“No estaba prediciendo el futuro, estaba intentado prevenirlo” Ray Bradbury.
Al comienzo fue el asombro, poder navegar en Internet, ver series y películas, hacer consultas e integrarse a las redes sociales, eran todos signos de libertad plena en medio de un proceso de ajuste cuyo costo era perder de diferentes maneras lo que se dio en llamar estado del bienestar para unos, estado asistencial para otros, aunque siempre visto como un derecho adquirido, aunque su desaparición fue irreversible y cada día se agudiza más.
La sociedad creyó que se empoderaba de estos nuevos medios de comunicación como una especie de pasaporte hacia un “mundo nuevo”, sin entender que la situación era inversa, ya que las nuevas corporaciones que operaban estas plataformas se apoderaban de las personas a través de sus datos personales, en todas sus dimensiones, primera de una larga lista de mentiras y acosos.
Nos contaron que venía la tercera revolución industrial, cuando ésta había concluido, y al final de la gran crisis inicial del siglo XXI emergió la cuarta revolución industrial, una especie de acto de magia masivo, que nos encegueció por un tiempo, y luego vino el miedo.
Tras los anuncios cada vez más espectaculares de avances de las denominadas “nuevas tecnologías”, comenzaban a emerger los informes sobre la otra cara de este profundo cambio, la versión oscura de las mismas, el costo para unos y el beneficio cada vez mayor para esas minorías que nos gobiernan, y el mayor miedo lo ha generado la amenaza aparente imparable de la pérdida a gran escala del empleo.
Para Klaus Schwab, fundador del foro de Davos, esta revolución implica que “las nuevas tecnologías y enfoques están fusionando los mundos físico, digital y biológico de manera que transformarán a la humanidad en su esencia misma”, o sea, es un cambio profundo más allá de la ciencia ya que abarca toda la sociedad.
Los grandes promotores de este cambio ofrecen las promesas del “paraíso perdido”, aumenta las capacidades humanas a través de las nuevas tecnologías, llevándonos a triunfar sobre el envejecimiento, así podremos llegar a formar una nueva especie “posthumana”.
Así se podrían hacer realidad la muerte de la muerte, fabricación de órganos, criogenización, colonización de planetas, exocortex, o sea, a un cuarto cerebro el cual nos ayudará a conectarnos con la nube y nos brindará una súper inteligencia, comida artificial, entre muchas otras.
Los nuevos actores de estos cambios serán la nanotecnología, la biotecnología, los robots, la inteligencia artificial, los sistemas de almacenamiento de energía, las energías llamadas limpias, el Big Data, los drones, la realidad virtual y aumentada y la impresión en 3D.
Pero esta nueva “revolución” sólo puede presentarse como una oportunidad si se invisibilizan la insostenibilidad ecológica a consecuencia del crecimiento irracional económico que se viene arrastrando durante el siglo XX y su indeseabilidad social por la gran mayoría de la población planetaria que vive en el límite de la supervivencia.
Por ello que sus promotores también asumen que su implantación podría conllevar riesgos y amenazas, siendo la principal la de incrementar las desigualdades y los procesos de exclusión, tanto en el interior de los países como entre ellos, algo que ya se venía dando desde décadas atrás.
En 1930, al hablar de «las posibilidades económicas de nuestros nietos», John Maynard Keynes predijo, en una conferencia ofrecida en Madrid, que los avances tecnológicos harían que muchos trabajadores se vieran reemplazados por máquinas, habló de «desempleo tecnológico«, pero sería un estadio temporal de «inadaptación», porque tal situación llevaría a que, para 2030, la semana laboral se habría reducido a 15 horas y la tecnología impulsaría la creación de una «clase ociosa».
En 1932, el filósofo y matemático Bertrand Russell, en un artículo titulado “Elogio de la ociosidad”, consideraba que trabajar menos permitiría a la gente disfrutar de «las necesidades y confort elementales de la vida», así la utopía modernista se prolongaba en boca de uno de los grandes humanistas del siglo XX.
Un grupo de científicos de Estados Unidos considera que el origen de la cuarta revolución es de mitad del siglo XX, ya que el concepto fue por primera vez usado en 1940 en un documento de una revista de Harvard titulado «La última oportunidad de Estados Unidos», que pintaba un futuro sombrío por el avance de la tecnología y su uso representa una «pereza intelectual».
De los profundos cambios que implican la automatización y la robotización surgirá lo que el historiador alemán Werner Abelshauser llama un nuevo «sistema social de producción» que afectará incluso a los trabajos que no son fácilmente automatizables, cambiando toda la estructura de la sociedad.
