“Cuando me preguntaron por un arma capaz de contrarrestar el poder de la bomba atómica, yo sugerí la mejor de todas: la paz” Albert Einstein.
Alfredo César Dachary.
El triunfo y posterior asunción de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos para aplicar un programa de corte antiglobalista y orientado al comercio bilateral, nos plantea dos preguntas que pueden terminar siendo una sola: ¿se trata de una muestra de la falta de visión para enfrentar la crisis de la hegemonía unilateral, hoy visiblemente bi o trilateral, o es la expresión de una profunda crisis política la interior de Estados Unidos, que se refleja en la ascensión de este nuevo profeta del proteccionismo?
No ocurrió lo que planteó Paul Krugman cuando toma el poder Trump, donde anunció una crisis económica profunda, la cual no se dio, o bien porque era una visión de corto plazo dentro de los planes para frenar el impulso de este nuevo presidente que han tenido en forma conjunta los grandes diarios de Estados Unidos o simplemente porque se equivocó.
Pese a todo lo que se ha dicho, escrito y predicho, desde la asunción de la Administración Trump, Estados Unidos está bien desde el punto de vista económico, ya que el PIB, que avanzó un 1,5% en el 2016, crece ahora un 2,3% en términos interanuales, según los datos del tercer trimestre conocidos hace unos días.
A ello hay que sumar la excelente operación que realizó la Reserva Federal, que hizo que la gran recesión durara sólo dos años en Estados Unidos, que está a punto de cerrar su octavo año seguido en expansión y la tasa de paro ha caído hasta un increíble 4,1%, ocho décimas menos que la heredada de Barack Obama, y el mínimo en 17 años.
¿Entonces qué ocurre? El país hegemónico ha decidido optar por un modelo diferente, que aparentemente le ha dado resultados, frente a una sociedad cada vez más polarizada, entre dos visiones de país diferente, lo cual nos habla de una verdadera crisis política al interior de la sociedad.
Al ver la sociedad, como es el caso de New York, se distingue claramente que la gran riqueza se reparte entre pocos, pero esta ciudad global tiene respuestas sociales con el RAE, sinónimo de un artista callejero, de acción clandestina y en movimiento, que está desarrollando un nuevo reto en su carrera, ya que se ha encerrado entre cuatro paredes a la vista del público.
Este espectáculo, en vivo que muestra como se vive, es un modelo de diálogo social para saber muchas cosas de la sociedad profunda. Éste es un experimento que no deja de ser un observatorio de la metrópolis, que ha puesto de relieve los logros y los déficits en esta mega ciudad.
Uno de los términos más repetido por los que pasan por este show es el de gentrificación, que no es otra cosa que el encarecimiento inmobiliario que expulsa de los barrios a sus ocupantes menos favorecidos. Desde otro ángulo, el sociólogo John Mollenkopf expresa que es un problema más de éxito que de fallo económico de la ciudad, pero no deja de ser un inconveniente, ya que buena parte de sus residentes están al margen de esa vitalidad o sólo reciben las migajas del banquete.
La ciudad siempre está cambiando, y es cierto, pero el nivel de cambio que estamos viendo no es comparable, porque no es un cambio orgánico, sino que viene desde el gobierno, en connivencia con las corporaciones y las promotoras a fin de aumentar la especulación que genera mayor acumulación.
Un psicoanalista ofrece un diagnóstico, al pasar por el show “Nueva York era una ciudad neurótica, como Woody Allen, que se transforma en narcisista y sociopática, una ciudad en la que la gente tiene menos compasión por el otro, siempre ha sido muy competitiva, pero hoy lo es mucho más”.
Un ejemplo de estas grandes contradiciones pero también profundos agravios son las negociaciones sobre el futuro del Tratado de Libre de Comercio (TLC) , y uno de los asuntos más complejos en la relación de América del Norte, especialmente para México y Canadá. Uno de los temas más espinosos son los salarios de los trabajadores mexicanos, ubicados en el sótano de esta relación comercial – laboral trilateral.
Así tenemos que el salario mínimo real ajustado para compensar la inflación en México, ha caído el 22% desde la firma del tratado en 1994 hasta 69,7 pesos al día, menos de 4 dólares, ésto es grave porque el 70% de los trabajadores mexicanos cobra menos de tres salarios mínimos, y más de la mitad no están inscriptos en los organismos del Estado que respaldan sus derechos sociales, desde la salud a la jubilación. Veintitrés años después de la firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el trabajador mexicano medio cobra menos en términos reales de lo que sus padres cobraban en 1994.
Un trabajador de una planta sindicalizada en Estados Unidos cobra más de 40 dólares la hora; su homólogo mexicano solo ingresa entre uno y dos dólares a la hora. Hasta el obrero chino ha rebasado al mexicano. Los salarios nominales han subido el 157% en las plantas del automóvil de Shenzhen o Guanzhou desde el 2006 frente al 20% en las de Guanajuato o San Luis Potosí.
