“No es necesario creer en Dios para ser una buena persona. En cierta forma la idea tradicional de Dios no está actualizada. Uno puede ser espiritual pero no religioso…” Papa Francisco.
Alfredo César Dachary.
El mayor error que se comete en un enfrentamiento es el de subestimar al opuesto, pero si a eso se le suma un “olvido” de que país estamos hablando, el error puede ser mayor y aunque cada día aparece como si fuera el último de Trump, él sigue ganado elecciones parciales en los Estados.
Me llamó la atención un artículo de Newsweek en español, que define una nueva santa alianza entre los hispanos (latinoamericanos, desde una percepción menos racista) y el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, donde se plantea que el presidente pretende acercarse a la comunidad latina a través de las iglesias evangélicas, siendo el pastor Samuel Rodríguez el principal aliado en esa tarea.
El pastor de la Asamblea de Dios, el mayor grupo evangélico pentecostés en Estados Unidos, que personifica esta alianza, define que lo dicho por Trump contra los inmigrantes, “son palabras que se las lleva el viento”, pero define a Hillary Clinton y a Barack Obama como los “enviados del diablo para confundir la gente”.
Pero no hay que asombrarse, ya que Trump es el tercer candidato presidencial republicano que llega a la Casa Blanca de la mano de la derecha religiosa después de Reagan y Bush, que llegó con un fraude que solo lo ocultó el 11-S, y que “casualmente” figuran entre los peores gobernantes que ha tenido Estados Unidos, por el rastro de guerras y atentados dentro y fuera de ese país.
Esta “santa alianza” se hace evidente en la clase de gente con la que se ha rodeado y con la que está gobernando y, en segundo lugar, la enorme deuda política contraída con los sectores religiosos estadounidenses, sin los cuales ningún candidato republicano ha ganado la Casa Blanca desde 1980.
La deuda política con los conservadores religiosos adquiere una relevancia especial dada su precaria relación con otros aliados tradicionales del partido, ya que la mayor parte del Partido Republicano le dio la espalda durante la campaña, lo que lo llevó a aliarse con sectores hasta ahora considerados marginales dentro de su propio partido debido a sus posturas extremas.
Pero esto no es nuevo, ya que el Partido Republicano ya estaba en el extremo del espectro político mucho antes de que apareciera Trump, ya que el partido hace tiempo se entregó al fundamentalismo religioso mayormente sureño, rural y poco instruido, cuyo radicalismo de derecha alcanzó su apogeo con la creación del Tea Party, movimiento que en gran medida se nutrió de la reacción tanto religiosa como racista de los sureños blancos evangélicos ante el triunfo de Obama.
La campaña electoral de Trump promovió una nueva radicalización de la derecha republicana al incluir abiertamente en su coalición política a los llamados “nacionalistas blancos”, un sector que creció como la verdolaga durante los gobiernos de Obama y que ahora apoya incondicionalmente a Trump.
Estos racistas considerados por muchos como cabezas rapadas con corbatas (neo nazis) y miembros del Ku Kus Klan ocupan ahora posiciones destacadas en el entorno inmediato de Trump, lado a lado con sus aliados de la ultraderecha religiosa, de la que muchas veces forman parte.
Mike Pence, el actual vicepresidente de Estados Unidos y quien fue jefe del equipo de transición de Trump, un cargo desde el cual puede ejercer una enorme influencia en la designación de miles de puestos políticos de importancia en el nuevo gobierno, pasó de ser un católico tradicional a un verdadero extremista religioso, presumiblemente para mantener el puesto y la influencia en el gabinete presidencial.
Mike Pence llegó con la imagen de político moderado y razonable, pero hoy es uno de los grandes íconos de la derecha religiosa, siendo ésta la razón principal para escogerlo en el cargo. Anteriormente como locutor radial conservador, congresista afín al Tea Party y gobernador del Estado de Indiana, Pence apoyó con entusiasmo todas las causas de la derecha religiosa, múltiples restricciones a los servicios de anticoncepción y aborto, promoción de las desacreditadas “terapias de conversión” de homosexuales, modificación de las políticas y contenidos de la educación pública, eliminación de programas dirigidos a la prevención del VIH y como broche de oro promulgó la llamada Ley de Libertad Religiosa de Indiana.
