Dr. Alfredo A. César Dachary
Resumen
En este trabajo se pretende demostrar que el turismo que se origina en el capitalismo crece, se transforma y adecúa en la lógica del sistema, por lo que su papel dentro del mismo va cambiando y cada vez tiene más presencia en la medida que el modelo va pasando de la sociedad del trabajo a la del ocio, de la producción al consumo.
Palabras clave: turismo – capitalismo – sociedad de consumo
Introducción
El turismo, que emerge como un modelo de consumo masivo en la segunda mitad del siglo XX aunque sus antecedentes efectivos están el siglo XIX, ha sido una de las actividades dentro del sistema capitalista que más se ha manipulado a fin de distorsionar su verdadera función, que inicialmente se la definió como algo exótico, el movimiento de extranjeros (Knebel, 1974, p.1).
En la segunda mitad del siglo XX pasó a ser conceptualizado por contraste en el mundo industrial como, “la industrias sin chimeneas”, pero en los setenta, los graves impactos detectados en las sociedades de acogida le quitaron el velo de pureza a esta compleja actividad y comenzó a desarrollarse una perspectiva crítica, en diferentes niveles, de este modelo.
El turismo, como modelo de desarrollo dentro del capitalismo, reproduce y, a la vez, aloja una doble contradicción: la más oculta es hacia dentro de sí mismo como “producto” porque se presenta una copia “maquillada” de la realidad que se vende como la realidad misma, haciendo de lo transformado una nueva verdad, cuya principal función es la de responder a los imaginarios que tiene el hombre en su perspectiva de la búsqueda incesante de nuevos objetos de consumo, en este caso, de ocio y placer (McCannell, 2003).
La segunda contradicción complementa a la primera, ya que el turismo como modelo se le ubica siempre como una actividad desvinculada del sistema en que se genera y, por ello, se presenta como un “hecho emergente” que hace realidad los sueños del turista, la respuesta del genio al deseo del viajero.
Esta doble distorsión enmarca y amortigua los impactos del turismo, haciéndolo un modelo aparentemente “neutral” que responde al deseo del ocio, ocultando así los grandes costos de un complejo negocio, que deben asimilar las sociedades de acogida.
La industria emergente en el siglo XVIII y XIX recicló la mayor parte de los campesinos expulsados del campo pero con un elevado costo humano y social, que hizo olvidar a los inmigrantes rurales la negra historia del mundo rural, para idealizarla como un paraíso perdido y este hecho, a su vez, terminó constituyendo la base de un futuro imaginario del turismo: el del mundo rural.
El turismo hoy promueve una reocupación de territorios y poblaciones y en la mayoría de los casos logra ser aceptada como una alternativa por éstas, lo cual le permite además de transformar, adecuar e integrar estos pueblos y regiones a este modelo dentro del sistema mundial dominante.
Por ello, el turismo como modelo es inexplicable si no está referenciado a la totalidad, un sistema en permanente transformación a consecuencia de los grandes cambios tecnológicos-económicos, que readecuan al modelo y las consecuencias sociales, políticas y culturales.
Así el turismo puede considerarse, según Yamashita (2003), un marco ideológico de la historia, la naturaleza y la tradición; un marco que tiene el poder de dar nueva forma a la cultura y a la naturaleza según sus propias necesidades, lo que significa que éste está enraizado en las relaciones de poder (Salazar, 2006, p.16).
El turismo y la evolución del sistema
Los viajeros han existido siempre en diferentes medidas y gran parte de éstos fueron religiosos, aunque hay otros, los de una minoría “ilustrada y pudiente” que viajaban para poder conocer el mundo de su tiempo. El viajero realizaba una aventura, la de salir por caminos poco transitados, en su caballo, carruaje o en barco; quería conocer y por ello convive con los lugareños algo muy diferente al turismo, que es una actividad programada aunque el turista viaje solo, porque se basa en la certeza de la existencia de servicios y además porque éste es un negocio de los que lo promueven, lo operan y brindan.
Hacia 1848, en los mapas que había en las Cancillerías europeas existían grandes zonas del mundo que estaban en blanco; eran continentes como África o mega regiones como el Asia central, el norte y centro de América del norte y sur y Australia, salvo sus costas, además de los dos polos (Hobsbawm, 2005, p.61).
Ese vacío de información y comunicación se expresaba en un débil comercio internacional que de 1720 a 1780 había duplicado su valor y un siglo después el comercio internacional incidía en la economía de los ciudadanos de Gran Bretaña, Francia, Alemania, Austria y Escandinavia cinco veces más que en 1830. Las exportaciones de mercancías británicas hacia África subsahariana crecieron de 1,5 millones de libras en 1840 a 10 millones en 1880 (Hobsbawm, 2005, p.62).
El comercio opera combinando los nuevos descubrimientos con el auge de la producción industrial y la revolución de los transportes; luego se le suma el turismo para consumo interior y luego internacional.
