“Si sabes gastar menos de lo que ganas, has encontrado la piedra filosofal”. Benjamín Franklin.
Alfredo César Dachary.
El mundo actual se enfrenta a uno de los mayores retos desde el inicio de la era industrial, que es el del incremento de la población y el decremento de los puestos de trabajo en la mayoría de las áreas, salvo las más calificadas, o sea, las estratégicas que son la base del poder actual centrado en menos del 1% de la población global.
Este cuadro apocalíptico está acompañado por los cuatro jinetes del Apocalipsis moderno, por un lado el calentamiento global; segundo los grandes terremotos, tsunamis y grandes ciclones, todo ellos asociados a una atmosfera alterada por la actividad del hombre; tercero, las nuevas enfermedades que cada vez más rápidamente pasan a ser globales y, por último, una pérdida sistemática de la biodiversidad que incide en la naturaleza fundamentalmente en la producción de alimentos y otros recursos que nos da la tierra.
En medio de ese cuadro catastrófico desde el Valle del Silicio, donde se ha transformado la creación de tecnología en una instrumentación de nuevas políticas a través de éstas, se crean nuevos modelos de empresa y se fomentan mucho más en base a un modelo al que denominan “economía colaborativa”.
Al buscar definir este nuevo “modelo alternativo”, dentro del sistema hegemónico, nos encontramos de que no existe una definición comúnmente aceptada del concepto de consumo o economía colaborativa, si bien se podría afirmar, tal y como propone la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), que se trata de un nuevo modelo económico que se basa en el «intercambio entre particulares de bienes y servicios que permanecían ociosos o infrautilizados a cambio de una compensación pactada entre las partes».
Rachel Bostman, autora del libro sobre el tema, sostiene en éste que la economía colaborativa se resume en el axioma que «lo que es mío es tuyo, a cambio de una pequeña contraprestación».
Para otros, la economía colaborativa supone un cambio cultural en el que pasamos básicamente de una economía de propiedad y de tenencia a una economía de acceso, algo que ya fue definido hace varios años por Jeremy Rifkin (2014), al sostener que la propiedad privada ya era obsoleta en este nuevo modelo de capitalismo, pero las razones son otras, las propiedades son capitales estacionados que rinden poco en relación a su valor puesto en el mundo de la especulación financiera.
Ya no se trata de tener algo fijo sino de disfrutarlo con una gran posibilidad de cambiarlo como son los autos de marca que se contratan en leasing, los mismos edificios, equipos y demás muebles que forman parte del capital de trabajo de una empresa.
El consumo colaborativo no se limita a un solo campo de actividad, ya que abarca cualquier ámbito en el que exista un intercambio de bienes o servicios entre particulares, desde compartir el sofá de nuestra casa con un desconocido que nos ha contactado a través de la plataforma Couchsurfing, hasta compartir nuestro coche por horas en SocialCar.
El tema es apasionante ya que los jóvenes lo ven como una gran oportunidad de negocios, los más adultos como un modelo ampliable a muchas actividades antes limitadas a grupos determinados como han sido los taxis con el caso emblemático de Uber y el sistema lo promueve por varias y distintas razones.
La primera es que logran meter al mercado hasta cosas que son propias o privadas, con lo cual se rompen modelos de competencia y entramos a una especie de selva donde todos pueden competir contra todos, y lo real es que da resultados y hay muchos ejemplos además del ícono de Uber.
La segunda es que el modelo mundial crea una nueva esperanza y plantea una estrategia que ha sido central en esta nueva era post-industrial, el emprendedurismo, el que cada uno genere un negocio, y así se logra introducir al mercado, explotarse el mismo y luego a otros y así crear un nuevo modelo de empresa sobre los restos de una economía en constante transformación, que dejan espacios para estas novedosas opciones de negocio.
Este nuevo o novedoso modelo afecta los ya existentes, las empresas competitivas y asentadas, obligándolas a reformularse, que implica a sobre explotarse y así se sigue comprimiendo el beneficio de muchos en favor de unos pocos.
Brian Chesky, fundador y CEO de Airbnb, intercambio de casas, sostiene que en Estados Unidos existen aproximadamente unos 80 millones de taladros domésticos, cada uno de los cuales tiene un uso medio de unos 13 minutos a lo largo de su vida útil y un coche pasa una media de más de un 95% de su tiempo estacionado. En España, existen 29 millones de coches, de los cuales 5 millones apenas salen del garage, lo que arroja, según cálculo, unos 100 millones de asientos de coche vacíos al día. ¿Estamos siendo realmente eficientes en la asignación de los recursos existentes y en el respeto al medio ambiente?
