos masivos y maduros, como Cancún en México, Benidorm en Alicante o las Islas Canarias donde no se percibe turismo fobia, ya que son ciudades turísticas donde el destino del espacio urbano es el turismo, o sea, los ciudadanos que viven allí no se sienten compitiendo con los turistas.
En el sistema capitalista, el beneficio es el eje y por ello este hecho no es casual, sino que forma parte de un modelo cuya rentabilidad es mejor que los tradicionales.
En el caso de la ciudad de Barcelona, el Ayuntamiento que ha realizado estudios además de la encuesta que anualmente levanta sobre el tema del turismo y el desarrollo de la ciudad, calcula que el alquiler turístico es hasta cuatro veces más rentable que el convencional.
Por ello, los turistas hacen las veces de la clase media en la reocupación de lugares con historia, lo cual termina disparando los precios, y ello ha llevado a las manifestaciones vecinales como las que se dieron en la Barceloneta, donde solo hay un pequeño hotel, pero está “complementado” con miles de cuartos de alquiler turístico, viviendas de uso turístico ilegales. Se alerta de que la masificación está “destruyendo el tejido local” y se apuesta por el “decrecimiento”.
Pero más agudo y complejo es el problema en Italia y sus dos ciudades monumentos e íconos de su cultura: Roma y Venecia, y ante ello la Alcaldesa de Roma, Virginia Raggi, quiere evitar que los 30,000 visitantes que cada día se acercan a la Fontana de Trevi en Roma se detengan ante ella, como lo ha afirmado el Ministro de Cultura hace unas semanas cuando habló de fijar límites en las visitas a “los centros históricos” del país.
En Venecia, la presión se multiplica. Allí viven 50,000 personas y recibe la visita de más de 30 millones de visitantes cada año. Allí se han instalado contadores en la entrada a la ciudad por los tres puentes de acceso y en los muelles donde desembarcan los cruceros.
Otro problema similar y emergente es el caso de Islandia, la isla volcánica en la que hay una reducida población local que llegaba a 330,000 personas pero que en los últimos años se ha multiplicado su atractivo turístico, que va más allá de su naturaleza casi salvaje, sino que ésta se complementa con una sociedad muy liberada, democrática real y no formal como la mayoría de los países y una gran calidad de vida.
El auge se comenzó a detectar en la primera década del siglo XXI ya que, en el 2010, arribaron a su aeropuerto internacional casi medio millón de visitantes y en el 2016, éstos se triplicaron llegando a 1,76 millones, seis veces la población total de la isla. Esta situación ha llevado a las autoridades del país a plantearse este año 2017 a tomar medidas para encarecer el precio de los alojamientos turísticos como un mecanismo para limitar la llegada de turistas.
El tema es complejo, porque abarca nuevos campos en el análisis como la propiedad social de la sociedad de acogida, el derecho a vivir con mayor libertad y otros temas, que hoy son un llamado de atención al turismo la gran industria global, que crece sin considerar los costos que origina.
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