Revolución industrial, cambio social y turismo
La revolución industrial fue un largo proceso cuyos primeros desarrollos son de fines del XVIII y su auge en la primera mitad del XIX, inicialmente en Gran Bretaña donde se combinan los grandes cambios tecnológicos que se sintetizan en la emergencia de la industria y los grandes cambios sociales que generan al proletariado industrial y a la incipiente burguesía. Su designación se la adjudican a los socialistas ingleses y franceses que la definieron probablemente por analogía con la revolución francesa. (Hobsbawm, 2003, p. 35).
El eje tecnológico de estos profundos cambios fue primero el motor de vapor y luego las otras formas de lograr energía para mover máquinas y transporte, desde la electricidad al motor de explosión, todos orientados a incrementar la producción y acelerar la distribución. El turismo emerge en medio de estos cambios, que le permiten dar el salto del viajero pre capitalista al turista, ya que las transformaciones tecnológicas y sus consecuencias sociales están en la base del mismo.
Los trenes y los cruceros no sólo generan un transporte efectivo, seguro y con tiempos definidos, sino que alteran la visión sobre el espacio, antes reducido a su comarca. La velocidad del transporte redefinía el tiempo, ya que era posible viajar de un extremo a otro de un país, algo muy difícil décadas atrás, o los cruceros cruzar el Atlántico en dos semanas. Se había alterado el tiempo y el espacio, algo que un siglo después ocurrirá nuevamente en otra dimensión con la globalización.
El turismo emerge en medio de estas transformaciones profundas y logra entender los imaginarios incipientes de estos cambios, así como las posibilidades de un grupo más amplio de sujetos y lo transforma en una mercancía: el viaje.
Thomas Cook, considerado pionero del turismo – más que todo el referente ya que es algo muy discutido –, en 1841 organiza un primer viaje corto en tren a una convención de antialcoholismo, que es el antecedente de los paquetes turísticos que incluían el viajes, alojamiento y comidas. En 1850 con la primera entre de El excursionista comienza la promoción del turismo como producto del mercado.
Los ferrocarriles hicieron asequible los balnearios tradicionales de Badén Badén, Karslbad y Marienbad, a una emergente clase media y la burguesía, así mismo lo hicieron con Suiza, país en donde se inició del turismo alpino. Hacia el Mediterráneo en 1864 se abrió la línea de París a Niza, impulsando la Costa Azul, pero los gran avances de Pullman en 1863 en Estados Unidos, el coche cama y los de Nagelmackers en Bélgica, que creó el compartimento para dormir primero, el salón comedor luego y el coche salón, llevaron a la creación del primer tren de lujo: el Orient – Express, en 1883, que uniría inicialmente París con Constantinopla (Poivre, 2007, p. 55-58).
En 1869 se inicia la construcción de la intercomunicación entre los ferrocarriles de Estados Unidos que jugaron un papel fundamental en un país continente, y ello permitió inaugurar el Parque Nacional de Yellowstone en 1882, el cual era solamente asequible a los visitantes por ferrocarril.
Al comenzar el siglo XIX, Fulton desarrolla el primer barco a vapor que hicieron posible viajes seguros, y rápidos, como era el caso del cruce del Atlántico, y con la apertura del Canal de Suez, en 1869, se abrieron las puertas a nuevas regiones para un turismo en expansión. En 1817, cinco armadores estadounidenses establecieron una línea regular entre New York y Liverpool, inaugurando un servicio que dos décadas después tomó una gran dimensión, al iniciarse la migración de europeos a América. (Piouffre, 2009, p.9).
En el siglo XIX nace la hotelería moderna, modelo del alojamiento del turista, que emerge como “una nostalgia de la vida palaciega”, en medio del gran lujo y “el savoir faire francés”, una respuesta que nace en Francia e impone un estilo que la revolución francesa había truncado y que la nueva burguesía retoma para legitimarse y revivir un tiempo de gloria. El estilo de vida francés y la forma de comer se impone en esta nueva aristocracia europea, que sabe reconocer la profesionalidad de los restauradores y organizadores franceses (Poulain y Neirinck, 2007, p. 115-118).
El turismo se transforma en la escuela del buen gusto y las formas nuevas de ocio y entretenimiento para una burguesía emergente y una aristocracia venida a menos, una combinación que une a ambos grupos en el cenit de la sociedad europea y en el centro del poder del capitalismo emergente. Se pone de moda entre los grupos emergentes el esnobismo como el deseo apasionado de parecerse o integrarse a los miembros de un grupo que se estima constituye una élite (Rouvillois, 2009, p.19).
Todos estos movimiento ocultan la verdadera cara de la realidad de la época, de la que querían huir los que podían y al resto sólo le quedaba vivirla y que Charles Dickens describe en su libro Tiempos difíciles (1854), una típica ciudad industrial inglesa era el reino de la tristeza, de la uniformidad y de la fealdad. Ésta es la expresión del Romanticismo que conquista para el mundo de las artes, los aspectos más inquietantes de la vida, la enfermedad, la transgresión, la muerte, lo tenebroso, lo demoniaco y lo horrible (Eco 2004, p. 330).