Aquí aparece el otro motivo que es el ambiental, y se juzga a los automovilistas que van solos en el auto como grandes aportadores al CO2, pero no a las grandes corporaciones que contaminan la tierra y el mar y los grandes países que no desean firmar los tratados de control de emisiones, ¿estamos ante una nueva estrategia de entretenimiento mientras el deterioro ambiental global continua?
Este nuevo modelo económico, sostienen sus promotores, que amenaza con un cambio de era, igual que en su día lo hicieron las redes sociales, es falso, porque el sistema no pasará de las mega-ganancias a la economía colaborativa, es la utopía hecha un sueño ya que al igual que las redes sociales que no han podido cambiar el nivel de desinformación global que se da en este mundo controlado por unas pocas empresa globales, que son los que a su vez informan al ciudadano desde su perspectiva.
Otra característica del modelo es que tiene como denominador común la compartición entre iguales de bienes infrautilizados o la prestación de servicios de pequeño valor económico, apoyándose para ello en Internet y las nuevas tecnologías.
Esta característica podría ser analizada de dos maneras diferentes: primero, como un proceso de socialización de servicios camino a una transformación más profunda que no tiene nada que ver con la economía colaborativa y, segundo, es que aumenta la base de consumidores de la sociedad del consumo, ya que esto le da poder de negociación a las pequeñas economías personales y las incita a consumir.
Cada mes más de un millón de viajeros se alojan en casas y apartamentos de otros particulares utilizando la plataforma Airbnb; son los que considera elevado lo que exigen pagar en un hotel, o porque son muchos y van en grupo, o forman parte de un grupo selecto que puede intercambiar su casa entre iguales; la segmentación de la oferta y la demanda sirve para estratificar los niveles de consumo.
La empresa, con origen en San Francisco, maneja en la actualidad más de 650,000 espacios en más de 34,000 ciudades, un volumen de alojamiento similar a cadenas hoteleras históricas como Intercontinental o Hilton, la gran mayoría de los consumidores van por la reducción económica pero otro grupo busca nuevas experiencias, pero esto no diluye ni transforma el sistema sino que lo fortifica ya que el turismo es una especie de espacio de felicidad que puede durar unos días en la cual el consumidor cambia su rutina y tiene una nueva experiencia.
Lo que plantea la economía colaborativa es una nueva ampliación del mercado, que en los 60´s tuvo dos grandes mega-incrementos, el primero por la revolución femenina que duplicó el número mundial de consumidores y, el otro, es el ingreso de la juventud como segmento en el mercado, hoy son nuevamente los jóvenes, empleados o sin empleo, una gran mayoría que buscan realizarse en el mundo del consumo con sus cuotas de viajes por el mundo a un bajo costo, y la economía colaborativa es el camino a seguir.
Los inversores ya entendieron el negocio, que no es ni filantropía ni socialización sino comercio que juega con lo informal, sin derechos laborales y sin impuestos y por ello ven en el consumo colaborativo, un importante nicho de negocio.
Si la economía colaborativa fuera el intercambio sin fines de lucro, el sueño juvenil de una sociedad igualitaria, no tendría los resultados económicos que hoy tiene como son los casos de Blablacar que recolectó en 2014 un total de 100 millones de dólares en su última ronda de inversión. Airbnb, una empresa fundada apenas en el 2008, tiene una valoración de más de 10,000 millones de dólares, mientras que Uber, la compañía denostada por el taxi tradicional y de la que Google es principal accionista, ha sido valorada nada más y nada menos que en 65,000 millones de dólares, más que el valor de GMC.
El paso siguiente fueron las finanzas que no se escapan al fenómeno colaborativo con fórmulas como la financiación colectiva (Crowdfunding) o los préstamos entre particulares (Crowdlending), o los bancos de tiempo donde particulares intercambian prestaciones medidos en horas, minutos y segundos.
Esta breve revisión sobre este nuevo fenómeno del sistema global, nos muestra que no se trata de colaboración sino de un negocio, porque si no que lleva a que se invierten grandes fondos que están integrados en el mundo financiero y que generan intereses las 24 horas del día todos los días del año. Será porque generan tantos beneficios que ya han pasado a ser parte del mundo del capital global a nivel de grandes firmas, o sea, que parte del fenómeno, es la realización de un “milagro”, por el cual un “no negocio” genera grandes beneficios.
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