De modo que no es de extrañar que uno de los participantes en la negociaciones del TLC afirmase ante la prensa tras terminar una de las últimas rondas, “nuestro objetivo es incorporar requisitos que faciliten un aumento de salarios en México”. Lo que sí resulta extraño es que quien lo dijo no era Ildefonso Guajardo, el Secretario de Economía mexicano, sino Robert Lighthizer, el líder del equipo estadounidense. Mientras Estados Unidos y Canadá quieren una cláusula laboral que permita subidas de salario mínimo y la defensa de algunos derechos de convenio colectivo, el gobierno mexicano se opone.
La compleja situación que se da al interior, pese a la economía favorable y en el exterior con sus socios más cercanos, generan una combinación de escenarios de todas las posibles salidas a esta compleja situación, aunque nadie apuesta que el proteccionismo vuelva a reinar.
El tema no es menor ni para alegrarse, ya que este proyecto civilizatorio en torno al capitalismo ha entrado en una profunda crisis que más allá de las dificultades para autorreproducirse, sino que ahora esta situación lo ha llevado a desarrollar una estrategia bélica y de conflictos que hacen temer un holocausto nuclear, mientras que por el otro lado, fruto del poder de los votos del cinturón bíblico, Trump se retira del Tratado de París, en la lucha contra el cambio climático para seguir apostando a las energías sucias y altamente contaminantes.
El sistema global, aún hegemonizado por Estados Unidos, presenta serias limitaciones para iniciar una nueva fase expansiva de crecimiento económico, que genere un círculo virtuoso de productividad, rentabilidad, inversión, empleo y consumo, fundamental para consolidar su hegemonía, pero desde dentro, la OCDE pronostica un bajo desempeño económico global hasta 2060.
De allí las contradicciones de un sistema incapaz de poner en marcha una revolución tecnológica fuerte para generar un círculo virtuoso fundamental que logre romper este débil crecimiento mundial, lo cual lleva en la vanguardia la incidencia generalizada de la robótica y la automatización sobre la productividad del conjunto del tejido económico global.
Partiendo del informe de Davos, “la tormenta perfecta”, el auge de la robotización que implica un alto desplazamiento de mano de obra humana, el cual podría tener un efecto al final negativo, ya que puede aumentar la competitividad, pero al reducirse el empleo, y así el mercado tiene menos poder de compra que el que tradicionalmente tenía en forma directa o indirecta a través del crédito.
El agotamiento de las tres fuentes de energía: el petróleo, el gas y el carbón, es problema a pocos años y se agrava al no tomar las precauciones de remplazo, lo cual podría llevar a una situación caótica en un mundo interconectado y globalizado.
Ésta será la gran consecuencia emergente, pero atrás hay otra mayor que es el cambio climático y sus consecuencias, ambas serán “la tormenta perfecta” sobre un planeta sobrepoblado y con grandes poblaciones viviendo en diferentes niveles de pobreza. Una crisis alimentaria combinada con una energética son temas complejos pero no descartables ante un clima incontrolado y, por ende, éste tiene alterado en parte el proceso agrario, ganadero, forestal y pesquero.
Algunos autores plantean que estamos en medio de la fase geológica conocida como Antropoceno, donde le hemos dado un vuelco al destino del planeta y el ecosistema hasta volvernos tan poderosos como la tectónica de placas o la era glacial. Hay dos factores que nos llevaron a este proceso: la estupidez humana que es una constante en la historia y la tecnología, ya que en los últimos siglos nunca habríamos logrado hacer cosas tan tontas como llenar la atmósfera terrestre de agentes químicos.
Para Giorgio Griziotti, italiano radicado en París y autor de “Neurocapitalismo, mediaciones tecnológicas y líneas de fuga”, estos dos elementos arrojan luz sobre el papel social de nuestra simbiosis con la tecnología: primero como herramienta indispensable para el progreso y para una potencial rebelión y, por el otro, herramienta de control y sumisión.
Este autor revisa el concepto de capitalismo, por lo general asociado a un antiguo mundo de plusvalía y herramientas de producción, en una clave contemporánea tendiente hacia lo posthumano: si el avance tecnológico nos ha permitido cambiar el mundo de una manera tan profunda, ¿quién nos dice que no nos esté cambiando de igual modo a nosotros mismos?
De allí que el transhumanismo es una filosofía que combina bien con el neoliberalismo de Sillicon Valley, para algunos ya vista como una religión (Cientología) que plantea la visión del devenir máquina se convierte en un devenir Dios, por lo que la inmortalidad que se obtendría integrándonos en las tecnologías.
Ahora si queda a la medida el tradicional proverbio que sostiene que la historia se da primero como tragedia y luego se puede repetir como comedia; ésta ya es trágica.
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