“No hay que apagar la luz del otro para lograr que brille la nuestra” Gandhi.
Alfredo César Dachary.
El racismo parece ser una maldición que persigue al hombre, y que éste utiliza para poder justificar su injustificada diferencia, basada en mitos y la ignorancia, además de una falsa idea sobre el color de la piel.
La primera gran injusticia viene de la formación del patriarcado y la sumisión de la mujer a una relación inferior, como se veía normalmente en el hogar donde los esclavos, prisioneros o “gente diferente” estaban al servicio del amo.
Era la época del auge y dominación de la cultura grecolatina que justificaba la persecución muerte y la esclavitud del bárbaro (hoy las naciones más desarrolladas y más equitativas) y se excluye a la mujer de los roles activos en la sociedad. Son las primeras formas de mentalidad racista que acompañan al mito de que la creación del pueblo griego se realizó sin la intervención e influencia de ninguna cultura anterior. Así se atribuye su origen masculino, hecho que centra las construcciones racistas y legitima la discriminación sexista, y desde entonces racismo y sexismo fueron unidos.
Con la emergencia de la modernidad, a fines del siglo XV y a consecuencia del nuevo descubrimiento de otro continente, nuevamente aparece el racismo alimentado por la llama poco clara y menos justa de la fe, si no eran cristianos, eran animales y si no tenían el orden legal de la época sus tierras eran para el que las haya “descubierto”; saqueo, muerte y racismo se hicieron una sola cosa y se sentó así la base de esta gran diferencia que hoy divide a las poblaciones del planeta.
Con la revolución industrial primero, que esclavizó y discriminó a los pobres campesinos que pagaron el tributo de la nueva modernización con su vida, y a finales del siglo XIX se da una nueva expansión colonial que justifica y promueve la invasión, dominación y división de África, la nueva esclavitud emerge en la tierra que había mandado tres siglos antes a los esclavos.
Semejante atrocidad, inmoralidad o violación a los más elementales derechos humanos debía tener un justificativo, y éste salió de una ola racionalista y científica, basada en los precedentes del movimiento de libertad y humanismo de la Ilustración Francesa que atribuyó fundamentos biológicos a las diferencias étnicas y culturales entre los pueblos, en el contexto general del evolucionismo, los racistas defenderán la base genética para advertir las diferencias entre razas superiores e inferiores. Estos seudo científicos aún no se habían enterado que la primera raza de donde salieron la mayoría de los pueblos era la negra.
Simplificando el tiempo, diremos que luego viene el Darwinismo social, que está en la base de la justificación de más de 50 millones de muertos en la Segunda guerra mundial y una cifra un poco menor de la Primera gran guerra mundial, las que le antecedieron como la invasión japonesa a la Rusia zarista.
Las visiones supremacistas nazis de una raza aria superior, con derecho natural a ejercer el genocidio y la esclavitud de las que denominaban razas inferiores, a la cual también se les sumaban los homosexuales, los enfermos mentales y demás personas que no entraban en su visión racista.
El nazismo y algo más oculto como fue el racismo japonés, más fuerte y violento además de profundamente racista, tomaban sus postulados de una interpretación pseudocientífica, tanto de la teoría de la evolución como de la genética; hoy y no coincidentemente, sino como fruto de una nueva coyuntura, está en pleno resurgimiento como parte del modelo económico neoliberal y los movimientos de extrema derecha en Europa.
El darwinismo social le ha dado soporte ideológico al racismo y a las políticas económicas extremas, que siempre han dominado o sobrevivido en Europa subcontinente donde el eurocentrismo es la expresión más acabada del racismo global y la explotación planetaria en favor de minorías, que asola y es causa del gran hambre planetaria y millones de inmigrantes rechazados por los países que los colonizaron y hoy los desconocen.
Lo dramático es que hoy se han tomado y usado estos argumentos falsos ya sea para justificar todo tipo de discriminaciones, ya sea por motivos de cultura, raza, credo, escala social o sexo.
La resistencia del hombre blanco es un dibujado laberinto de ideas y contradicciones que por un lado condena la discriminación y, por el otro, la fomenta como base fundamental de un sistema que tiene como centro la desigual, y dentro de ésta la más escandalosa de todas, por lo injusta e inmoral, que es la resistencia del occidental dominante y dominado por el eurocentrismo a la plena igualdad de derechos a la mujer, que remplacen la declaración y se trasformen en acciones concretas.
