“El espectáculo en general, como inversión concreta de la vida, es el movimiento autónomo de lo no viviente” Guy Debord.
El mayo francés fue un tiempo de utopías, quizás la última del siglo XX, asumida por una de las nuevas masas emergentes, la juventud. Por ello no era de extrañar que, uno de los pensadores más lúcidos y coherentes que apoyó este movimiento, fuera un joven de esa época, Guy Debord, el autor de un texto referencial para los que tienen ideas que van más allá del superficial consumismo.
Este joven que murió a pocos años, envenenado por la pérdida de la ilusión que se había diluido en el mar de la utopía, era también un crítico profundo de sí mismo, por ello no era de extrañar cuando afirmaba que no hay nada más natural que el considerar todo como a partir de uno mismo, elegido como el centro del mundo, uno se encuentra, por lo tanto, capaz de condenar el mundo sin siquiera querer oír su cháchara engañosa.
Medio siglo después, sus textos no dejan de asombrar, más bien parecería que fueron escritos para el tiempo presente, un anticipo que emergió a fines de los 70´, pocos años antes de que terminaran los años de oro de Estados Unidos, un reinado que entró en crisis en los 70´al sumir su primera derrota militar con Vietnam, el ocaso económico al retirar el respaldo oro del dólar y político al tener que buscar una alianza, que dio lugar a su primer gran protectorado, los Emiratos Árabes, Arabia Saudita, Kuwait y Qatar, todos unidos para cambiar petróleo pagado en dólares sin valor por “protección militar” en medio de la guerra fría.
Allí se reformuló el modelo del triunfo aliado y del America Way Life, para unos y el estado del bienestar para los europeos y en parte para los japoneses, preparando un retroceso global conocido como el neoliberalismo, modelo liderado por Ronald Reagan en Estados Unidos y Margaret Thatcher en el Reino Unido.
De allí la vigencia de las palabras de Dubois cuando se preguntaba “¿cómo hacer trabajar a los pobres allí donde se ha desvanecido toda ilusión y ha desaparecido toda fuerza?”
Dubois afirmaba que el espectáculo es el mal sueño de la sociedad moderna encadenada, que no expresa en última instancia más que su deseo de dormir y el espectáculo vela ese sueño. La mercancía es la ilusión efectivamente real y el espectáculo es su manifestación general, ya que la sociedad no es otra cosa que la negación de esta sociedad.
En la nueva sociedad ya no hay más sindicatos que exijan, por medio de huelgas, mayores salarios y otras mejoras económicas y sociales, pero si hay sindicatos de la economía criminal que se alimentan de los antes trabajadores hoy desocupados o precaristas. Hoy no está “Jack el destripador” pero los feminicidios están a la cabeza de los crímenes violentos; no hay traficantes de esclavos, pero sí de personas que las venden como esclavos.
El rapé de las clases acomodadas, el opio y la heroína de la gente del “buen vivir” de épocas pasadas es remplazado por las drogas sintéticas y los diferentes opiáceos que se dan como remedios y generan adicción a una juventud desorientada y acallada.
Cuando leemos los informes de Alemania que desde hace diecisiete años no se dan ajustes salariales, nos viene a la mente el texto ya clásico de Paul Mason, referido al que denomina como post-capitalismo, donde afirma que el neoliberalismo se asienta en una gran ilusión, ya que en general las opciones de consumo se aumentan, pero los ingresos se reducen, quedando en el medio el milagro del crédito, una forma de encadenarse a la larga cadena de la deuda permanente, como las que se habían construido en las plantaciones y haciendas desde fines del XIX con las tiendas de raya.
Noam Chomsky traslada este escenario a la actualidad al afirmar que “…el neoliberalismo existe, pero solo para los pobres, ya que el mercado libre es para ellos, los poderosos”, que según Oxfan son el 1% de la población del planeta.
Para Chomsky, la desilusión con las estructuras institucionales ha conducido a un punto donde la gente ya no cree en los hechos, ya que, si no confías en nadie, ¿por qué tienes que confiar en los hechos?, si nadie hace nada por mí, ¿por qué he de creer en nadie?
Esta reflexión inicial propone un debate entre los grandes relatos ficcionales que producen los medios de comunicación y las micro poéticas de la resistencia que ofrecen los artistas, ya que la ficción artística establece siempre relaciones sensibles.