En esa época se da la invención de la fotografía la cual desempeñó un papel fundamental en esa trasformación cultural, en que la imagen fue ganando terreno a la palabra impresa, ya que éste es uno de los medios que más desdibujan las fronteras entre la realidad y su representación. En los cincuenta del siglo XIX se inicia un proceso de democratización de la información visual y la virtualización, puesto que la adquisición de fotografías permitió sustituir la experiencia directa por la observación virtual.
Este avance tecnológico incidió en el desarrollo histórico del turismo. El proceso de creación de las imágenes de los destinos es el principal motor que transforma al turismo; en este proceso será fundamental la participación de los elementos de diferenciación cultural y social (Brodsky-Porges,1981, Towner,1981, Pemble,1987, Adler,1989, Buzard,1983, Inglis ,2000, Boyer,2002) (Garay Tamajon, 2008, p.3).
La otra gran transformación que genera la revolución industrial es la social; ésta en su crecimiento y expansión ha consolidado una amplia clase de base, la de los trabajadores, el proletariado, y además un pequeño grupo creciente de artesanos y profesional, ambos al servicio de una burguesía que controla gran parte del poder. Esta nueva base social emergente opta por el ocio del día, viajes cortos a otras ciudades y balnearios, entre los más atractivos.
La sociedad y los cambios tecnológicos se retroalimentan creando una unidad, que se sintetiza en un momento histórico; la sociedad nos lleva a tener que enfrentar el hecho que el turismo necesita estar situado en la sociedad capitalista, ya que el consumo de servicios no puede separarse de las relaciones sociales dentro de las cuales se inserta.
La egiptología se originó durante la campaña de Napoleón a Egipto 1798 y cuando se abrió el canal de Suez, Egipto se transformó en un gran atractivo del turismo cultural. Los estudios sobre folklore europeo y en Estados Unidos sobre los iroqueses, pueblos originarios, abren un frente más: la otroriedad y la necesidad de conocer nuevas culturas, para compararse: la visión histórica del eurocentrismo.
Las Exposiciones Universales, Londres 1851, París 1855, 1867 y 1889, entre las conocidas y recordadas, eran la expresión de los grandes avances y, a la vez, un detonante del turismo de aventura en esa época, donde aún el mundo era “infinito”. Sir Richard Burton mantuvo en vilo a muchos lectores de la época en su aventura de la búsqueda de las fuentes del Nilo y su misterioso viaje a la Meca, un lugar prohibido para los no musulmanes, transgresión que se pagaba con la vida (Vidal, 2001, p.223-225).
A estos aventureros de la época se les suman otros que realizan nuevos hallazgos arqueológicos, como el descubrimiento de Troya y Micenas, además de la apertura de la tumba de Tutankamon, hechos que sirvieron para abrir nuevos imaginarios al turismo. Charles Darwin publicó el libro El Origen de las especies (1859), el cual tuvo mucha influencia entre sus lectores y alimentó un nuevo imaginario sobre pueblos perdidos, razas y diferentes formas de vida.
Grandes cambios tienen las ciudades que las hacen más amigables, como la desaparición de los muros perimetrales o de defensa y un ejemplo fue Viena, con la construcción de la calle Anillo iniciada en 1859 que facilitó el movimiento de los turistas, o la reconstrucción de Paris y la iluminación de sus calles, que le valió un título aún vigente, “Ciudad Luz” y facilitó el turismo nocturno.
El desarrollo del fonógrafo y la accesibilidad a la música impulsaron la popularidad de la ópera y con ello el turismo cultural, todo se transformaba y sumaba en este proceso donde la cultura juega un papel fundamental como referente de los pueblos elegidos para guiar el mundo hacia una nueva era de “Progreso”.
Las grandes mejoras en la salud, la alimentación y la higiene permitieron ampliar la geografía del turismo a zonas más cálidas, antes insalubres, invirtiendo la geografía del turismo y sus imaginarios, a lo que se sumaron los servicios municipales que hicieron de las ciudades lugares más atractivos y más seguros, transforman a la ciudad en un escenario del turismo y así comienza el turismo cultural urbano.
El auge de la educación de las mujeres, camino a la revolución femenina de mitad del siglo XX, sirvió para abrir las puertas a la información de revistas y libros y ello promovió el turismo, entre los que destacaban los libros de viajes en un mundo aún “infinito”.
En la década de los setenta del siglo XIX, período de consolidación de la era Victoriana, concluye una parte inicial de estos cambios y comienza lo que Hobsbawm define como la era del Imperio, período en que se inicia la nueva colonización para un modelo necesitado de materias primas y de nuevos mercados, derivado de cuatro situaciones: la primera es tecnológica, nuevos motores y combustibles; la segunda se consolida la economía de mercado; tercero, el liberalismo de libre competencia se impone y cuarto aparecen las competencias entre los imperios y naciones (Hobsbawm, 2005, p.313).
En 1879, casi un millón de turistas visitó Suiza, más de 200,000 eran norteamericanos, el 5% de la población total del país y en 1880 la renta per cápita del “mundo desarrollado”, era más del doble que la del “tercer mundo” (Hobsbawm, 2004, p.22/23). En la década siguiente Europa comienza el reparto de África y con ello un nuevo colonialismo que genera el capitalismo.
