[testimonials design=»clean» backgroundcolor=»» textcolor=»» random=»no» class=»» id=»»][testimonial name=»Walt Disney» avatar=»none» image=»» image_border_radius=»» company=»» link=»» target=»_self»]“Nunca he llamado a mi trabajo «arte», es parte del mundo del espectáculo, el negocio de la construcción de entretenimiento”[/testimonial][/testimonials]
Dr. Alfredo César Dachary
Para Guy Debord, el pensador inconforme y desafiante que se nutrió con las nuevas ideas y los gritos de la rebeldía juvenil en el mayo francés y luego mundial en 1968, creador de la escuela situacionista, el espectáculo no es un conjunto de imágenes, sino una relación social entre personas mediatizada por imágenes. El espectáculo no puede entenderse como el abuso de un mundo visual, el producto de las técnicas de difusión masiva de imágenes, es más bien una visión del mundo que se ha objetivado.
En esa época, los 60´s, el mundo había pasado en la primera mitad del siglo XX por una serie de hechos trágicos que se pudieron inicialmente fotografiar y luego filmar para ser reproducidos a través del cine y la naciente televisión ya a colores, una socialización llegó a la población como testimonio, amenaza y al final cotidianidad, y que se quedó para hacerse de los primeros títulos de nuestra vida, contarnos el mundo como un gran show, a veces violento y, otras, cómico.
Pero esto no es nuevo, no es el fruto sólo del siglo XX, aunque en éste la socialización del espectáculo lo hace llegar a la gran mayoría del mundo, hay antecedentes diversos y uno de ellos es el pensamiento de Ludwig Feuerbach, el gran pensador alemán que nació en 1804, con el capitalismo y vivió su primer siglo como un testigo privilegiado de sus logros, costos e impactos sociales.
En el prefacio de su desafiante libro, para esa época, “La esencia del cristianismo”, que parece ser escrito para entender la sociedad actual, afirma que en el “alto mundo social, el tono neutro, sin pasión, rebosante de ilusiones y mentiras convencionales, es pues, el tono reinante, el tono normal del tiempo moderno, tono en el cual no solamente las cuestiones políticas, cosa que se comprende, sino también los asuntos religiosos y científicos, vale decir, los males de nuestro tiempo, deben ser tratados. La simulación es la esencia del tiempo actual. Simulación es nuestra política, simulación nuestra moral, simulación nuestra religión y nuestra ciencia. El que dice la verdad es un impertinente, un inmoral; en cambio, el que en realidad actúa inmoralmente, pasa por un ser moral; la verdad, en nuestro tiempo, es inmoralidad. En una palabra: moral es solamente la mentira, porque ella esquiva y esconde el mal de la verdad o, lo que es lo mismo, la verdad del mal”.
Y para ajustarlo más a nuestro siglo XXI, Feuerbach afirmaba que: “… sin duda nuestro tiempo… prefiere la imagen a la cosa, la copia al original, la representación a la realidad, la apariencia al ser… lo que es ‘sagrado’ para él no es sino la ilusión, pero lo que es profano es la verdad…”
Podríamos caer en una trampa y pensar que la historia se repite, pero no es así, sino que ésta transita un camino complejo donde la simulación y el espectáculo terminan por suplantar a la realidad, ya que ésta satisface los anhelos resumidos en la sociedad del consumo, trabajar para comprar, obtener para mostrar, eliminar para volver a adquirir, en un círculo cerrado, donde la alienación es la atmósfera ideal.
A comienzos del siglo XXI, en el 2001 la Corporación Global Volkswagen puso en funcionamiento, en el centro histórico de la ciudad de Dresde, Alemania, una innovadora fábrica para producir un nuevo modelo: Phaeton, pero se trataba de una planta diseñada especialmente para el montaje de este vehículo, de automóviles de la gama más alta.
La ultramoderna “fábrica” estaba totalmente recubierta por cristales por lo que fue bautizada como “la Fábrica Transparente”, ya que en el interior de ésta había puentes acristalados que ofrecían vistas de las zonas de trabajo a los numerosos visitantes, clientes y turistas que diariamente asisten en directo a los distintos procesos de montaje de los vehículos.
El suelo de toda la planta está recubierto con parquet de arce canadiense, especialmente seleccionado para la absorción del escaso ruido producido por los trabajadores y maquinarias. Los operarios no visten los tradicionales monos azules del trabajo industrial sino equipos de laboratorio y guantes de un blanco perfecto.
