Post-verdad: la otra cara de la realidad.

“La verdad adelgaza y no quiebra y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua” Miguel de Cervantes Saavedra.

Alfredo César Dachary.

 

En el 2016 se dieron cambios de fondo, la mayoría no esperados. Así en Sudamérica caen derrotados los proyectos progresistas de Brasil y Argentina, ambos a consecuencia de una sucia campaña en medios a partir de mentiras, que luego la sociedad le tocó saberlo cuando el agua ya le llegaba al cuello.

En Europa, el Brexit y en Estados Unidos, el triunfo de Trump, también fueron montados sobre campañas en que muchos hechos citados no eran la realidad, no solo por sus equipos sino también por la oposición; en síntesis, la mentira ha subido al poder y si bien antes también ocupaba una parte del mismo, hoy lo domina.

Estos hechos que se han reproducido en las redes sociales y en muchas columnas llega al diccionario Oxford de la lengua inglesa y allí la palabra post-verdad, ya traducida forma parte de los anglicismos y de los nuevos conceptos que dominan al periodismo, lugar donde su inserción se transforma en una gran amenaza.

Pero ¿qué es la post-verdad? El Diccionario Oxford ha entronizado un neologismo como palabra del año y como nueva incorporación enciclopédica. Se trata de la post-truth o de la post-verdad, un híbrido bastante ambiguo cuyo significado “denota circunstancias en que los hechos objetivos influyen menos en la formación de la opinión pública, que los llamamientos a la emoción y a la creencia personal”.

Desde otro ángulo, también las post-verdades son estrategias que logran, contra toda la lógica, que una idea se imponga en el voto popular, ya que en la medida en que una y otra noticia han sobrepasado cualquier expectativa ortodoxa o racional, reflejando por añadidura la miopía de la clase política en sus iniciativas plebiscitarias o el escaso predicamento de los medios informativos convencionales en su esfuerzo de sensatez editorial. Podría ser también un sentimiento de impotencia frente a cambios que no se esperan y que todas las encuestas los ven como inviables.

La derrota de Hillary Clinton podría ser una realidad construida en base a errores y una lectura muy sesgada de la realidad, lo mismo que ocurrió con el Brexit, que lleva a la salida de Reino Unido de la UE, algo impensable meses atrás, pero que ocultaba un profundo malestar de los sectores más castigados por la crisis y recesión en el Reino Unido.

Pero quizás uno de temas que más golpeó a la sociedad y al mundo en general fue el fracaso del referéndum de las FARC en Colombia, el cual fue rechazado por escaso margen, pero esas son las reglas del juego y se pactaron antes de la elección por las partes.

El problema de post-verdad es el uso de medias verdades o mentiras para poder ganar las simpatías de las grandes mayorías, algo que no es simple porque hay que partir de medias verdades y luego irlas transformando en mentiras que parecen verdades, porque esto va directo a las emisiones de las grandes masas. Esto lleva a que grandes grupos con problemas graves terminen votando más con las vísceras y el instinto que con la razón o la lógica, de tal manera que el Diccionario Oxford considera necesario acuñar un término a medida.

La post-verdad se antoja una definición más ambiciosa en sus resonancias orwellianas y en el reconocimiento de un hueco semántico que discrimina la verdad revelada de la verdad sentida. En el caso de Trump, The Economist ya insinuaba que en el desenlace de las elecciones americanas la emoción jugaría un papel fundamental y afirmaba que «…Donald Trump es el máximo exponente de la política ‘post-verdad’, con una confianza en afirmaciones que se ‘sienten verdad’ pero no se apoyan en la realidad”.

Así la post-verdad puede ser una mentira asumida como verdad o incluso una mentira asumida como mentira, pero reforzada como creencia o como hecho compartido en una sociedad, todos los políticos son corruptos y Trump es un empresario, entonces ¿no lo sería?

Estamos en tiempos de post-verdades por la proliferación de las teorías de la conspiración, aunque el uso regular del término proviene de un libro que el sociólogo norteamericano Ralph Keyes publicó en 2004: Post-truth. (La era post-verdad: la deshonestidad y el engaño en la vida contemporánea) y allí plantea las bases de lo que hoy definimos como post-verdad.