Siglo XX
La primera mitad del siglo XX fue de las grandes contradicciones que se cubrió con la mayor crisis del sistema (1929-30) y dos guerras mundiales, proceso en el cual el Imperio Británico es desplazado por Estados Unidos.
Inicia el siglo con la invención y pronta industrialización masiva del automóvil y, en el caso europeo, la expansión de las carreteras; Francia pasó de 331,000 km en 1871 a 539,000 km en 1911, y en 1900 apareció la primera guía de rutas Michelin, hasta hoy vigente.
Esta época fue dominada por un paradigma industrial generado por la industria automotriz, el fordismo, el cual se basaba en dos grandes premisas: la estandarización de la producción y la producción en masa, fundamental en el consumo de automóvil. La popularización del mismo abrió nuevas rutas turísticas.
En la primera post–guerra, Coco Chanel cambia la moda imponiendo el bronceado como un atractivo principalmente en las mujeres y creando una serie de trajes de baños, a lo que suma la introducción de la ropa informal o sport, todo adecuado al turismo emergente. Como la moda se impone y cruza el Atlántico, en 1931, en Estados Unidos sale el primer tren “especial bronceado”, que llegó a las playas de California, que emergía como un lugar turístico alternativo a La Florida en el Atlántico.
Un dólar fuerte favoreció a los estadounidenses para viajar a Europa y seguir las huellas de los grandes escritores como Ernest Hemingway y otros que estaban redescubriendo el Mediterráneo y el resto de Europa. Michelin, un promotor incansable del turismo comienza a clasificar los restaurantes en 1926 y un año más tarde, se publican las primeras guías turísticas de Europa, que se suman a las guías de carreteras de comienzos de siglo.
La colonización europea, que se inicia luego de la Conferencia de Berlín en la penúltima década del siglo XIX, crea colonias que tienen el atractivo de lo “exótico” para el turista.
En 1936, al inicio de la segunda guerra mundial, el Frente Popular creó las vacaciones pagas y los albergues juveniles, que permitieron a los jóvenes descubrir su país. Luego vinieron, los Scouts, clubes de viajes y colonias de vacaciones, que en Francia albergaban a más de 100,000 niños.
En la Italia Fascista, gobernada por Mussolini se impuso también un modelo que se denominó Opera Nazionale Dopolavoro (OND), creado en 1925 y sus fines fueron el empleo sano y provechoso de las horas libres, por medio de instituciones que les permitían desarrollar sus capacidades. Segundo, la utilización sana y provechosa del descanso a través de una organización nacional a la que tenían acceso la mayoría de los trabajadores (Sgrazzutti, 2004).
En 1933, en Alemania el régimen Nazi fundó una organización del tiempo libre NS-Gemeinschaft “Kraft durch Freude” (KdF), ellos construyeron en el mar Báltico en la isla de Ruegen, un balneario con capacidad para 20,000 turistas, además de crear una red de viajes cortos de fines de semana por toda Alemania. Esta organización se basa en la OND de Italia, y está considerado el comienzo del turismo de masas (Liebscher, 2005).
Durante la España franquista se crearon Residencias de educación y descanso, cuyo objetivo final era la vida al aire libre y el adoctrinamiento (Moraguas, 2006, 37).
El intercambio de estudiantes en el período de las entre guerras también fue importante y a nivel de empresas hoteleras se creó en la década del treinta el “todo en uno”, hoy conocido como el todo incluido, cuyo valor era de una libra esterlina, lo cual fue aprovechado por los ingleses. En 1937 se abre el primer campamento de vacaciones comercial, llegando ese año a alojar 500,000 personas.
Todos estos avances se suman en el proceso de un nuevo despegue del turismo al final de la década de los cuarenta, pero no se trata del turismo por sí, sino de una nueva estructura de la sociedad donde los viajes y el ocio juegan un papel fundamental y a la vez comienzan a transformarse en elementos importantes en el incipiente mundo del consumo masivo.
Por esto es importante asociar ciertos avances en la industria con nuevas opciones de consumo y el turismo. Un ejemplo válido es la aparición en el mercado de automóviles muy baratos: Renault 4CV, Citroën 2CV (1947), que serán los nuevos motores de la familia que pretende ocupar sus tiempos libres y sus buenos ingresos en el ocio y el turismo.
En Europa, en 1949 comienzan los viajes de turismo, del estilo que hoy conocemos como chárter, como fue un primer avión con turistas de paquete a Córcega, un lugar que se comenzaba a poner de moda.
Como preámbulo de la siguiente etapa del turismo masivo se expresa en una estadística sobre el movimiento de turistas internacionales entre 1950 y 1998 pasó de 25 a 650 millones, algo que sólo puede ser entendido dentro de una nueva etapa del desarrollo del capitalismo que genera un gran consumo y una nueva calidad de vida, para el occidente desarrollado.
El turismo de masas, cambios sociales y tecnológicos
El término turismo de masas se popularizó entre los años 1950 – 1970, cuando se da el boom del turismo y debido a ello es que los turistas internacionales doblaban el número de turistas cada siete años. Se estima que el término se relacionaba al consumo de masas en auge en esa época. El término “turismo de masas” fue usado inicialmente en Francia en 1962 (Bertram, 2002, p.125).