Es una fábrica silenciosa; ni golpes de martillo ni chirridos metálicos o zumbidos molestos, y los diferentes componentes para el montaje llegan directamente a la planta mediante tranvías subterráneos diseñados especialmente según criterios medioambientales y siguiendo el método just-in-time.
No hay ensamblaje en línea ni cinta transportadora, sino dispositivos con forma de herradura que cuelgan del techo y transportan suavemente la base del automóvil a lo largo de la fábrica durante su montaje, y el suelo de madera está iluminado por teatrales focos que alumbran a los trabajadores desde lo alto, por lo que todo el proceso transmite una sensación apacible de calma y ligereza.
“Los futuros clientes y visitantes podrán ver y experimentar aquí la destreza del oficio de nuestros trabajadores y el los grandes avances tecnológicos, así la marca Volkswagen añade una nueva dimensión a la conexión emocional con un producto completamente nuevo en el segmento de automóviles de lujo haciendo visible los procesos, queremos presentar la fascinación de un ‘escenario’ de producción y, por supuesto, una atracción para clientes y visitantes”.
Siguiendo esta nueva tendencia, otras compañías están transformando también sus fábricas en aparadores para clientes, BMW ha contratado a Zaha Hadid para diseñar una showcase factory, y Ford está rehabilitando la antigua planta de River Rouge donde nació la producción en masa de automóviles, un icono de la revolución industrial.
¿Es la Fábrica Transparente un ejemplo del postfordismo o de la postmodernidad?, una pregunta difícil de elegir ya que estas nuevas realidades ofrecen una imagen de que en plena era de la información y la economía global, lo que históricamente había sido el máximo exponente del trabajo material, la fabricación de automóviles, se encuentra inmerso en un acelerado proceso de fusión con el orden simbólico.
La fábrica pasa a ser un espacio abierto y atractivo y deviene una imagen, una vitrina que exhibe espectacularmente ese trabajo productivo que la Modernidad había aprendido a ocultar y a dejar por “obsoleta” y así la Fábrica Transparente es la representación teatralizada de sí misma, y con ello se suma a aquella “inmensa acumulación de espectáculos” anunciada desde los años sesenta.
Pero ésta no se agota en el espectáculo per se, sino que es también imagen de una transformación, ya que es la imagen de una disolución de tiempos y espacios, de las fronteras que diferenciaban lo público de lo privado, del tiempo productivo del tiempo de la subjetividad, que definían el espacio social del ocio que se distinguía del espacio laboral del trabajo, y con esto ellos están siendo profundamente alteradas.
A mediados de los años ochenta, Frederic Jameson, desde la teoría del lenguaje y la literatura estructuralista advirtió de la nueva centralidad que la cultura empezaba a ocupar la esfera de lo social, calificando ese giro como “una expansión prodigiosa”. Ésta es la mutación que calladamente recorre cada uno de los espacios que habitamos, ahora disueltos en una Fábrica Transparente espectral que mediante ese rostro cultural exhibe su capacidad para abarcarlo todo: lo social, lo económico y lo político, infiltrándose hasta los últimos rincones de una subjetividad transformada en ciclo continuo de producción y deseo.
Todo esto es un producto que sale de su sistema de fabricación en línea bajo el método del “just-in-time” que mantiene las vidas de los que la alimentan a la expectativa de su cambiante voracidad.
La transparencia es, etimológicamente, una aparición a través, por ello lo que se nos aparece y vemos a través de los muros acristalados de la Fábrica Transparente, es su sistema productivo, un sistema en el que la producción material se combina con la producción simbólica y afectiva.
Así la Fábrica Transparente nos ofrece una imagen de nuestro orden productivo y de las subjetividades que lo habitan, una imagen de las formas económicas y discursivas de nuestro hogar sistémico y del pequeño espacio que nos aloja.
Entre la sociedad del espectáculo y la fábrica transparente, hay un puente que lo unifica todo, los imaginarios sociales y personales, que se expresan nítidamente en la mayor fábrica de fantasías del planeta, el turismo, donde la ilusión es realidad y donde la verdad no es su cotidianidad.
Así en un siglo largo y sangriento se pasó de la esclavitud de los hombres a las máquinas a una “más agradable” donde los productos controlan a los hombres, el consumismo, un nuevo Dios dirige el espectáculo: el mercado, y para que el proceso sea más completo esto se da en un marco donde ocio y trabajo se entrecruzan en un espacio común y a través de nuevas tecnologías.
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