El surf: una alta dosis de adrenalina

“El mejor surfista es el que más se está divirtiendo” Phil Edwards.

                                                

         Ver a un surfista sobre una ola es algo más que un deporte, es el arte del equilibrio externo e interno en el mundo hostil del mar, cuyas reacciones son diferentes como el tiempo que administra esas danzas marinas y los suelos que ayudan a modelar las mismas.

         El surf ha sido históricamente un deporte de minorías que han decidido domar olas y controlar el miedo que éstas generan, según lo declarado por la mayoría de los grandes surfistas, además de seguir al tiempo y el comportamiento del mar en una especie de peregrinación en busca de la gran dosis de adrenalina.

El origen de este deporte, muy apreciado en muchos países, es tan exótico que no forma parte de la historia de los diferentes juegos que se crearon en Europa y que se exportaron con la revolución industrial, desde el fútbol, al tenis, pasando por el básquetbol, el remo y muchos más, para completar la tarea de control colonial de las sociedades hasta en los tiempos de ocio.

Éste fue un deporte cuyo origen está en un pueblo originario del archipiélago de Hawái y el cual fue descubierto por los conquistadores, encabezados por el capitán Cook en 1778, al arribar a una de las islas, y que a la vez fueron la fuente de inspiración de una de las utopías más antiguas que tomó el turismo: “el paraíso tropical”.      

Cuando los navegantes arribaron a una isla del archipiélago se generó una discusión con los indígenas motivada por el robo de una barca que terminó con la muerte del Capitán Cook atravesado por las lanzas de los pobladores locales, triste fin para uno de los iconos de la navegación – colonización europea en el mundo.

Esto llevó a que el teniente James King tomara el mando de la expedición, y en el diario de abordo anotó la primera referencia escrita sobre el surf que existe:

“… Uno de sus entretenimientos más comunes lo realizan en el agua, cuando el mar está crecido, y las olas rompen en la costa. Los hombres, entre 20 y 30, se dirigen mar adentro sorteando las olas; se colocan tumbados sobre una plancha ovalada aproximadamente de su misma altura y ancho, mantienen sus piernas unidas en lo alto y usan sus brazos para guiar la plancha. Esperan un tiempo hasta que llegan las olas más grandes, entonces todos a la vez reman con sus brazos para permanecer en lo alto de la ola, y ésta los impulsa con una velocidad impresionante; el arte consiste en guiar la plancha de manera que se mantengan en la dirección apropiada en lo alto de la ola conforme ésta cambia de dirección.
Si la ola dirige a uno de ellos cerca de las rocas antes de ser atrapado por la rompiente, es felicitado por todos. A primera vista parece una diversión muy peligrosa, pensaba que algunos de ellos tendrían que golpearse contra las afiladas rocas, pero justo antes de llegar a la costa, si se encuentran muy cerca, saltan de la tabla y bucean por debajo de la ola hasta que ésta ha roto, mientras que la plancha es trasladada muchas yardas por la fuerza del mar. La mayoría de ellos son superados por la rompiente de la ola, cuya fuerza evitan buceando y nadando bajo el agua para mantenerse fuera de su alcance. Con estos ejercicios, de aquellos hombres se puede decir que son anfibios. Las mujeres podían llegar nadando al barco, permanecer la mitad del día en el agua y después regresar nadando a la orilla. El motivo de esta diversión es solo entretenimiento y no tiene que ver con pruebas de destreza, con buenas olas entiendo que debe ser muy agradable, al menos ellos muestran un gran placer en la velocidad que este ejercicio les da…”

Este deporte extremo formaba parte de la cultura y estilo de vida hawaiano, en donde los nobles se ganaban el respeto de los demás demostrando sus aptitudes sobre las olas y surfeaban de pie en tablas que llegaron a ser descriptas como de más de siete metros, mientras que el resto de la población surfeaba tumbado o de rodillas en tablas de hasta 3 metros de alto.

Los primeros europeos que arribaron a estas islas “paradisíacas”, primero para catequizar y luego para dominar a los hawaianos, lograron que en más de un siglo se diera el declive de la cultura local desde la religión a las costumbres, la lengua y así el surf se vio igualmente afectado, por esta dominación colonial, y “desaparece” por cerca de un siglo.

Con el siglo XX, ya apropiado el archipiélago por Estados Unidos, comienzan a llegar turistas y grandes escritores que van a jugar un papel importante para que los nativos recuperen esta práctica del surf. Jack London, que practicó el surf y escribió alabando esta costumbre hawaiana; George Freeth que practicó el surf junto con Jack London y defendió este deporte, y finalmente Alexander Hume Ford que luchó por crear clubs de playa para la práctica del surf en Hawái, y realizó conferencias mostrando el deporte del surf al mundo.