Y el autor afirma que en un tiempo tuvimos verdad y mentiras, pero ahora tenemos verdad, mentiras y enunciados que pueden no ser verdaderos, pero consideramos demasiado benigno como para llamar falso, así abundan los eufemismos.  Eso nos lleva a que el término engaño da paso al giro y en el peor de los casos, admitimos «hablar mal», o «ejercer un mal juicio», pero tampoco queremos acusar a otros de mentir.  Esto es después de la verdad.

En la era posterior a la verdad, las fronteras se borran entre la verdad y la mentira, la honestidad y la deshonestidad, la ficción y la no ficción y engañar a otros se convierte en un desafío, un juego y, en última instancia, un hábito. La investigación realizada para su libro sugiere que el estadounidense promedio dice mentiras sobre una base diaria. Estas mentiras se extienden desde «Me gusta el sushi» hasta «Te amo».

Eric Alterman, quien revistió la idea de un valor político, tomando como ejemplo la manipulación que habría ejercido la administración Bush a raíz del trauma del 11-S, precisamente porque una sociedad en situación de psicosis iba a resultar mucho más sensible y fértil a la inoculación de post-verdades. Más aún, cuando se trataba de restringir libertades o de emprender iniciativas militares, empezando por la post-verdad de las armas de destrucción masiva, en Irak que nunca existieron.

Pero el tema nuevo es que la diferencia, ahora de la post-verdad, consiste en que no sitúa a ésta como un arma a disposición de la clase política dominante, sino como un poderosísimo y descontrolado recurso de los súbditos. Trump y el Brexit serían expresiones inequívocas de rebelión al sentido común, o sea, una mala interpretación de la realidad en ambos casos, la gente podría estar cansada de tantas mentiras de la clase política.

El líder del UKIP, Nigel Farage, punta de lanza de la campaña para salir de la Unión Europea que había fomentado a través de toda clase de eslóganes, tuvo que enfrentarse a una cuestión incómoda al terminar la  elección con el triunfo del Brexit, ya que uno de los más importante argumentos de este grupo era que había 350 millones de libras robados por la Unión Europea al sistema público de salud británico, que debería devolverse para fortalecerlo.

Farage y la campaña  habían mentido, y no les importó admitirlo veladamente la mañana posterior al referéndum y nadie salió en televisión defendiendo, por ejemplo, que gracias a la salida de la Unión Europea, el Reino Unido ya no estaría expuesto a la llegada masiva de inmigrantes turcos, cuya entrada en el espacio comunitario, según afirmaban miles de carteles repartidos por las ciudades de todo el mundo, era inminente. La idea era una mentira, pero funcionaba dentro de un relato interno, ya que la verdad no importaba.

En plena campaña electoral, Trump planteó la idea de que Obama no había nacido en Estados Unidos, y eso ocupó un espacio y un tiempo en los medios aunque luego se diluyó porque era una mentira, algo que usó Donald Trump en su campaña ya que afirmaba cosas falsas, al menos un 78% de las ocasiones en las que abría la boca.

En el 2008 aparece el libro genial de Christian Salmon, cuyo título es muy gráfico: “La máquina de fabricar historias y formatear mentes”, y que él resume al afirmar, “…el arte del relato que, desde los orígenes, cuenta, esclareciendo la experiencia de la humanidad se ha convertido bajo la insignia del Storytelling en el instrumento de la mentira del Estado y del control de las opiniones…”

Lo sucedido en Reino Unido y en Estados Unidos, pero también en otros países y en torno a movimientos de toda condición, ha llevado al debate intelectual a hablar de la democracia post-verdad, o sea, un punto en el cual ya no importa que un hecho sea verdad o mentira, sino lo que los votantes «sientan» hacia ese hecho.      Da igual que el relato sobre la deslocalización de fábricas en Estados Unidos sea discutible, lo importante es que los votantes de Trump «sienten» que han sido dejados de lado por la globalización, aun cuando no son ellos ni los más pobres ni los más afectados.

Ramón González Férriz, autor de “La revolución divertida” y director de “Ahora” periódico semanal, dice: «…Las campañas, los discursos parlamentarios y las promesas siempre se han apoyado, al menos en parte, en vaguedades o abiertas mentiras: no hay que escandalizarse por ello, está en la naturaleza de la política», explica. Verdad y discurso político no siempre han ido de la mano: nuestros representantes siempre han maquillado la verdad, han escondido los hechos en su beneficio y han vendido sus relatos más cómodos…”.

Quizás al final del pasillo, esté la verdad, como algo incompatible con las políticas a tomar como líneas, porque decirlas como son hundirían al político antes de llegar al poder.

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