[testimonials design=»clean» backgroundcolor=»» textcolor=»» random=»no» class=»» id=»»][testimonial name=»José Ingenieros» avatar=»none» image=»» image_border_radius=»» company=»1877-1925″ link=»» target=»_self»]“En la utopía de ayer se incubó la realidad de hoy, así como en la utopía de mañana palpitarán nuevas realidades”[/testimonial][/testimonials]
Dr. Alfredo César Dachary
Los tiempos cambian
Cuando niño caminaba a la escuela y me cruzaba con los obreros de la industria que rezagados corrían para no llegar tarde al trabajo, a veces se confiaban de los pitares de la fábrica, ese sonido agudo que llamaba al trabajo como la campana de la escuela que nos llamaba a clases.
En esa época, los pocos que viajaban en avión salían en las páginas de sociales del diario local como destacados viajeros, ya que antes eran reconocidos empresarios, funcionarios u otra forma de tener poder y dinero.
La escuela sigue llamando temprano a los niños a sus aulas, pero los obreros, como se dice hoy comienzan a ser una “especie en extinción”, que es remplazada por nuevos trabajadores que manejan computadoras para hacer cosas o controlar a los nuevos “obreros”, los robots, que los remplazan.
El sueño del mundo industrial que fue prediciendo Julio Verne, toca a su fin junto al siglo XX, y con ello comienza a desdibujarse la frontera o la dicotomía fuerte de este modelo: trabajo y ocio, antes la había precedido la extinción de otras como campo y ciudad hoy unidos en la web y en el mundo virtual, así como otras muertes ya anunciadas, la distancia, esa verdad que nos ancló durante siglos a una reducida realidad.
A veces es difícil y quizás no estemos preparados para entender ese cambio de paradigma donde el trabajo y el ocio se mezclan en una especie de mar de ensueños, en medio de un mundo tecnológico cada vez más individualista pero más conectado y dominado por una nueva meta, ayer fue el progreso y hoy es el consumo.
El mundo ya cambió
A mitad del siglo XX, en Estados Unidos, las fábricas dominaban el universo territorial de la primera potencia hegemónica de ese siglo, había ciudades donde sólo se construían autos como Detroit, otras eran del petróleo y sus derivados, y las grandes fábricas de la guerra se transformaron en productoras de confort, un cambio de 180 grados, de vender muerte a ofrecer felicidad.
En Estados Unidos, en el 2013, el 75% del PIB lo genera el sector servicios que ocupa al 68% del total de la población; es la nueva cara de la economía global, donde los servicios han pasado a ser el centro del nuevo paradigma de la misma.
Los servicios más poderosos son los financieros, algo que hoy se denomina “el casino del dinero”, donde empieza a funcionar esta nueva realidad global de miles de millones de dólares que, superando la dicotomía de la distancia, recorren el mundo cosechando beneficios; este juego de pocos que ha hecho de los bancos el eje del poder, es una fantasía hecha realidad, una tragedia transformada en verdad.
Los bancos regulan nuestra vida, nos dan horas de felicidad y tiempo de tragedia, nos controlan a través de un pequeño pedazo de plástico, que se denomina tarjeta, y así como los poderosos ganan en la especulación, nosotros ganamos consumo con el gasto, que es premiado con puntos y otras trampas para que nunca más podamos ver la luz.
El hombre, como el ratón atrapado en medio de este mundo de dinero que no se ve pero se gasta, que se cobra consumo que nos atrae y deuda que nos agobia, vive su nueva fantasía de este mundo de fantasía, donde en vez de comprar “indulgencias plenarias” tiene más crédito en la tarjeta, dos maneras de “llegar al cielo”.
Los servicios nos hacen pensar que la felicidad se logra a través del móvil, llamando por comida, viendo el último juego, reservando en un teatro o en un restaurante de moda, es la nueva “llave de la felicidad”, es parte de la alfabetización en la nueva educación “para el consumo”.
El nuevo mundo del consumo tiende a ser socializante y la vieja frase, que según el celular que tienes nos dirá quién eres, es un tema hoy superado por la magia del crédito, que es la forma de anclar al sujeto junto a la máquina de consumir y el equipo para producir.