Pero el personaje clave para que el surf se conociera en todo el mundo fue el hawaiano Duke Kahanamoku, un gran surfero y campeón olímpico de natación en varias ocasiones. Entre 1910 y 1920 Duke viajó por el mundo, y allá donde iba hacia la demostración de surf, incluso en ocasiones construía en directo la tabla con la que posteriormente cabalgaría las olas. Sus demostraciones causaron gran impacto en los asistentes y sirvió de mecha para la gran expansión en el surf que vendría después.

Así fue como en los años 30 y 40 del siglo XX, en la floreciente California, se empezó a hacer popular el surf, se celebraron los primeros campeonatos, aparecieron los primeros fotógrafos y revistas de surf, sin embargo, la llegada de la Segunda Guerra Mundial entre 1939 y 1945 supuso una pausa en el desarrollo del surf, aunque lo dio a conocer a miles de marineros destinados en el Pacífico.

Así se pasó del deporte prohibido a la experiencia deseada, entre los jóvenes a nivel de muchos países, que fueron promoviendo este deporte de mar, con muchos riesgos y muchos seguidores, que no lo practicaban, pero si lo admiraban.

Vueltas de la vida son tantas que los prohibicionistas religiosos que colonizaron las mentes en el archipiélago de Hawái y muchos lugares más, nunca pensaron que lo que habían prácticamente desterrado volvería con más fuerza inicialmente gracias a escritores y turistas y hoy en el siglo XXI, ascender un nivel más al ser consideradas las olas base de este deporte como algo necesario de proteger, así como las playas, valles y montañas que han sido referentes de la historia de la humanidad y la natural.

Así una organización de la sociedad civil dedicada a la protección de las olas de surf, busca registrar una reserva de este recurso de clase mundial ante la UNESCO como patrimonio cultural inmaterial en donde se enlistan usos y espacios culturales que los individuos reconozcan como parte integrante de su cultura.

Esta inscripción en la reserva de olas depende de la calidad y consistencia del rompimiento de la ola, características ambientales únicas del área, cultura del surf y el apoyo comunitario, ya que las olas de surf en América Latina y en el mundo están amenazadas por un sin número de actividades en la línea costera que podrían hacerlas desaparecer u ocasionar impactos negativos a las playas más apreciadas para este deporte.

Tenemos así que la infraestructura turística y urbana masiva costera y, en particular, los rompeolas y muelles, más los cambios en la línea costera por obras y la contaminación del agua derivada de los servicios insuficientes en las ciudades costeras, están entre muchas de las amenazas a estas áreas marinas.

A ello se le suma el acceso restringido a las playas que impiden el disfrute de esta actividad, ya que estos espacios de recreación no han sido en la práctica garantizados por la ley. En México, Perú y Chile, entre otros, las playas y las olas son bienes nacionales de uso público y la ley garantiza que los individuos puedan acceder a ellas, sin embargo, en la práctica esto no se cumple.

Estas ideas se basan en lo que ha planteado la Organización de las Naciones Unidas que sostiene que la recreación es una necesidad básica después de la nutrición, la educación, la vivienda, el trabajo y la seguridad social, ya que esta actividad constituye un medio de unidad integral que promueve el desarrollo intelectual, emocional, físico y psicológico del individuo.

Éste es el motivo que lleva a solicitar que, las zonas para practicar actividades como surf deben protegerse y garantizarse su acceso. El problema es que la legislación ambiental y de salud se enfoca en aspectos de protección a la biodiversidad y a la salud pública, pero no se reconoce explícitamente el ámbito recreativo.

La planeación en México se ha quedado corta en este aspecto, ya que la Comisión Intersecretarial de Mares y Océanos de la Política Nacional de Mares y Costas únicamente reconoce la necesidad de mantener e incrementar la diversidad y la salud de los ecosistemas costeros y marinos de México para la recreación, la contemplación y la educación como factores fundamentales para la calidad de vida de las personas.

Un ejemplo de estas playas controladas y protegidas es Ribamontán al Mar, municipio situado al este de la Bahía de Santander, en la costa central de Cantabria (España) cuenta en su territorio con la célebre playa de Somo que destaca por ser la primera reserva de surf en España, gracias al carácter excepcional de sus rompientes litorales y su singular valor como patrimonio y recurso natural, deportivo, socioeconómico y cultural. Así se suma, a la protección de la biodiversidad de especies en peligro de extinción ésta, que también tiene vida propia las grandes olas para el surf, y una vez más el turismo sirve como modelo de desarrollo de una localidad y motivo de conservación de un recurso, un modelo que hoy ha exportado como experiencia de destino de surf a Chile y Marruecos.

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