“Me pregunto en qué clase de sociedad vivimos, que clase de democracia tenemos que los corruptos viven en la impunidad y al hambre del pueblo se lo considera subversiva” Ernesto Sábato.
La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) junto a cuatro agencias de la ONU elaboraron un informe sobre el estado actual del hambre en el mundo, un tema que pese a muchas declaraciones y programas de los organismos internacionales no se puede solucionar.
El informe es alarmante, ya que la batalla que libra la humanidad contra el hambre la van perdiendo los grupos más pobres del planeta azul. Así en el 2017, 821 millones de personas se iban a la cama cada día sin haber ingerido las calorías mínimas para su actividad diaria, que son 15 millones más que el año anterior, lo que supone un retroceso a niveles de 2010.
Los conflictos armados creados por los países centrales en los estados más pobres, los eventos climáticos extremos derivados del auge del cambio climático y las crisis económicas son los principales causantes además de las graves sequías vinculadas al fuerte fenómeno del Niño del 2015 y 2016 son especialmente culpables.
La falta de precipitaciones, de hecho, causa más del 80% de los daños y pérdidas totales en la producción agrícola y ganadera, ya que prácticamente 2,000 millones de personas utilizan más del 50% de sus ingresos para adquirir alimentos y en las regiones más pobres este porcentaje aumenta al 60 – 80%
Todos estos hechos se sintetizan en sus verdaderos efectos sobre la sociedad que es el de la subida de los precios alimentarios, los cuales son devastadores, porque se transforma el alimento en productos de lujo imposibles de ser adquiridos por esa mayoría que obtiene menos de dos dólares al día para toda la familia.
Un ejemplo de estos desastres se dio en el 2015, cuando el número de personas hambrientas en el mundo llegó a ser de unos 800 millones de personas y que este número aumentará si no cambiamos el modelo económico que produce esta situación.
Hay un consenso generalizado que lleva a sostener que la causa que explica el incremento dramático del precio de los alimentos es fruto de la especulación financiera, algo que para el Parlamento Europeo estas especulaciones son las responsables de casi el 50% del aumento del precio de los alimentos en el mundo.
Con la entrada en el mercado de derivados financieros basados en productos alimentarios, por parte de poderosos inversores, la situación se agrava y esto ha sido posible gracias a la liberalización, a comienzo del siglo XXI, de las normas en los mercados de derivados financieros de materias primas.
El hambre, no nos engañemos no es solo consecuencia de malas cosechas o falta de agua y si bien los mencionados factores tienen su influencia, depende fundamentalmente de otras cuestiones ajenas a todo ello y que tienen que ver mucho más con el papel de las grandes entidades financieras, la tolerancia política e institucional frente a las grandes estrategias especulativas.
A ello se le suman las políticas de desregulación agraria o el papel de las grandes multinacionales del agro-negocio que comercian con las producciones a escala global, el almacenamiento y la retención privados a gran escala, los mercados de futuros.
La deforestación y el monocultivo con semillas transgénicas, que dejan al campesino sin semillas a futuro, junto al proceso de concentración de las tierras, algo que pensamos ya había pasado, pero hoy regresa de la mano de las nuevas tecnologías que expulsan a trabajadores del campo masivamente.
A todo esto, hay que sumarle la dependencia del petróleo, no solo en el combustible sino en muchos derivados, la concentración de producción de semillas y los agroquímicos, además de la actividad de los grandes intermediarios como el sector de la gran distribución, la estructura de precios transformada en un gran poder de negociación con la cantidad de alimento producido para un mercado ávido de estos productos.
Así los movimientos en las Bolsas de Chicago, Londres o Hannover, donde se negocian contratos de futuros sobre cereales y oleaginosas, tienen repercusiones globales sobre el precio y la disponibilidad de los alimentos, un casino donde se ve solo la riqueza y no se siente el clamor del hambre planetaria.
Esto es posible en esta etapa de dominio del neoliberalismo por la instauración en las últimas décadas de la globalización capitalista y el consecuente desmantelamiento de las políticas agrarias y alimentarias, el empobrecimiento es inherente al sistema mundial alimentario, según los lineamientos del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional, operadores internacionales del dominio financiero global.
