“Si entre las muchas verdades eliges una sola y la persigues ciegamente, ella se convertirá en falsedad, y tú en un fanático” Ryszard Kapuscinski.
Alfredo César Dachary.
Hoy ya es un tema dominante en los análisis de las sociedades más desarrolladas en el siglo XXI, entender el ocaso de las mismas como algo inevitable, que históricamente ha caracterizado el ascenso y descenso de los imperios o grandes países en los últimos siglos, para no ir muy atrás.
La “Rubia Albión”, el imperio inglés más grande en territorio y población, que se dio en la emergente modernidad y la primera era del capitalismo, tuvo su auge en la segunda parte del siglo XIX y el ocaso lo marcaron las dos guerras mundiales, que cerraron el ciclo y abrieron uno nuevo con la hegemonía del gran triunfador de la segunda guerra mundial: Estados Unidos.
A partir de este cambio podemos entender el papel que juega su modelo de emergente sociedad, que dio origen al American Way Life (AWL), y de todo lo que la sociedad a nivel mundial más recuerda de lo que fue el denominado sueño americano, un modelo de efecto demostración que daba como mensaje que el capitalismo generaba una sociedad más justa, libertaria y con un creciente nivel de confort para la emergente sociedad del consumo.
Desde los 50´a los 70´reinó el American Way Life, que se transformó en una especie de deseo planetario para acceder a éste en sus países o emigrar para realizarlo en el país que lo impuso. La sociedad del consumo había construido su narrativa esencial y con ello imponía su modelo a nivel mundial. La reconversión de la industria de guerra, los grandes beneficios de haber abastecido de armas a los aliados, dejaron al país del norte en una posición excepcional para dar un gran salto, el cual se impuso, pero los llamados años de oro, duraron solo dos décadas, ya que luego de esa fiesta del consumo y gasto, la realidad económica coloca al país hegemónico en su realidad.
En la década de 1930 cuando estalla la Gran Depresión, muchos países decidieron abandonar el patrón oro, ya que necesitaban devaluar sus divisas para incrementar sus exportaciones y así acelerar sus maltrechas economías. En 1944 se celebró una conferencia en Bretton Woods y se acordó vincular las divisas al dólar norteamericano, pero con la condición de que los Estados Unidos debía de mantener el dólar a un tipo de cambio fijo respecto al precio del oro y la Reserva Federal era la institución encargada de cambiar los dólares por oro.
Richard Nixon, el derrotado en Vietnam y acosado por los países petroleros, se enfrentó a un nuevo problema debido a que los dólares superaron las reservas de oro del país, de manera que el precio del oro en dólares superó el precio fijo del oro, el país estaba al borde de una cesación de pagos, que se dio, pero disfrazada de una medida “sana” para Estados Unidos y desastrosa para el resto de los países.
El asesor del presidente Milton Friedman propone y lo logra, eliminar la convertibilidad del dólar en oro dado que la divisa valía por el propio respaldo que ofrecía el gobierno de Estados Unidos. A consecuencia de esto, el domingo 15 de agosto de 1971, Richard Nixon declaró la inconvertibilidad del dólar en oro, y terminó de manera unilateral con el acuerdo de Bretton Woods, lo cual provocó desajustes en el Sistema Monetario Internacional y apareció una fuerte inflación debido a la expansión desmedida del crédito.
El cambio implicaba el dominio de las monedas fiduciarias, por lo que el Sistema Monetario Internacional se transformó en un sistema de tipos de cambio flexibles, donde los tipos de cambio de las divisas oscilaban según el juego de la oferta y la demanda, dándoles mayor margen de maniobra de los bancos centrales para imprimir dinero según estimen oportuno, situación que en la práctica la ejerció indiscriminadamente Estados Unidos, que comenzaba a mostrar los síntomas del modelo que había implantado, como alternativa mundial.
En el nuevo siglo, pese a la caída de la URSS, Estados Unidos no aprovecha la coyuntura y así sigue en caída hasta el 2008, la cual se viene gestando desde el 2001 cuando la Reserva Federal (FED) redujo su tasa de interés de 6,5% a 1%, con la finalidad de facilitar los créditos, con el fin de poner dinero en la calle y reactivar la economía norteamericana.
Así la banca estadounidense relajó al máximo su política de concesión de préstamos, llegaron a conceder hipotecas con el fin de comprar viviendas sin cuestionar sobre los ingresos, ni depositar una entrada, generando una gran “deuda tóxica”. Esta situación elevó el precio de las viviendas, lo que llevó a muchos a la especulación, sentando las bases del fenómeno conocido como “burbuja inmobiliaria” que, al estallar en el 2008, generó una profunda crisis en Estados Unidos y en el mundo.