Esta ley, que terminó siendo modificada, protegía el “derecho religioso” de los proveedores de bienes y servicios a discriminar a las personas LGBT por supuestamente “ofender” sus convicciones religiosas, medida que causó un gran escándalo y un daño económico y de prestigio al Estado.
El voto religioso conservador de los católicos y los evangélicos principalmente, se debió a que Trump ofreció una serie de políticas que coinciden con su visión conservadora de estos grupos, donde las diferencias de clase no son correlativas a la educación e información.
La iglesia católica considerada la más rica de estas iglesias a nivel mundial, ha tenido un proceso de cambios y, justamente los grandes aportadores, la burguesía blanca emigra dentro de ésta a grupos ultraconservadores, mientras ésta se retroalimenta de los inmigrantes mayoritariamente latinoamericanos, que vienen de países muy católicos, y que se ven representados con la postura del Papa Francisco, que defiende a la inmigración y condena todo tipo de racismos y muros de separación como expresiones de odio.
Para los otros grupos religiosos conservadores y que se están expandiendo con fuerza en Latinoamérica, por lo cual Trump con visión estratégica los prefiere de aliados, les ofreció lo que esperaban de un gobierno conservador y lo opuesto a lo que planteaba Hillary, el neoliberalismo liberal.
A fin de poder tener la suma de los tres poderes, ejecutivo y congresistas incluido el Senado, que ya lo tiene, se pretende consolidar el poder más “independiente” y fundamental para ratificar o rectificar determinadas leyes, por ello Trump planteó nombrar en la Suprema Corte a jueces ultraconservadores dispuestos a derogar las sentencias que legalizan el aborto y el matrimonio igualitario, los dos temas que obsesionan a los conservadores religiosos.
Trump también le prometió a la derecha religiosa apoyar las iniciativas dirigidas a proteger la supuesta “libertad religiosa”, una ley que se aplicó por parte del vicepresidente Mike Pence en Indiana y fue rechazada y luego reformada por presión popular, para poder autorizar a quienes desean discriminar a las personas LGBT, o negar servicios médicos y anticonceptivos a las mujeres sin las molestas restricciones legales actualmente en vigor.
La Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos son los promotores de la “libertad religiosa”, que es un concepto engañoso que se usa como estrategia política para evadir la cobertura anticonceptiva incluida por ley en los seguros de salud de sus miles de empleadas ya sea en parroquias, escuelas religiosas, universidades, hospitales y en todos los lugares donde ellos tienen una gran influencia, ya sea porque son los propietarios de estos centros educativos o de salud o tienen el apoyo comunitario para imponer esta “falsa” opción de conciencia, que siempre afecta a los más pobres.
Por ello es totalmente falsa la idea de la libertad religiosa que solo sirve de pretexto para seguir negando abortos terapéuticos, esterilizaciones quirúrgicas y otros servicios médicos en sus hospitales, que actualmente representan una sexta parte de todos los centros de salud en Estados Unidos, principalmente a los pobres que no pueden pagarlo en una clínica privada.
De allí que los prestadores de servicios de los hospitales católicos tienen prohibido realizar estos procedimientos, aun cuando los consideren necesarios para salvar la vida de la mujer, cuando por razones médicas ésta no debe embarazarse de nuevo, o cuando se requiere un legrado para extraer un feto muerto o que no va a sobrevivir, o cuando el embarazo amenaza la vida de la mujer, etc.
Es el mismo extremismo oscurantista que ha dominado las religiones más conservadoras de Estados Unidos, como los mormones, que se niegan a las transfusiones de sangre y pueden así sacrificar en aras de su credo la vida de un hijo o esposa y verlo a este hecho como “algo normal”, porque ha sido la voluntad de Dios.
Éste es el público que está apoyando a Trump y como es fanático como antes lo eran sus otros promotores como el Ku Kus Klan, siempre está dispuesto al enfrentamiento en defensa de sus ideas y en este caso el poder obtenido, al estar en la presidencia de Estados Unidos uno de los suyos, no sé si por convicción u “oportunidad de mercado”.
El tema religioso es otro de los ocultan grandes contradicciones en el país más poderoso del mundo en la actualidad, donde conviven un conservadurismo como varios siglos atrás y nuevas visiones derivadas de la revolución tecnológica, que considera a la religión un relicto del pasado.
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