En el 2009, Rehian Salam publica un artículo muy interesante sobre el ocaso, a veces largo para unos y corto para otros, de la hegemonía del hombre blanco, y parte de que los hombres han dominado el mundo desde siempre, pero la Gran Recesión (2008) está cambiando todo y alterará el curso de la historia.
En su opinión, las dos grandes guerras fueron el escenario donde las teorías sexistas y racistas probaron su insuficiencia y así pasan a la historia como neurociencia para unos e ideología pura para otros.
Desde la primera década del siglo XX, el mundo es testigo de un discreto pero fundamental traspaso de poder de los hombres a las mujeres, y hoy esto se ha acelerado y la consecuencia para Salam, será no sólo un golpe mortal al club masculino llamado capitalismo financiero, que metió al mundo en la catástrofe económica actual, sino que será una crisis colectiva para millones y millones de hombres trabajadores en todo el mundo.
Los estertores de lo masculino son fáciles de ver si se saben buscar. Pensemos, para empezar, en el impacto casi increíblemente desproporcionado que está teniendo la crisis actual en los hombres, hasta tal punto que algunos economistas ya hablan de “él-cesión”.
Más del 80% de la pérdida de empleo en Estados Unidos desde noviembre del 2008, plena crisis, han recaído en los hombres según la Oficina de Estadísticas Laborales estadounidense. En Europa, hay aproximadamente unos siete millones más de hombres sin empleo que antes de la recesión, en la medida en que sectores económicos tradicionalmente dominados por los varones como era la construcción y fabricación pesada sufren un declive mayor y más rápido que los tradicionalmente dominados por las mujeres: el empleo público, la sanidad y la educación. Se esperaba que, para finales de 2009, la recesión mundial haya dejado sin trabajo a unos 28 millones de hombres en todo el mundo, algo que no se pudo parar y es muy difícil de recuperar.
En Estados Unidos hay el peligro de que se deslocalicen entre 28 y 42 millones de puestos de trabajo más, según el economista de Princeton, Alan Blinder, antes de finalizar la primera década y a consecuencia de la gran crisis, y a ello hay que sumarle el hecho que los hombres están quedándose atrás en la adquisición de las credenciales educativas necesarias para triunfar en las economías basadas en el conocimiento que regirán el mundo posterior a la recesión.
Para la segunda década del siglo XXI, en Estados Unidos habrá tres mujeres licenciadas por cada dos hombres, y se puede esperar una proporción similar en el resto de los países desarrollados.
Según el American Journal of Public Health, “la tensión financiera del desempleo” tiene consecuencias mucho más importantes para la salud mental de los hombres que para la de las mujeres, ya que se habían desarrollado en una sociedad donde el empleo pleno es más masculino que femenino.
Pero el anhelo y la lucha igualitaria tuvo un tropiezo que es un abrupto despertar cuando a fines del 2016, Donald Trump gana la presidencia de Estados Unidos, coincidentemente a una mujer, aunque ésta no sea un ejemplo a seguir en la lucha de la liberación femenina.
Trump representa el estereotipo del WASP, del verdadero y ya pasado de moda poder masculino, en una sociedad donde el racismo es parte de la historia, hubo una guerra civil y de gran parte del siglo XX, el último país americano en terminar con la segregación racial, no tenemos de que asustarnos, y al ver la composición del voto todo queda más claro.
Los hombres blancos (WASP) votaron en un 58% a favor de Trump y mucho más evidente al analizar que los hombres blancos sin educación universitaria lo apoyaron en un 67% frente a un 28% que apoyó a la demócrata, lo que es la mayor diferencia entre los candidatos en ese punto desde 1980.
Y esto se repite al analizar el voto femenino donde un 53% de las mujeres blancas votaron al republicano, y que nuevamente esa ecuación se amplía cuando se trata del voto de las mujeres blancas sin educación universitaria.
La lucha no ha concluido, y los racismos siguen desfilando por el mundo, principalmente por las grandes avenidas de las capitales globales, les es muy difícil perder el poder que les da la sociedad patriarcal y la cultura imperial, pero solo queda decir que la lucha continúa. Así como hay un “neoliberalismo progresista”, también hay posturas “cómodas” que se adecuan a este modelo, ya que al final son los sectores más deprimidos los que más sienten el rigor de este modelo.
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