“¿Por qué dicen amor cuando quieren decir sexo?” Groucho Marx.
Alfredo César Dachary.
La cuarta revolución industrial es un paso más firme y sin retorno a un cambio profundo del ser humano, o sea, a la pérdida de valor del hombre, hasta ahora sujeto de la transformación a partir de su trabajo y su remplazo por la tecnología creada por el hombre, para eliminar la presencia de éstos en el mundo laboral y otros más, como veremos más adelante.
Cuando estalló la guerra fría, la propaganda oficial del Macartismo desde el gobierno de Estados Unidos era que el mundo se iría, en caso de que la URSS y sus aliados tomaran el poder mundial, a un materialismo total donde el hombre dejaría de tener valor y sería una mercancía más. En la segunda parte del siglo XX estas palabras terminaron siendo proféticas, ya que la URSS se desmanteló y la potencia triunfante, Estados Unidos, acelera el proceso de deshumanización del trabajo en todos sus niveles, en favor de una acelerada reproducción del capital a partir de la unión de la tecnología con la inteligencia artificial. Así comienza a crecer la robótica, como un producto deseado por las grandes industrias, ya que los robots no tienen ideales ni utopías y, por ende, no discuten, no hacen huelga, no duermen, no cobran. ¿Será que hemos comenzado un retorno al esclavismo, pero esta vez de robots?
Así se inicia el siglo XXI, en el que Foucault había vaticinado un regreso al medioevo, y parece que no estaba tan errado, período en donde el hombre recupera su religiosidad aparentemente “perdida” desde el comienzo de la modernidad, etapa larga en la que se fue logrando que éste no siguiera creyendo en que todo en el mundo era obra de Dios. Hoy, la tecnología se ha transformado en un nuevo foco de esperanza del hombre, ya que en ella estaría el único camino posible para poder huir del límite natural del ser humano: la muerte, como la otra cara de la vida.
Antes el hombre creía en el paraíso, como un premio a una vida de recogimiento, de principios y mucha fe; hoy la historia vuelve a repetirse y el hombre empieza creer firmemente que la tecnología, su nueva fe, será la que lo sacará de las garras de la muerte, al final ambas creencias tienen mucho en común: una vida eterna, más allá de los límites naturales actuales, para unos era el paraíso que se había relatado ampliamente en la Biblia y otros escritos religiosos y para los hombres de hoy una ampliación de la vida por mucho tiempo, es el camino a un salto más amplio que implicaría el nuevo posthumano, una forma potencialmente creíble de nueva realidad.
La muerte del humanismo, como ideología creada en el Renacimiento, va implícita en la degradación del humano y su remplazo por un nuevo organismo tecnológico, o sea, que va más allá de esa idea renacentista y se orienta a cambiar al hombre como llegó hasta hoy y de ser centro de la vida en el planeta, a ser una “cosa más” en un nuevo mundo donde lo que domina es lo artificial.
Pero esto no emerge hoy, sino que viene de décadas atrás, algo que ya se viene experimentando en otros organismos vivos desde las semillas transgénicas a nuevas especies de animales diseñados para usos experimentales o de estudio, consumo u otra función hoy no especificada, todo se transforma de la naturaleza al hombre.
La naturaleza fue el reto del hombre desde el momento en que éste asumió la razón y su reacción inicial fue de adorarla mientras no la entendía, para luego comenzar a transformarla cuando se logra entender más, y así se inició un largo camino que hoy está al borde del colapso ante una potencial crisis ambiental derivada de estos cambios sin control que generan una trágica cadena de eventos y consecuencias hasta llegar al cambio climático, que puede derivar en una transformación muy profunda, incluido la desaparición de nuestra especie.
El hombre transforma todo, incluido el sexo y de allí que termine por crear muñecas o muñecos para poder disfrutar de un sexo donde él es el controlador, es el dios de esa relación, y no debe pensar en que, si su violenta experiencia termina destrozando este “juguete”, solo lo perderá y en última instancia lo deberá pagar.
De las muñecas se pasa al robot que tendrá uso sexual, una nueva forma de degradación humana, amparada en la libertad de consumo y obtenida por un precio de mercado, siempre respondiendo a nuevos deseos, que no son otros que los antiguos, luego limitados o prohibidos y que hoy renacen en este sujeto vacío, cuya única meta en la vida es consumir.
Debido a la magnitud del problema, un grupo de expertos en robótica acaba de hacer público sus preocupaciones: “…se trata aún de un tema muy nuevo y definitivamente necesitamos ciencia sobre el tema…” reconoce Noel Sharkey, profesor emérito de robótica e inteligencia artificial de la Universidad de Sheffield (Reino Unido). “Ya hay unas cuantas compañías que desarrollan robots para el sexo y queríamos estudiar la cuestión sin entrar a opinar para desarrollar un documento que tal vez pueda ser útil para que los políticos puedan ver lo que está pasando realmente…”, explica el cofundador de la Fundación para una Robótica Responsable. Sharkey es coautor del informe junto a Aimee van Wynsberghe, profesora de ética y tecnología de la Universidad de Delft (Holanda) y otros dos expertos en este campo.