Después de esta crisis, tener una casa propia se está convirtiendo cada vez más en un lujo en muchas partes del mundo, y en Estados Unidos la tendencia de compartir vivienda con otra gente se impone como una realidad para un 30% de los adultos de entre 23 y 65 años.
El mercado inmobiliario ha llevado a cabo una investigación para descubrir cuántos estadounidenses comparten su casa con familiares, amigos u otras personas porque no pueden contar con un hogar propio y ha constatado que este porcentaje se ha incrementado considerablemente en comparación con el 21% que se registraba en 2005. Más de la mitad de los jóvenes de entre 23 y 29 años, un 54% viven en casas compartidas, según los datos del estudio, publicado en el 2017.
En las grandes ciudades como Los Ángeles, Miami o San Francisco, donde pagar por una vivienda tiene un valor elevado en relación con los ingresos medios, aumenta el número de personas que optan por alojarse en habitaciones compartidas o con familiares.
Para los investigadores que realizaron el estudio hay un factor importante que explica esta tendencia, y éstos son los ingresos medios anuales. Así se tiene que los que tienen un ingreso de 30,000 dólares viven en apartamentos compartidos. En una situación diferente están los que tiene un promedio de ingreso medio anual de 45,000 dólares anuales, les permite vivir solos.
La empresa que realizó el estudio plantea otra situación difícil, al señalar que muchos veinteañeros trabajan en puestos con sueldos relativamente bajos pese a tener alto nivel educativo, son parte de este panorama de rentismo compartido.
Una vivienda asequible ha sido uno de los grandes problemas de Estados Unidos, específicamente luego de la crisis del 2008. Según estudios, hay 21 millones de estadounidenses que viven en casas deficientes, gastan un 30% o más de su ingreso en vivienda o están en la calle.
De allí que un gran porcentaje de la población estadounidense tiene problemas para adquirir una vivienda propia o pagar un alquiler, ya que cada vez los precios son más altos, debido a que la crisis del 2008 generó que millones de estadounidenses perdieron sus casas, por lo que se vieron obligados a entrar en el mercado de alquileres, y para el año 2014, un 37% de las familias estadounidenses alquilaban casa.
Un estudio publicado por el Joint Center for Housing’s de la Universidad de Harvard llamado State of the Nation’s Housing– 2016, más de un tercio de los ciudadanos estadounidenses pagan más del 30% de sus ingresos en vivienda.
La Coalición Nacional de Viviendas para Personas con Bajos Ingresos (NLIHC, por sus siglas en inglés), informa que 35 viviendas asequibles están disponibles por cada 100 hogares con ingresos muy bajos, lo que representa una insuficiencia de 3.9 millones de viviendas en todo Estados Unidos, aunque la cantidad excluye el grupo de alquileres en el presupuesto que son ocupados por hogares de más altos ingresos.
Los altos precios de las viviendas afectan gravemente el presupuesto familiar. Según el estudio de la NLIHC, un 71% de los hogares en pobreza extrema gastan más de la mitad de sus ingresos en renta y servicios, absorbiendo todo el dinero que podría ser utilizado en otras necesidades como alimentos, vestimenta y educación, entre otros. A nivel nacional, en Estados Unidos cada estado experimenta variaciones en cuanto a la escasez de viviendas asequibles, pero los peores estados son Nevada y Las Vegas.
Sin embargo, Washington es la ciudad con más personas sin hogar y la cifra de las personas sin techo en Washington D.C es el doble de la que se registra a escala nacional. Según el New York Times, el número de ambulantes en Washington duplica el promedio de ambulantes en todo el país. Según al censo más reciente, 17.3% de los habitantes de Washington vive bajo pobreza, lo que empeora la situación.
Pero no solo en la capital, la ciudad de New York es otra ciudad considerada como una de las que aloja más “sin techos” en Estados Unidos, según autoridades locales, más de 59,000 personas están en condición de indigencia, un 95% de ellos duermen en albergues nocturnos financiados con fondos públicos, pero según el diario New York Times se calcula que hay aproximadamente unas 75,000 personas sin techo en esa ciudad.
Por otra parte, en la ciudad de Los Ángeles, el año pasado autoridades contabilizaron que al menos 28,500 personas pasan las noches en tiendas de campaña, coches o directamente al raso.
Así el techo, el hogar, la vivienda básica, un derecho y uno de los “logros del AWL”, ahora se transforma en algo inalcanzable en la medida en que en Estados Unidos la sociedad se separa cada vez más en dos segmentos asimétricos, que la nueva política de Trump ya comenzó a profundizar, a fin de borrar ese sueño, que medio siglo atrás existió y hoy es una utopía.
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