Pero el turismo de masas de la segunda mitad del siglo XX era diferente, si bien era masivo era una opción más personal, guiada por la mano invisible del mercado, que les llevaba a consumir en vacaciones, en viajes a diferentes lugares de acuerdo a las posibilidades, un modelo hoy superado. Un cambio profundo de tecnologías y de estructura de la sociedad produjeron una gran revolución en occidente, en uno de los mayores escenarios de confrontación: la guerra fría, por lo que el turismo se transformó en una de las principales opciones de consumo, dado su gran efecto demostración.
El Mediterráneo, centro del desarrollo del turismo de masas “democratizado” comienza al finalizar la segunda guerra a recibir turistas, siendo el primero de los países-destinos, Francia, hasta 1955 al ser remplazado por Italia hasta 1959, pero ya en 1964 España era el país el líder de arribos de turistas internacionales (Fernández, 1991, p. 598).
La crisis económica de la post guerra paralizó los centros emergentes de playas frías del centro – norte de Europa y le dio la oportunidad al Mediterráneo con mucho sol y que además era menos costoso y necesitaba opciones para su reconstrucción, así comienza el desplazamiento masivo de turistas nacionales e internacionales a las costas.
Sería un error explicar el auge del turismo como un triunfo en solitario, sino como parte de la expresión de una sociedad que multiplica su consumo muchas veces.
El comercio mundial tuvo un crecimiento del 1,568%, pero sólo el 12% de la población mundial consume el 60% de los productos y servicios. El turismo internacional creció en un 2,860% (Casado y otros, 2011, p.80).|
La sociedad de consumo a comienzos del siglo XXI es de una media de 1,700 millones de personas, el 28% de la población mundial, la gran mayoría vive en los países desarrollados y éste es el principal universo del mundo del turismo, como de todo el consumo en lo general (Radiochango, 2004).
Los cambios en la sociedad del consumo son muy profundos. En el siglo XIX era más caro comprar una biblia que ir al teatro; hoy es al revés, porque los objetos cuestan cada vez menos y el factor humano cada vez más. La pregunta es por qué se incrementa el valor donde la materia prima es el propio hombre: porque la técnica elimina al hombre y limita su propio uso, y donde éste recupera espacios en los servicios su valor es mayor (Cohen, 2001, p.67).
Bell sostenía que la nueva sociedad post-industrial tenía cinco dimensiones: la primera, el cambio de la producción de mercancías a servicios; la segunda, el cambio ocupacional. En 1956 en Estados Unidos había más empleados de escritorio que obreros. La tercera es el principio Axial, el conocimiento como nuevo eje del cambio en la sociedad: la sociedad del conocimiento; el cuarto es el control de la tecnología y de las contribuciones tecnológicas; y la quinta es la creación de una tecnología intelectual, orientada a definir una acción racional e identificar los medios para llevarla a cabo (Bell, 1991, p.30).
El turismo de masas, como el sistema que lo aloja y del cual es tributario, está vigente y en plena expansión en la actualidad, y para poder comprender su evolución lo estamos analizando en sus tres grandes etapas que a su vez determinan el desarrollo del mismo.
La globalización y sus grandes cambios (1990 – 2011)
En los noventa se da un triunfo a lo pirro, cae el URSS y los países miembros del Pacto de Varsovia y ello lleva a Estados Unidos a decretar el fin de la guerra fría y con ello del comunismo, mientras el país profundiza el proceso de terciarización de la economía en favor de los servicios, a partir de una revolución violenta: la imposición del neoliberalismo.
China entra al capitalismo global y crece dentro de él con un modelo propio, una especie de capitalismo de Estado, cuyos resultados son excepcionales y en la primera década del siglo XXI, llega a ser la segunda economía del mundo por encima de Japón y Alemania, a la vez que también logra ser la segunda potencia científica del planeta. Para el 2020 será la primera potencia turística, ya que según el Consejo Mundial de Viajes aportará junto con los socios del BRIC, 1,000 millones de viajeros (Greco, 2011).
¿A qué cambios se debió adecuar el turismo en la nueva era global?, ¿estos cambios le beneficiaron como modelo? Desde los intereses y el funcionamiento del sistema sí, porque su crecimiento se ha mantenido constante ya que los turistas prácticamente se duplicaron desde 1992 con 536 millones al 2008 con 934 millones de turistas (OMT, 2009).
La deslocalización de las grandes empresas y redistribución en una geografía regida por los bajos costos y legislaciones “flexibles” han logrado revivir el nomadismo en la población, todos somos viajeros, aunque estemos en el hogar viajando en la dimensión de la web o la televisión; la gente se mueve, unos por trabajo, los inmigrantes o ejecutivos; otros por el ocio, los turistas (Bauman, 2001, p.104).
