De los grandes cruceros de la época de oro a la nostalgia temática de hoy  (Primera parte).

Alfredo César Dachary.

 

El turismo ha dejado de ser lo que nos imaginábamos pocas décadas atrás, como reflejo de la profunda transformación de la sociedad y como éste se debe adecuar a la misma debe mantener el ritmo de estos cambios para no quedar como una actividad que no pueda competir en un mundo cambiante, como el que nos plantea el consumo y la obsolescencia.

Pero ocurre que a veces para no perder el impulso se debe adelantar las nuevas experiencias del turismo a la realidad, para que el viajero descubra algo nuevo, y no pierda la capacidad de asombro, de esta actividad cuya base está en transformar la realidad para hacerla más atractiva al consumidor.

El turismo como actividad económica ha evolucionado a grandes pasos, pero mucho más lo ha logrado como actividad con funciones ideológicas, como sostenía McCannell, una evasión de la realidad cada vez más intensa, lo que deja poco espacio para el sujeto como persona; hoy todo se llena de consumos que nos invaden a partir de los nuevos aditamentos artificiales que llevamos, desde el celular a la tableta; todas éstas son ventanas para atiborrar al consumidor y convencerlo que fuera del consumo no hay actividad que valga la pena probar.

El nuevo turismo es informal porque la sociedad lo es, las formas del pasado, son reflejo de una estructura hoy caduca, donde los valores que se creían eternos, porque no habían cambiado en un siglo y medio, se han ido transformando hasta desaparecer en algunos casos. Una vez que la sociedad genera sus transformaciones desde la revolución juvenil a la de las mujeres, pasando por una propia de los hombres, esas estructuras aparentemente sólidas comienzan a diluirse, hasta quedar ancladas en la nostalgia, que es una forma lenta de morir.

A esta nueva sociedad Bauman denominó sociedad “líquida” en oposición y porque remplaza a la “sólida”, la de los grandes edificios, de los modelos fijos, las clases estables, las religiones dominantes, las costumbre aceptadas como cotidianidad, todo ello se empieza a diluir y deja de ser dominante para ser dominada; las ideas del pasado hoy son el marco de los consumos del futuro y éstas y otras cosas más forman parte del guión de las nuevas opciones del turismo, definidas como el turismo temático.

Viajar entre amigos, entre amigas, entre degustadores de vino o amantes de la buena mesa es prolongar el placer de la compañía por un espacio mayor al que la cotidianidad y el trabajo permite, por ello estos nuevos espacios del placer de las personas se transforman en espacios en venta, para los que quieran disfrutarlos, vivirlos y soñarlos, revivir costumbres y otras cuestiones que tienen al hombre varado en el mar de la nostalgia.

En este caso hablaremos de los cruceros temáticos, una nueva dimensión en una industria que aparentemente no tiene límite, la de los cruceros, que está recuperando el tiempo perdido desde su reformulación al comienzo de la segunda parte del siglo XX lo cual fue lento hasta que se replanteó y hoy es un gran éxito.

Quizás la era de los grandes cruceros, donde el lujo y las costumbres más sofisticadas de una época, inician una nueva era en 1869, cuando El Águila, comandado por Auguste Caboufigue, abrió e inauguró la nueva ruta hacia el Oriente por canal de Suez, teniendo entre sus pasajeros más distinguido a la Emperatriz Eugenia; se habían acortado los viajes entre el Atlántico y el Índico.

Gérard Piouffre denominó a la segunda parte del siglo XIX y las primeras décadas del XX, como la edad de oro de los grandes cruceros, época que coincidió con un tiempo donde el ocio, la diversión y la buena vida, unida al arte, la música y la noche hicieron de París y varias capitales, verdaderas catedrales del placer, fue el tiempo de la “Belle Époque”.

Con Bonaparte y su expedición fallida a Egipto se ganó mucho, porque además de descubrir y traducir lo que decía la famosa piedra Roseta, la sociedad de la época tomó el gusto por los viajes en cruceros más con la facilidad de llegar rápidamente al centro de Egipto y de allí a varios países cercanos; era el corazón del Oriente medio, un mundo milenario.

Eran tiempos en que los cruceros no dejaban de crecer y transformarse; éste fue un sueño hecho realidad, aunque tuvo una primera pesadilla con el hundimiento y la muerte muchos viajeros y tripulantes del Titanic y luego la gran tragedia de la primera gran guerra mundial replicada con mayor violencia dos décadas pues en la segunda gran guerra.

El lujo habitaba en los nuevos cruceros y la tecnología los iba transformando y con ello éstos tomaban mayor dimensión y confort. En 1894, Charlie Parsons construyó un pequeño yate impulsado por una turbina que él inventó y en 1897 hizo una demostración pública no autorizada que fue un éxito y con el nuevo siglo las grandes líneas de cruceros adoptan este invento que les da mayor fuerza y velocidad a los barcos.