Esto se agrava en esta etapa de la post-verdad en donde nada parece como cierto, la ficción aparece paradojalmente como una zona creíble, por ello la verdad artística o la ficción se presenta como mucho más creíble que la propia realidad.
La gran paradoja producida por la desilusión ciudadana que ya no reconoce la verdad de los hechos ni las instituciones ha redefinido el lugar de la ficción artística en un plano de masividad, así emerge Netflix que a la vez que ofrece productos de cierta calidad artística que son relatos para la masividad.
Estos son fenómenos típicos de las grandes crisis, donde el ciudadano busca encontrase con otro mundo dentro del mundo de los simulacros y artificios, una experiencia que ha reformulado Second life, en una nueva visión de una sociedad utópica, donde nadie es lo que es sino lo que quisiera ser.
Esta sociedad donde nadie cree en el Estado ni en los demás, logra instaurar lo que fue un viejo precepto del liberalismo y una meta del actual neoliberalismo, el individualismo, base para atomizar la sociedad ya que con éste se diluyen las solidaridades y lazos sociales que se transforman en algo aparente como la imagen que nos construimos para clasificarnos de acuerdo a nuestras ideas y aspiraciones.
Esto ha sido entendido por los grandes de la revolución digital, que han transformado las redes sociales en un nuevo mecanismo para imponer ideas a veces o casi siempre contrarias a nosotros mismos, pero que nos dan un aspecto diferente al propio, ya que nos suman a las grandes tendencias, que generan los centros de control del pensamiento, eso que fue planteado un cuarto de siglo antes por el “Gran hermano”.
La desilusión es la contracara de la ilusión, esa que se fue en los 70´pero reapareció en los 80´para predicar que cada quien es responsable de su destino, cada quien construye “su destino”, profética forma de dejar solos a los que no pueden avanzar por estar anclados a la miseria desde su nacimiento, o los que quedan obsoletos frente a la disrupción tecnológica; todos se suman al gran ejército de marginados del sistema, que a su vez es la fuente de donde se alimenta la contra economía, la economía criminal.
El Manual de Carreño, biblia del orden social de principios de siglo, que tuvo como antecesores al dandi que era un hombre que viste ropa y cuyo comercio, oficio y existencia consiste en vestir ropa, donde toda facultad de su alma, de su espíritu, de sus bienes y persona están consagrados heroicamente a vestirse bien, fueron las primeras guías para poder integrarse a una sociedad estratificada y rígida.
Hoy la no moda está de moda, y en vez de libros guías están los millones de páginas en la web donde van mostrando lo que es “más aceptado” frente a lo que es rechazado, en un mundo que llegó al extremo de romper la ropa para hacerla más atractiva, primero fue el desgastar los vaqueros luego romperlos y cuando más lo estén, su valor será mayor.
La manipulación de la sociedad, especialmente de sus actores, no es algo nuevo, ya que la fuerza de este movimiento de recolonización cultural, donde nadie puede ser lo que es sino lo que está de moda ser, incluido negar de donde viene, se desarrolla con mayor fuerza en el origen del capitalismo y eclosiona a partir de la mitad del siglo XIX con la creación de la fotografía que permitirá ver imágenes de todo el mundo, para compararnos, para adecuarnos, para “disfrazarnos” o simplemente para vivir en esta sociedad exigente y cambiante.
Por ello, hoy la moda nos llega de muchas maneras, a fin de anclarnos en lo que nosotros aspiramos a ser, desde las revistas en la web a la personalización de la propaganda que se ajusta a un comportamiento propio y que se obtiene de la información que como huella deja el usuario.
Ayer, nos amansaron por imitación, hoy nos controlan por imposición, ya que nos ofrecen lo que nosotros esperamos que nos ofrezcan, y es que para que esto sea posible se debió dar un gran salto, de la sociedad de la producción a la de la vida donde el producto más deseado son el rastro de cada persona, para hacer “mundos a su medida” y se sientan realizados, aunque en realidad esto sea una ficción, como dice Debord. Hace dos siglos, el hombre fue fundamental en la erección del capitalismo, con su fuerza de trabajo, que hoy comienza a perder importancia frente a la inteligencia artificial y la robótica, pero aún le queda algo que vender, su huella diaria, expresión de sus gustos y aspiraciones a la cual esta economía de la vida le tiene respuesta para lograr hacer de éste el consumista total, un esclavo global.
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