Dr. Alfredo César Dachary
En el siglo XXI, en Latinoamérica, se han dado cada vez más intentos de desestabilización de gobiernos democráticamente elegidos, en la medida en que Estados Unidos comienza a perder el control de éstos y, más aún, de sus principales recursos.
Éstos son los denominados “golpes blandos”, procesos desestabilizadores que se les denomina de esta manera por la falta de participación de las fuerzas armadas, las cuales en una etapa anterior, la segunda parte del siglo XX, se distinguieron por encabezar estas asonadas militares que terminaron imponiendo dictadores en medio de un mar de sangre; por ello hoy, aún marcadas por su terror represivo, dejan este papel a otros actores diferentes.
Los intentos de golpes de estado comenzaron en el 2002 cuando el presidente de Venezuela, Comandante Hugo Chávez, buscaba sumar adeptos en América Latina para enfrentar unificados un rechazo al ALCA, que se hizo realidad en la reunión de Mar del Plata donde el rechazo fue mayoritario y dejó en claro una nueva mayoría de países que pretendían tener un modelo no controlado por la hegemonía reinante.
El golpe contra Chávez comenzó con fuertes protestas y en una huelga general convocada por Fedecámaras, que duró más de tres días, en el 2002, y recién contaba con sus primeros aliados el comandante Fidel Castro quien le dio fuerza para resistir; para algunos expertos éste podría ser el primer intento de golpe blando en América Latina en el siglo XXI
En el 2008, con la emergencia de la gran crisis mundial, el imperio realiza una serie de intentos de golpes blandos de diferentes estrategias. Uno de los más recordados fue el que montaron desde Santa Cruz, capital “blanca” de Bolivia, los poderes económicos dominantes al presidente Evo Morales, y en el mismo año la famosa “crisis del campo”, el primer intento de destituir a la presidenta de Argentina, Cristina Fernández.
Pero estos golpes fracasados no hicieron decaer la estrategia de Estados Unidos y al año siguiente, en 2009, el primer triunfo del imperio junto a la justicia hondureña en la búsqueda de derrocar a Manuel Zelaya, con el apoyo del ejército y con una larga lista de desaparecidos y ejecutados por los paramilitares que operaban para ellos, lo cual se dio en el 2010 y se logró derrocar al Presidente de Honduras.
Luego vino el intento de derrocar mediante un alzamiento de la policía al presidente constitucional de Ecuador, que había demostrado cabalmente que se puede modificar la política neoliberal de sometimiento a la que estábamos siendo llevados por el imperialismo, pero nuevamente fallan.
En la segunda década del siglo XXI buscan nuevas fórmulas y variantes, para poder recuperar el control del futuro de América Latina, pero a través de la estrategia “legal” de los “golpes blandos”.
La primera víctima fue, en el 2012, el presidente del Paraguay, elegido en democracia, que es retirado mediante un ardid jurídico, un “juicio político” abreviado basado en falsas pruebas y la traición de sus aliados políticos, luego de una larga campaña por los medios de denostar su imagen.
La destitución del presidente de Paraguay, Fernando Lugo, ha generado una fuerte controversia en América Latina. Unos consideran que es un paso democrático, pues se utilizaron mecanismos constitucionales para despojarlo de su cargo. Otros creen que es un retroceso político en el continente, ya que se habrían usado los instrumentos legales con el fin de dar un golpe de estado encubierto.
Detrás de la controversia se esconde una polarización política, básicamente entre las élites, que buscan preservar sus privilegios, y los sectores en mayor o menor medidas marginados, que pretenden conseguir más poder y tener acceso a más bienes y recursos.
El expresidente destituido de Honduras, Manuel Zelaya, equipara el «golpe de Estado» que tuvo en Honduras con el que logró destituir al presidente Lugo en Paraguay.
Después de la fase de las dictaduras militares, entre las décadas de los años 60´s hasta los 80´s del siglo pasado, América Latina entró en una fase de
democratización. Las fuerzas armadas pasaron a un segundo plano, una vez que mostraron tanta eficacia para acabar con grupos insurgentes y sus aliados, como poca eficacia para gestionar la política y la economía de sus países.
Este método “legaloide” armado desde el poder económico en complicidad con el poder judicial es el mismo método que ahora pretenden aplicar a la presidenta Cristina Fernández de Argentina y a Dilma Rousseff por el escándalo en la principal empresa estatal de Brasil: Petrobras.