Toda revolución tecnológica coincide con cambios en lo que significa el ser humano, en el tipo de fronteras psicológicas que separan la vida interior del mundo exterior, medio siglo después, al inicio de la era digital a finales del siglo XX, estos cambios se revirtieron, y la vida se hizo cada vez más pública, abierta, externa, inmediata y expuesta.
La existencia de visiones no solo contradictorias sino extremadamente opuestas da dos perspectivas diferentes de lo que sería el futuro. Así, Nicholas Negroponte había propuesto en su libro “Ser digital” (1995), que deberíamos “aceptar nuestro estatus como bits de información más que como átomos de materia”. La antesala de la nueva versión de los seres vivos de todas las especies integrados por algoritmos, ya se comenzó a plantear en el siglo XXI.
Para vivir como vivimos en la cambiante y divertida irrealidad de Internet, necesitamos desprendernos de nuestra antigua estética y plantearnos una nueva estética con su moralidad asociada, y partiendo de que la conexión digital es ilusoria y hoy estamos más solos que nunca, en el mar profundo de los individualismos.
Pero este cambio tiene importantes referentes, que hacen al origen de la hegemonía de Estados Unidos al concluir la segunda guerra mundial y que tendrá las décadas de gloria hasta el comienzo de los 70´, donde el sistema comienza a disminuir su intensidad y esto lleva a la revolución del neoliberalismo.
Esto es fundamental, porque hoy lloramos lo que hace décadas perdimos, la estabilidad laboral, la seguridad social y sistemas jubilatorios, la salud pública eficiente, la seguridad en general, todo esto es remplazado por dos grandes estrategias: reducir el Estado al mínimo y con ello reducir la protección a los grupos mayoritarios pero más necesitados de éste y con ello llevar a millones de personas a un nuevo estatus inferior: marginales, precaristas, clase media empobrecida ¿esto nos lo profundizará la Cuarta Revolución Industrial?
El neoliberalismo es el primer gran ajuste de cuentas con una sociedad que a base de luchas sociales había logrado avanzar a un estado relativo de bienestar. Es el primer gran ejercicio moderno de desmantelamiento de lo logrado, para poder aumentar el ritmo de acumulación económica de los grandes grupos de poder.
Y esto no es una declaratoria, ya que los últimos estudios de este nuevo siglo ratifican, pero en forma incrementada, la gran asimetría económica que hay en el mundo, donde el 1% de la población acaparó el 82% de la riqueza generada en el 2018, según el último informe mundial de Oxfam.
Esta polarización también se expresa en niveles inéditos de vigilancia a ciudadanos comunes a nivel global y el gran negocio planetario de la explotación de la información que generan los internautas, a consecuencia de una inédita libertad de elección colectiva de esos ciudadanos, especialmente los más jóvenes, para exponer sus vidas en las redes sociales.
Este negocio global, diseñado y operado por los llamados “evangelistas de Silicon Valley” por Éric Sadin, explota desde los estados de ánimo y emociones que se observan en las redes sociales, a la planificación de su vida y sus gustos, todo tiene valor para el dios mercado.
Estamos frente a un nuevo concepto del yo ubicuo, permeable y efímero, en el que la experiencia, los sentimientos y las emociones que solían estar en el interior de nuestro yo, en relaciones íntimas y en objetos tangibles e invariables, han emigrado al celular, a la “nube” digital y a los juicios cambiantes de la masa.
Así, Judy Wajcman identifica “la aceleración de la vida en el capitalismo digital” no como algo radicalmente nuevo sino como una extensión de cambios tecnológicos previos, que nos han ido “preparando” para los que vienen, una manera moderna de amansarnos, hacernos dóciles, ilusos e inofensivos ante la gravedad de los cambios que deberemos enfrentar. Al final siempre tenemos que recurrir a una creencia y esta vez el cielo es digital.
Todos estos cambios favorecen al grupo del “1%”, ya que según la consultora Accenture en 2015, esta revolución podría agregar US$14,2 billones de dólares a la economía mundial en los próximos 15 años al costo de acabar con cinco millones de puestos de trabajo en los 15 países más industrializados del mundo.
«El futuro del empleo estará hecho de trabajos que hoy no existen, en industrias que usaran tecnologías nuevas, en condiciones planetarias que ningún ser humano jamás ha experimentado», visión optimista que plantea David Ritter, CEO de Greenpeace Australia/Pacífico.
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