Allan Lines lo adoptó y dotó de turbinas a sus dos grandes paquebotes trasatlánticos, el Victorian y el Virginian y no se quedó atrás la famosa Cunard, que instaló las turbinas en el Mauritania y el Lusitania. Era la época de las tres clases claramente diferenciadas que tomaban el barco, en pisos inferiores se ubicaban los inmigrantes que eran la tercera clase, luego venía con una función de clase media o “colchón”, la segunda clase, pasajeros que eran militares, administradores y otros empleados coloniales, y en la parte más alta y aireada del barco estaba la primera clase, donde se ubicaban los grandes empresarios, financistas, nobles y otros ricos viajeros que hacían del viaje la continuidad de vida placentera en sus grandes palacetes.

Las grandes compañías trataban de competir en los dos extremos del viaje, la comodidad y el lujo por un lado y la duración y seguridad del viaje por el otro. Algo muy apreciado por estos sibaritas eran “rarezas” de la época como los jardines de invierno, que hacían olvidar que se estaba en el mar y estaban reservados solo a la primera clase.

Al terminar la primera guerra mundial se impusieron como nuevos muebles de baño a las bañaderas, las cuales se instalan en los baños de la primera clase que era la que tenía baños privados.

Los barcos alemanes tenían un lujo muy refinado, como la suite de lujo del S/S Imperator que en junio del 1914 fue tomada por el presidente Roosvelt, en uno de sus viajes. Además de estos salones del ocio había excelentes salones de música con pianos de cola, como el del S/S Columbus que se puso en funciones en 1922. Los salones de fumadores, una costumbre de la época, se impusieron en las principales líneas, que hacían largos recorridos.

Pero el Gran salón era el centro de la vida mundana, como fue el que tenía el paquebote Normandie de la Compagnie Generale Trasatlantique, que estaba iluminado por fuente de luces creadas por Labauret y murales pintados sobre espejos y columnas realizadas por Jean Dunand, un gran bar hacia juego con el salón de fiestas.

La travesía del Atlántico sur duraba cinco días y allí el pasaje se entretenía de varias maneras: criquet en la zona del puente, caminatas por las cubiertas, lectura en una rica biblioteca que tenían los barcos de esa época, o tomando y fumando en el salón de fumar, aunque la fiesta principal eran las grandes comidas, que tenían siempre dos grandes derivaciones o incrementaban los mareos o un breve ataque al hígado. En ambos casos, el médico de abordo ofrecía los remedios de la época, en 1907, aconsejaba comprimir el abdomen con una tela larga y mantener sobre la cabeza una compresa con agua tan caliente como se pueda aguantar, lo que ayudaba al “flujo sanguíneo”, además de seguir el consejo de los marineros a los pasajeros de siempre “tener el estómago bien lastrado”, o sea, comer bien y abundante.

Todas las travesías tenían sus diferentes y particulares fiestas, que marcaban la memoria del turista, y una de las fiestas más recordadas por los viajeros de la época era el paso por el Ecuador, donde se hacía una fiesta y un “Neptuno” con barba y tridente, remojaba a los que pasaban por primera vez y les entregaba un diploma que certificaba el paso y luego, un breve carnaval.

Al terminar la segunda gran guerra, el mundo era diferente, los grandes avances en el transporte lo había liderado el avión y, por ello, en esta nueva etapa remplaza a los cruceros por su velocidad y una nueva sensación, la de volar.

Ya en la década del 30´, Pan American y sus famosos “Clipper” dieron la vuelta al mundo, con mucha comodidad y haciendo muchas escalas, lo cual los hacía más atractivos; era el anuncio de una nueva era.

Pero los cruceros, no dejaron de recorrer mares solo por la competencia de los aviones, sino que la inmigración había concluido y los viajeros de base de los cruceros, los más pobres, ya no usarían este transporte; los ricos ya no eran tantos ni tan ostentosos, los que viajaban eran de una clase, turistas, con diferentes niveles sociales y culturales.

Así el crucero entra en una etapa de redefinición, mientras los chárter dominaban los viajes ya asequibles a grandes masas, era otra sociedad, pero ello no amedrentó a las navieras que en pocos años redefinieron sus estrategias y así lanzan un nuevo “chárter”, combinado con el todo incluido, un viaje  por un circuito donde el crucero es el medio de transporte y el hotel, con comidas; los destinos, el lugar de desembarco con sus atractivos de pocas horas, y esto tuvo una mayor recepción en el Caribe, porque parecía un producto adaptado a la realidad de las islas.

Los cruceros se han ido especializando y en este nuevo siglo los cruceros temáticos son la búsqueda de la nostalgia pasada, pero con una gran diferencia, esta vez es masificada. Esto nos hace acordar a una frase histórica que dice que la historia se repite primero como tragedia y luego como comedia.

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