Para el Banco Mundial, los aumentos de los precios de los productos alimentarios básicos y el petróleo en 2007 y 2008 aceleraron la pobreza extrema al aumentarse ésta entre 130 millones y 150 millones, y de ellos unos 40 millones de personas de todo el mundo fueron empujadas al hambre a causa de la crisis de los precios de los alimentos de 2008.
Los efectos de la subida de los precios alimentarios son devastadores, desde el inicio de la crisis especulativa alimentaria 250 millones más de personas están en situación de hambre, ya son más de 1,000 millones, cifras y porcentajes nunca vistos hasta ahora en la historia de la humanidad.
Un estudio desarrollado por Lehman Brothers antes de su bancarrota reveló que el volumen de especulación en fondos índice (instrumentos financieros), aumentó un 1,900% entre 2003 y marzo de 2008; Morgan Stanley estimó que el número de contratos pendientes en futuros de maíz pasó de 500,000 en 2003 a casi 2,5 millones en 2008, así las tenencias de fondos índice de productos básicos crecieron desde 13,000 millones de dólares en 2003 hasta 317,000 millones de dólares en 2008.
Para la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD) en su Informe sobre el Comercio y el Desarrollo del 2009 observó que las frecuencias de los cambios de precios no guardan relación alguna con el funcionamiento básico del mercado.
De allí que los cambios de los precios de los alimentos reflejarán los movimientos de la oferta o la demanda de alimentos, pero impulsados por una especulación que superaba con creces las necesidades de liquidez de los mercados de materias primas para ejecutar las operaciones comerciales de los productos básicos, como la industria de la alimentación y el agro-negocio de importadores de productos agrícolas básicos.
Uno de los instrumentos derivados que requieren particular atención en el caso que nos ocupa son los índices de materias primas. Uno de los más importantes es que utiliza el fondo del Banco de Sabadell, el Dow Jones UBS Commodity Index.
Este índice es una fórmula matemática basada principalmente en el rendimiento de una selección de futuros de materias primas y la composición de la cesta de futuros de materias primas varía de un índice a otro, pero las materias primas agrícolas siempre forman parte de estos productos.
Mientras la especulación reina en los grandes centros financieros en el mundo neocolonial, los países colonizados y alterados en su estructura ecológica, económica y cultural, el hambre sigue reinando ya que afecta a uno de cada nueve habitantes del planeta.
Las propuestas del relator de la Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación, Olivier de Shutter, se resumen en tres puntos: el primero, la regulación debe reconocer que hay diferencias de concepto fundamentales entre los derivados de materias primas y los derivados financieros, ya que no pertenecen a la misma categoría de instrumentos.
Como segundo punto está el de restringir el acceso a los mercados de derivados de materias primas a operadores y agentes especializados, para poder avanzar hacia la prohibición clara de la especulación “no comercial”, o el registro obligatorio de los operadores que negocian en los mercados de futuros de materias primas, para que esos intercambios excluyan a los operadores financieros.
El tercero es que la reglamentación del mercado al contado sería necesaria para garantizar que los requisitos de entrega no den lugar al acaparamiento, ya que la demanda de regulación no debe abarcar solamente a los operadores financieros, sino también la especulación por operadores comerciales en forma de acumulación de productos.
Recién iniciada la cuarta revolución industrial tiene como marco el hambre, que llega casi a los 900 millones de habitantes y la malnutrición es más del doble de éstos, cifras que dicen mucho de estas últimas décadas donde el neoliberalismo se ha transformado en el modelo “salvador” de un sistema cada vez más asimétrico y, por ende, más injusto.
La lucha contra el hambre no puede desligarse de la lucha por frenar el cambio climático, ni por democratizar las sociedades, pero debe a su vez controlar los mercados que son uno de los motores que más afectan el valor de los alimentos, especulación criminal que se diluye en los números de la bolsa de valores.
Agregar comentario