La empresa dejó de ser jerárquica porque la sociedad también lo es aunque en el fondo la sociedad esté más polarizada, pero los de abajo sienten que están avanzando, el efecto demostración les permite vivir como los otros, aunque en otra dimensión. Las líneas de bajo coste y las oportunidades de bajos precios en paquetes a créditos largos, mueven a los que nunca habían soñado con viajar. Ya no pagan presencia sino tiempo de trabajo allí o en otro lado, no hay supervisores, el trabajador es medido por sus resultados, en el turismo los vendedores de tiempo compartido, los que venden por Internet, los que ofrecen servicios, todos se ajustan a estos cambios.
La globalización no implica el fin del trabajo sino la transformación de éste en cotidianidad; los viajeros turistas o de negocio no dejan un tiempo libre entre contestar correos y analizar proyectos. Así la presión de la vida en un tiempo muy dinámico, el estrés es el eje de la nueva salud, nos afecta el no poder competir, no llegar primero, ya que el éxito se premia con más consumo.
La globalización genera un proceso mundial de transformación territorial, dejando algunos lugares abandonados y otros ocupados por las “ventajas” que ofrecen. El turismo es también un proceso de deslocalización del ocio de los grandes grupos sociales a costos bajos para que puedan ir las clases medias bajas de los países centrales a la periferia a menores costos que en su país.
Así, el turismo se integra a la globalización no sólo deslocalizando sino también generando nuevos escenarios como las islas que compran las grandes navieras para que los cruceros tengas sus zonas de descenso controlado o las construcciones de islas artificiales en Dubái para grupos de altos ingresos. Al buscar países de bajo desarrollo, el negocio es completo porque incluye el abastecimientos desde los países emisores, que transforman a países débiles en modelos neocoloniales, un ejemplo es el “paradisíaco” Caribe insular.
La cuestión ambiental es también una característica de esta nueva etapa, más como una cuestión de marketing que de “conciencia” ya que los países centrales protegen su territorio y generan grandes alteraciones en la periferia, de allí que las políticas ambientales en el turismo son como en el resto de la realidad mundial, más propaganda que acción, ya que el problema es el sistema global.
Las grandes transformaciones de la era global que han desplazado a las que se habían logrado en la era industrial, como cambiar los ejes sociales fundamentales, el trabajo y la familia, han generado una reingeniería social. Al desaparecer la estabilidad laboral, de la oficina y del lugar común de trabajo, el sujeto queda en libertad de hacer lo que le plazca menos evitar la función central: sobrevivir, de allí que al hombre le toca hoy, “domesticar lo inesperado para convertirlo en entretenimiento”, lo cual era sostenido por Lehtonen y Maenpaa (Bauman, 2003, p.68).
En esta sociedad del ocio, la gente está siempre apurada y consumiendo no para satisfacer necesidades sino es el deseo algo más volátil y efímero. Esto se ajusta a lo que sostiene Ferguson, el consumismo actual no se basa en la regulación del deseo sino en la liberación de las fantasías y anhelos (Bauman, 2003, p.82).
Este nuevo marco a partir de fantasías e imaginarios potencializa al turismo dándole un papel cada vez más determinante en la sociedad de consumo, como producto en permanente transformación y como refugio de anhelos, aspiraciones y frustraciones de una sociedad cuya meta es consumir y en ella está la propia definición y auto calificación del sujeto.
Las transformaciones del sistema y el turismo
El capitalismo ha tenido varias etapas, para otros dos eras: la industrial y la post– industrial y cada una de ellas moldeó una sociedad muy diferente. La sociedad industrial es, para Bauman, la sociedad sólida o estable; en la post–industrial, sociedad liquida o fluida, todo tiene una vida o temporalidad muy corta y va cambiando de acuerdo con las tendencias del mercado (Bauman, 2003, p.11).
En este marco, el turismo ha tenido que redefinirse para no quedar fuera de estas nuevas leyes que rigen el capitalismo global y sus transformaciones alteraron cuestiones fundamentales de este modelo. La sociedad de consumo es un marco más amplio para el desarrollo del mismo ya que ha cambiado la relación entre trabajo y ocio, ayer una dicotomía hoy dos caras de una misma realidad.
La globalización ha impulsado, según Guiddens, la caída de las fronteras económicas, políticas, sociales y morales, esto enmarcado en una nueva concepción del tiempo donde la inmediatez hace correr más rápido el reloj ante el peligro de perder nuevas oportunidades. El mundo del dinero, el mercado financiero mundial, es un ejemplo, está abierto las 24 horas del día debido a los diferentes usos horarios, unificados por el tiempo real de internet (Guiddens y Hutton, 2001, p.15).
La revolución de las comunicaciones cambió al mundo de las distancias a una dimensión: el tiempo real y con ello lo lejano y lo cercano como categorías cambian de sentido, ahora todo es cercano en la medida de los medios y nada es lejano con la revolución de los transportes. En el turismo, el tiempo y el espacio son fundamentales; el tiempo entre la idea del viaje y el arribo al destino era en la sociedad industrial parte de la fantasía del viaje, pero el Internet la cambió y hoy el viaje es una ratificación de lo antes conocido en la web.