Paralelamente a este proceso de desmilitarización de la política y democratización de las sociedades, el modelo económico neoliberal dominante ha agudizado los desequilibrios sociales. América Latina tiene el mayor grado de desigualdad del mundo aunque ha hecho grandes avances en la reducción de la pobreza. Paradójicamente, el continente ha mantenido un crecimiento sostenido y ha podido enfrentar la crisis financiera internacional con éxito.
Para Juan Gabriel Tokatlián, profesor en la Universidad Torcuato di Tella , el caso paraguayo sigue la línea de los «golpes constitucionales» que se habría iniciado en Ecuador en el año 2000 con la destitución de Jamil Mahuad, y que continuó hasta el intento de golpe contra el presidente ecuatoriano Rafael Correa en 2010. Para Tokatlián, casos como el de Lugo o el de Correa muestran una tendencia a deshacerse de presidentes molestos usando la Constitución.
Cada caso, exitoso o fallido, incluyendo Venezuela, Haití y Honduras, tiene fuertes diferencias, pero para el académico indican una tendencia a utilizar la Constitución para deshacerse de presidentes molestos.
EL último intento que se realiza en Argentina es el que tiene en el centro al Fiscal Alberto Nisman, fallecido por suicidio para unos y asesinado para otros, que estaba trabajando en otras causas cuando en el año 1997 los fiscales E. Mullen y J. Barbaccia lo invitaron a incorporarse al equipo que investigaba la causa AMIA y en el 2004 el presidente Néstor Kirchner lo nombró como el Fiscal específico de la causa AMIA.
En casi dos décadas el fiscal Nisman “investigando” la causa AMIA no pasó nada, pero se logró que pase el tiempo, sin que las partes solicitaran más acción y prontitud en esta causa.
La presidenta de argentina Cristina Fernández, que además es abogada, es la que ideó el Memorándum de entendimiento con Irán para tratar de destrabar esta causa, que inclusive en un primer término tanto AMIA como DAIA estaban de acuerdo con el Memorándum y que extrañamente de un día para otro salieron a criticarlo, luego fue aprobado por mayoría oficialista en el Congreso con algunos aliados coyunturales.
El colmo del descaro fue que el presidente de la Corte Suprema de Justicia de Argentina, cuando dio su informe anual, esta vez en un marco político, afirmó que el caso del atentado de la embajada de Israel era cosa juzgada, algo que un estudiante de derecho, no puede decir por ser básico, pero enceguecido por la ambición hizo del ridículo su mayor espectáculo y fue desautorizado y corregido por la mayoría del mundo jurídico, además de haber ofendido a los familiares de las víctimas de ese atentado, que estaban presentes en el informe y se retiraron.
Un nuevo caso de golpe blando se ha gestado en Venezuela, que viene desde hace más de un año, cuando en abril del 2013 Nicolás Maduro ganó por escaso margen las elecciones presidenciales a toda la oposición nucleada detrás de la candidatura de Henrique Capriles.
Sin ningún prurito democrático, al perder por escaso margen, el candidato conservador desconoció el triunfo legítimo de su adversario, lo cual fue respaldado por una campaña internacional de los grandes medios para que nadie reconociera al gobierno de Maduro.
La oposición y Washington creían que esa escasa ventaja a favor del bolivariano desaparecería rápidamente y quedaría como un gobierno débil, vulnerable a cualquier acción de destitución, por lo que tres meses después de las elecciones presidenciales hubo elecciones municipales, en una situación muy desfavorable, tras la muerte de Hugo Chávez, al que debió reemplazar, y con muchos problemas en la economía.
Maduro no sólo no perdió esa ventaja sino que la amplió a más de diez puntos y más de un millón de votos, lo cual fue un desastre para la oposición, que creía que finalmente había llegado el momento de cortar el proceso chavista, una lección que ya tiene antecedentes en nuestra América.
El pasado 12 de febrero, el presidente venezolano Nicolás Maduro denunció los planes de golpe de Estado que la ultraderecha de ese país pretendía desarrollar en diversas etapas y financiados por funcionarios del gobierno de Estados Unidos.
Los golpes blandos se suceden, las respuestas de la sociedad también, es un período de desestabilidad orientado a evitar la pérdida de la hegemonía en una de las regiones con mayores recursos del planeta.
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