“El subdesarrollo de América Latina no es una etapa del desarrollo, es su consecuencia” Eduardo Galeano.
América Latina fue durante el siglo XX el escenario de un conflicto que venía del siglo XIX, entre los que pretendían la verdadera independencia de los países y los que preferían ser vasallos de los antiguos colonizadores y de los nuevos conquistadores.
Ese enfrentamiento vigente hasta hoy se daba entre grupos y partidos en los diferentes países, teniendo un solo árbitro reconocido o impuesto: Estados Unidos, que cuando el conflicto era muy fuerte dejaba las formas a un costado y procedía a una invasión, como fue el caso de México a comienzos del siglo XX, a Panamá al final del mismo, en medio de éstos hubo más de diez intervenciones militares que terminaron en un cambio drástico de gobierno.
El más recordado fue sin duda el de Chile en 1973, que impuso a un militar, el General Pinochet, y con él un genocidio de los mayores en el subcontinente solo superado por el de Argentina a partir de 1976 a 1983. En los 90´se da la implosión de la URSS y la caída del denominado socialismo real o “del este” para unos y las “repúblicas populares” para otros.
Esto fue asumido por el centro del poder de Estados Unidos como la etapa final del sistema camino a la eternización, lo cual llevó a que Francis Fukuyama escribiera “El fin de la historia y el último hombre”, una obra que reinó una década hasta que la realidad con China y el regreso de Rusia los sacó del letargo. Hubo un hecho previo fundamental, el 11-S, atentado (para algunos auto-atentado) que llevó a Estados Unidos a plantear un ajuste al Estado de derecho incompatible con lo que venía “promoviendo” durante el siglo XX, pérdida de las libertades básicas, con la Ley Patriótica.
A partir de allí se comienza a dar un proceso poco esperado, pero consecuencia del fin de las dictaduras cívico-militares, que fue el regreso de una política nacionalista y popular, conocida a nivel académico como el “populismo”.
En la primera década del siglo XXI, Venezuela, Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, Nicaragua y Bolivia, entre los más significativos, los cuales llegan al gobierno por elecciones “democráticas” y en una década caen a partir de elecciones democráticas pero ya operadas por un nuevo paradigma de conocimiento y manipulación de la sociedad, que tuvo un éxito asombroso en el triunfo de Trump en Estados Unidos y luego se fueron dando en otros países, siendo los más reconocidos, por los cambios generados, los casos de Argentina y Brasil.
En Estados Unidos, durante las primarias de su partido, Trump como candidato no valoraba la utilización de metadatos que habían beneficiado mucho al presidente saliente, Barack Obama, en campañas anteriores, donde se fue formando una imagen que fue de un valor excepcional en su credibilidad y poder político.
Es Jared Kushner, esposo de su hija, quien va a desarrollar una estrategia digital conducida por una empresa conocida por haber trabajado con los partidarios en Gran Bretaña a favor de la aprobación del Brexit.
Ya en la recta final de la campaña, Donald Trump se respaldó en la experiencia de Cambridge Analytica, rama estadounidense de la firma especializada en marketing de comportamiento, con lo que logró hacerse con los estados clave de Pensilvania, Michigan y Wisconsin.
Éstos lograron desarrollar un algoritmo capaz de identificar las ciudades en las que había mayor concentración de electores “a convencer”, según el jefe del equipo de Trump en Cambridge Analytica. Esa campaña debía ser particularmente intensiva, ya que Hillary Clinton gastaba más del doble de dinero que la campaña de Trump.
Estas iniciativas generaron miles de mensajes diferentes en función de los perfiles de los votantes en redes sociales como Facebook o Snapchat, así como de la audiencia de la radio Pandora y, según Cambridge Analytica, unas 4,000 publicidades digitales en favor de Donald Trump fueron vistas 1,500 millones de veces por millones de estadounidenses.
Así se logró manejar información sobre los usuarios de redes sociales con el fin de armar un discurso que apunte a los “problemas que les preocupan”, por ello se ubicó como el elemento clave de la victoria de Trump el de identificar y comprender quiénes eran los electores dispuestos a votar.