Trabaja y juega, ¿es posible? Sí, es una doble alienación, la de la rutina de la vida y la del trabajo unidas en el juego del celular que se ha transformado en el alter ego del “hombre pequeño”, ese enano que no ve más allá de las teclas del móvil, extensión de sus dedos que le permite trabajar, jugar y amar.
La fábrica de sueños
En el corazón de este nuevo paradigma está el turismo, que abarca toda la geografía del planeta y que además es la actividad más dinámica de la economía mundial, la número uno en empleo y crecimiento.
Pero ¿ por qué este gran conocido es a la vez un gran desconocido?, ¿es que la visión profesionalizante del turismo como un servicio ha logrado ocultar la gran dimensión de este fenómeno, que hoy juega un papel fundamental como modelo de desarrollo del sistema y como soporte ideológico de la sociedad del consumo, que es su consecuencia directa?
El turismo es uno de los modelos de desarrollo del sistema capitalista global y por ello su gran dinamismo y posibilidades, pero éste tiene un costo muy elevado ya que se inserta en el sistema por lo cual genera las mismas consecuencias: un crecimiento asimétrico.
Pero el turismo, como modelo de desarrollo del sistema, reproduce y, a la vez, aloja una doble contradicción, que se ubica en el corazón de la “fábrica de sueños”, como una demostración que vivimos en un mundo mágico una mezcla de utopía y fantasía.
La primera es la más oculta y opera hacia dentro de sí mismo como “producto” porque se presenta una copia “maquillada” de la realidad que se vende como la realidad misma, haciendo de lo transformado una nueva verdad, cuya principal función es la de responder a los imaginarios que tiene el hombre en su perspectiva de la búsqueda incesante de nuevos objetos de consumo, en este caso, de ocio y placer.
La segunda es complementaria de la primera, ya que el turismo como modelo se le ubica siempre como una actividad desvinculada del sistema en que se genera y, por ello, se presenta como un “hecho emergente” que hace realidad los sueños del turista, la respuesta del genio al deseo del viajero.
Ambas contradicciones forman parte de la magia moderna, la vida como ilusión, que hoy llega a extremos de hacernos pensar que seremos “casi eternos”, haciendo realidad el retrato de Dorian Grey.
Esta doble distorsión enmarca y amortigua los impactos del turismo, haciéndolo un modelo aparentemente “neutral” que responde al deseo del ocio, ocultando así los grandes costos de un complejo negocio, que deben asimilar las sociedades de acogida y los grandes beneficios que logra el sistema en el control de una sociedad asimétrica en contradicción permanente.
Así empezamos a entender que las contradicciones son relativas, como trabajo y ocio, ya que ambas se operan en una misma plataforma tecnológica, lo cual no es casual porque ésta a su vez responde a un mismo paradigma, todos los ejes son parte de un todo, porque en realidad, todo debe encajar en una forma de vida, que es la expresión externa del sistema a través de sus actores: los ciudadanos.
La vida consumo es la vida como fantasía, soñar, comprar y usar, desear trabajar y adquirir, siempre un mismo final, porque termina en consumo, pero se abre uno nuevo, es un carrusel de fantasías que mueve los resortes del sujeto actual, que vive dentro de una caja aunque le hacen creer que ésta es un escenario ajeno a él.
Salir de la caja de pandora sería como atravesar un agujero negro, pero ¿por qué hacerlo?, ¿será que hay vida más allá del consumo o simplemente un nuevo modelo más modernizado o más atrasado?
Si el país hegemónico basa su poder en la zanahoria y el garrote, la primera la da Hollywood, la segunda el ejército más grande del mundo, es que el sistema necesita ser controlado para que la fantasía no se transforme en realidad, esa dura realidad, que nos enfrenta a otro enemigo jurado: la verdad.
El mundo del turismo abarca todo el planeta y se construyó en base a mitos, a leyendas, ideas y suposiciones, todo lo necesario para hacer un producto de fantasía, pero ésta es sólo consumida por el 15% de los habitantes de este planeta, no más de 1,100 millones.
De allí que el mundo de la fábrica de fantasías no sólo existe sino que crece aceleradamente, el problema es que el cielo es para unos pocos, algo que se viene dando desde los comienzos de la era de los imperios, sostenidos por ejércitos poderosos y religiones masivas.
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