En el nuevo turismo hay un pre-viaje, que es el conocer a través de las imágenes y en tiempo real para definir que se hará, que hotel se tomará, las rutas, los productos a visitar y dónde están; el turista hoy hace un primer viaje de expedición y uno segundo de comprobación.
Un segundo tema es que en la globalización hay una fuerte economía intangible, la que genera la economía del conocimiento y ello en el turismo se expresa como un nuevo producto y una nueva fuente de empleos: la venta de experiencias ya probadas para turistas que quieren hacerlas suyas en un marco controlado y reduciendo los riesgos. Hoy se transforma la realidad adecuándola a los nuevos imaginarios del turismo ya que el turista quiere experimentar, conocer pero no estudiar, entender pero no razonar, eso lo hace el promotor.
La revolución femenina cambió la tradicional estructura de la sociedad y de su centro: la familia; la igualdad de género duplicó el mercado laboral y de consumo, y allí el turismo amplió sus opciones al diversificar los segmentos por género, por nuevos tipos de familia, por profesiones, por hobbies o por opciones sexuales o religiosas.
La nueva sociedad se organiza en red, algo que algunos sociólogos interpretan como el ocaso de la sociedad tradicional y el fruto de un nuevo tipo de manejo del tiempo y las comunicaciones, donde al aumento del individualismo corresponde a una necesidad de comunicación y de exhibición, fruto de querer eliminar lo privado y que todo sea público. Así aparece la “cultura del striptease”, que presupone la existencia de una audiencia cuyos miembros son voyeristas y que están cómodos viendo las revelaciones íntimas de los demás (McNair, 2004, p.30). El turista hace lo mismo a través de las redes sociales como Facebook, viaja y en paralelo se muestra como viaja.
En la era industrial, los bienes eran una fuente de riqueza; en la nueva era del acceso, lo son la imaginación y la creatividad. En la época de las grandes industrias, la propiedad era la síntesis del poder; en la nueva era es un lastre, capitales muertos sólo por demostración. En la era industrial, el mercado era de compradores y vendedores; en la era del acceso es de suministradores y usuarios, hoy en el mercado global se venden más franquicias que propiedades, que es la compra por un tiempo fijo de experiencia organizada y estructurada para operar (Rifkin, 2000, p.5).
En el turismo hasta los tiempos compartidos han dejado de representarse como una propiedad adquirida por un tiempo limitado y se han transformado en puntos, que son intercambiables, ampliables y adecuados a los nuevos gustos del consumidor. Ya no es un lugar fijo sino una red mundial de sitios que puede elegir, incluido los cruceros.
Los nuevos grandes hoteles son proyectos que se abren sólo una parte para alojar y vender y la otra para promover su venta y así al final del ciclo de construcción están ya vendidos y la recuperación del capital, una de las cuestiones fundamentales en el sistema, se salta una antigua premisa: “amortizar”; ahora se construyó y se vendió.
En este nuevo modelo de sociedad, el tiempo cultural se desvanece dejando a los hombres sólo con vínculos comerciales como elementos de apoyo de una nueva “civilización” y eso es la crisis de la post–modernidad, donde los jóvenes tienen un mundo mucho más teatral que ideológico, más orientado al juego y al ocio que al trabajo.
Todas las leyes de la economía resultan obsoletas cuando se abandona el orden mercantil, convertido en prótesis de sí mismo; el hombre será producido como una mercancía más, la vida será objeto de artificio creadora de valor y rentabilidad. Así el patrimonio genético hecho mercancía, mata a la especie, y así el hombre es producido y pensado como un objeto (Attali, 1991). El turismo de maternidad – adopción en los países pobres o el turismo de trasplante, donde es posible hacer de los órganos un negocio son nuevas opciones a un mercado sin límites en el cual el hombre es la mercancía.
A diferencia con las otras ideologías políticas, el neoliberalismo no crea nuevas conductas ni cohesiones, pero introduce una nueva jerarquía: el objeto definido como una simple mercancía y con ello los hombres comienzan a adoptar a la mercancía como lo único real (Dufour, 2007). Esto no se da en todo el mundo, hay vastas zonas poco impactadas y controladas por el sistema que se resisten a este cambio, pero el turismo introduce las nuevas reglas que rompen con la solidaridad y los pueblos, desde la historia y cultura, terminan vendiéndose a sí mismos.
Planteamientos alternativos al modelo dominante
El turismo es una pieza del sistema capitalista global. Esta afirmación es lo opuesto a la lectura tradicional del sistema, que considera al turismo como algo “ajeno al mismo”, con vida propia, lo cual es un absurdo y es una visión política de un tema central en la ideología dominante de la nueva sociedad de consumo.
Desde la antropología primero y luego la sociología se han planteado los estudios alternativos a la visión “ideológicamente aislacionista”. Nash fue el primero en identificar al turismo con el imperialismo en la década de los setenta, en pleno auge del imperialismo norteamericano, con una visión que los países centrales emisores tienen una relación colonial e imperial con la periferia,
donde están las grandes atracciones del mundo del turismo, por ello esta situación los obliga a transformarse según los gustos de los países centrales (Nash, 1989).