Los expertos del Partido Demócrata entendieron que la participación fue un elemento crucial de las elecciones, transformándose en un punto débil de los analistas de datos. Ello impulsó a Trump a realizar una verdadera revolución en su relación con sus gobernados a través de Twitter, logrando duplicar el número de seguidores frente a menos de la mitad de televidentes de los principales noticieros de la tarde en Estados Unidos.
Esta nueva forma de manipular a sociedades alienadas con una larga sucesión de mentiras, algo común a nivel mundial, habían logrado aislar al sujeto de los grandes temas nacionales e internacionales y las nuevas tecnologías aparecen como una nueva verdad manipulada, lo que les da el control de millones de electores.
Para el investigador Jaime Bartlett que estudia la relación entre nuevas tecnologías y democracia, esta relación lo llevó a escribir el libro “El pueblo versus la tecnología: como internet está matando la democracia”, el cual deriva en unas conclusiones muy alarmantes, ya que en los próximos años o bien la tecnología destruirá la democracia y el orden social tal como los conocemos, o la política impondrá su autoridad sobre el mundo digital, ya que cada vez es más claro que la tecnología está ganando esta batalla.
Bartlett, director del Centro para el Análisis de las Redes Sociales en el grupo de expertos de Demos en conjunto con la Universidad de Sussex, se refiere específicamente a las «tecnologías digitales asociadas con Silicon Valley: plataformas de redes sociales, datos masivos, tecnología móvil e inteligencia artificial, que dominan cada vez más a la vida económica, política y social».
Las redes sociales, los datos masivos, la tecnología móvil y la inteligencia artificial afectan a la democracia, que es analógica. De allí que las democracias occidentales han permitido que se socavaran componentes centrales del sistema: control, soberanía parlamentaria, igualdad económica, sociedad civil, ciudadanía informada. Estos dos grandes sistemas, tecnología y democracia, están trabados en una lucha encarnizada ya que son los productos de épocas completamente diferentes y funcionan según distintas reglas y principios. La tecnología digital va en contra de este modelo “democrático- nacional” es no-geográfica, es descentralizada, es impulsada por datos, sujeta a los efectos de la red y el crecimiento exponencial.
De allí que la democracia no fue creada para ajustarse a este nuevo paradigma, ya que debajo de la devoción de Silicon Valley por la conectividad, las redes y las comunidades globales, asoma el autoritarismo.
Por ello, en Argentina y Brasil se han combinado otros elementos del sistema anterior pero ya controlados para darle forma a los cambios que pretenden imponer el mundo tecnológico.
Se trata del “golpe judicial”, que se ejerce desde el control de la información pública en redes, radio, internet y periódicos, asociado a un control de los jueces que responde a campañas de desprestigio y condena antes de ser juzgados a los diferentes políticos opositores a esta nueva estrategia que manipula el neoliberalismo y fascismo criollo, hoy gobierno en Brasil a través de un militar.
Este cuadro de la última década del siglo XXI tiene ejemplos de sobra en Latinoamérica y en el propio Estados Unidos, por lo que hoy llama la atención un renacimiento de un político “populista” que se plantea las metas de la primera década del siglo XXI, algo que permitió sacar a más de 40 millones de pobres a un nivel mejor y con ello incrementar el consumo del mercado interior lo cual se expresó en una mayor derrama y beneficio para los sectores productores y distribuidores.
Éste es el mayor reto de un político latinoamericano para la década siguiente, en la cual además de los antes mencionados, hay una tendencia a la reducción del empleo y el aumento de los desocupados, que se sumarían a los grandes contingentes de pobres.
Todo esto en la mayor frontera con el país hegemónico de más de 3,500 km de extensión, en momentos en que éste pretende impulsar el empleo en su país, desmantelado por las ventajas de la deslocalización industrial y los bajos salarios en los países periféricos.
El tema es complejo porque estamos en medio de una verdadera revolución que ha planteado e implementado Estados Unidos con Trump, al defender la producción nacional y ya no confiar en la globalización comercial que durante dos décadas impulso a través de la OMC, hoy camino a ser desmantelada y la potencial crisis del empleo por sustitución, en medio de un triángulo donde China emerge como el gran motor industrial y comercial, Rusia el de la tecnología militar y las grandes reservas mundiales de oro, petróleo, uranio, agua y muchos más en un territorio que abarca 11 husos horarios y Estados Unidos, epicentro de la revolución tecnológica con el Silicon Valley y sus réplicas.
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