Francisco Jurdao, en medio del auge de la Costa del Sol española, es el primero en denunciar la perversa ecuación del modelo inmobiliario de turismo y la expulsión de los campesinos que son remplazados en las nuevas ciudades por inmigrantes temporales: turismo residencial (Jurdao, 1992).
En el caso de América, en Belice, una excolonia británica, para el caso de los pescadores y en relación con los norteamericanos, experiencia que nos tocó trabajar para la formulación del Master Plan en Turismo en San Pedro, Ambergris Caye, un destino de turismo internacional (Arnaiz y César, 1995).
Dentro de la antropología, De Kadt plantea una perspectiva crítica del turismo como modelo de desarrollo a partir de una reunión de expertos que analizaron diferentes programas de desarrollo del turismo; fue de los primeros que logran borrar la imagen de “la industria sin chimeneas” (De Kadt, 1991).
Los antropólogos Louis Turner y John Ash plantean que el turismo es una industria cuyos impactos son más fuertes que los beneficios y da por ejemplo las islas del Caribe, que para tener turismo tuvieron que dejar la agricultura e importar todos los alimentos, con lo que se generó una gran dependencia (Turner y Ash, 1991).
Una propuesta
¿Se puede hablar del turismo por partes, o bien, como generalmente se lo trata como un servicio o como un modelo de desarrollo? En la primera parte del siglo XX, el turismo era un servicio complementario al sistema capitalista y que se orientaba a promover los viajes de grupos de un cierto nivel adquisitivo, lo que podría considerarse un consumo suntuario.
Con el auge de las revoluciones sociales y tecnológicas que se dan en la segunda parte del siglo XX que sientan las bases de la futura sociedad de consumo, el turismo comienza a sufrir una verdadera metamorfosis como el resto de las mercancías del mercado, todas se volvieron indispensables, todas se hicieron imprescindibles, todas debían consumirse a fin de poder dar a los consumidores un estatus diferente; consumir era reposicionarse socialmente, vivir.
Así el turismo se desfasa de las tradicionales vacaciones, ya no es el viaje de descanso de las largas jornadas de trabajo, ya no se trata del viaje familiar para integrar más a la familia, ésta también estaba pereciendo en los cambios que se estaban operando. El turismo deja de vender descanso para el tiempo libre y se transforma en un consumo de un tiempo indefinido en el que se unen nuevos consumos de ocio ya definido y trabajo a distancia, una ecuación que se consolida con el final de la sociedad del trabajo y el auge de la sociedad del ocio y el consumo.
El crecimiento del comercio mundial es mayor pero proporcional al del turismo mundial, ya que en general abarca el mismo universo, la parte de la sociedad con capacidad de consumir en diferentes niveles. El turismo deja de ser algo particular en el sistema y adquiere el nivel de ser parte de la cotidianidad.
Todos los que pueden consumir viajan, como sostiene Bauman, unos por negocios, por trámites, por diversión, por búsqueda de nuevas experiencias; porque los que no consumen viajan también, pero por necesidad como son los migrantes, por lo que al final, la mayoría de gente está en movimiento.
El turismo como proceso integral del sistema tiene varias dimensiones, las cuáles se articulan entre sí para conformar una unidad dentro del sistema. Así tenemos, primero la dimensión territorial donde la función del turismo es heredada del colonialismo, integrar a pueblos y culturas, reciclar lugares en crisis, revalorizar zonas con potencial de negocio, crear nuevos territorios para ampliar la geografía del turismo.
La segunda es la dimensión económica que integra el modelo al sistema, al mercado financiero mundial, genera una larga cadena de servicios, que va del alojamiento al transporte, de la restauración a los tours, pasando por las compras de los turistas y el abastecimiento del propio modelo.
La tercera es la dimensión ideológica que responde a una función central del sistema: el consumo permanente, complementada con la función de comparación y revalorización en los pueblos recientemente integrados y que forma parte de la anestesia social en el proceso de transición. Y a nivel general, ésta profundiza la falsa conciencia de compartir con el turista el techo, las esperanzas pero no la realidad, ya que la mayoría de los casos el turista viaja, pero en realidad “nunca salió de su realidad”, anda pero no ve, sólo compara para creer que está mejor.
La cuarta es la dimensión social, que se da en las sociedades de acogida y que se expresa en el efecto demostración de la contraparte ciudad turística. Lo grave de ésta es que genera una distorsión en el mercado laboral que se expresa en el social y en lo económico y termina transformando a la sociedad de trabajadores en una de consumidores.
La quinta es la dimensión política; allí el Estado es el garante del proceso porque subvenciona al empresariado con otros servicios, ya que el papel político del turismo es transformar la esperanza en meta de desarrollo para mejorar la sociedad, pero generalmente termina en una esperanza frustrada.
Así entendido, el turismo es más que hoteles y aviones; es un proceso dentro de un sistema, un proceso que hoy ha asumido un papel fundamental ya que el modelo de sociedad que vivimos ha privilegiado el ocio junto al trabajo en una mezcla perversa, que ayuda a profundizar esta sociedad asimétrica, pero transformando el proceso en un espectáculo.
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