El documento repasa toda la literatura científica sobre el tema con el respaldo de una inmensa mayoría de artículos de filósofos, sociólogos y otros expertos sobre ética y también recurre a testimonios de periodistas, trabajadores sexuales y a dos entrevistas realizadas a los responsables de dos empresas de robots sexuales. El trabajo analiza los productos existentes en el mercado y explora los extremos más polémicos de este mercado incipiente, como la creación de robots sexuales que reproducen a niños, y éste es sin duda el mayor problema que se ha encontrado.
Las escasas encuestas sobre el tema realizadas dan datos muy divergentes, como que entre el 9% y el 75% de las personas consultadas estarían dispuestas a tener sexo con robots y en uno de las encuestas hasta el 86% opinaba que los robots podrían satisfacer los deseos sexuales. El informe analiza los cuatro modelos de “robots sexuales” disponibles en el mercado, que cuestan entre 5,000 y 15,000 dólares, y muchos de ellos dicen llevar incorporados sistemas de inteligencia artificial, aunque se trata de sistemas muy básicos, incapaces de nada que se parezca a una conversación normal. Algunas de las muñecas tienen varias personalidades programadas, como la llamada Roxxxy Gold, que incluye a Wendy la salvaje y Farrah la frígida, que se resiste al acto sexual, una especie de violación simulada que preocupa a los autores de este informe.
Lo que queda claro es que estos productos tienden a hacer de las mujeres un objeto, llevan a la idea de que sus cuerpos son un producto, aunque no lo hacen más que la inmensa industria del porno, lo cual tampoco es justificativo.
El trabajo analiza las opiniones de varios expertos sobre si una muñeca sexual podría ayudar a violadores, y específicamente apunta un dedo acusador a la empresa Trottla, fundada por el japonés Shin Takagi, un “pedófilo confeso” cuya compañía fabrica muñecas sexuales de niñas. En el informe se cita una entrevista del nipón con The Atlantic: “…Estoy ayudando a la gente a expresar sus deseos de forma legal y ética. No merece la pena vivir si tienes que vivir con el deseo reprimido…”.
El experto en robótica no cree que en los próximos cinco o diez años vaya a haber robots que aporten “una compañía real”, ya sea sentimental o sexual, aunque reconoce que el avance de la tecnología tan rápido implica una gran incertidumbre.
Es posible que todo este mercado quede reducido a un nicho dedicado a una minoría fetichista, pero también existe la posibilidad de que el sexo con robots cambie nuestra forma de relacionarnos y se convierta en la norma, por lo que pese a todo hay demasiada incertidumbre y lo que necesitamos es mucha más ciencia e información sobre este tema.
Pero a pesar de que la libertad sexual alcanza nuevas estaturas con cada año que pasa y el hecho que existen nuevas herramientas tecnológicas para “romper el hielo” como las redes sociales y las dating apps, el ser humano está teniendo cada vez menos sexo.
Así lo revela un estudio publicado en la revista especializada Archives of Sexual Behavior en el que se afirma que la cantidad de sexo que la gente tiene esta década es hasta 15% menor que la que tenía en la década de los 90. El estudio realizado entre estadounidenses detecta una baja en la frecuencia de las relaciones sexuales anuales entre los habitantes de ese país de 62 veces en 1990 a 53 en 2010.
La tendencia se replica en Gran Bretaña. En 2013 la National Survey of Sexual Attitudes and Lifestyles (Natsal) encontró que los británicos entre 16 y 44 años tenían poco menos de 5 relaciones sexuales al mes en promedio. Un considerable retroceso del mismo estudio realizado en 2000, donde los habitantes de Reino Unido promediaban 6.3 relaciones al mes. Se ha estado debatiendo desde hace unos años sobre si se debe considerar la asexualidad como la cuarta orientación sexual. Investigaciones de la Universidad de San Diego (EE.UU.) han mostrado que el 15 % de los estadounidenses nacidos entre 1980 y 1990 no practican sexo. Una encuesta entre 3,000 parejas realizada simultáneamente en Japón, situó esa proporción en 47 %.
En los últimos años, diversas personalidades como la escritora neozelandesa Keri Hulme, laureada con el premio Booker 1985; el rapero británico Mike Skinner y el guitarrista John Frusciante de Red Hot Chili Peppers se han identificado como asexuales y la cantidad total de quienes se consideran a sí mismos como tales se va acercando en el planeta a los 13 millones de personas.
En el mundo desarrollado, el número de comunidades y centros de apoyo social para los asexuales casi ha igualado el de las instituciones que velan por los LGBT, aunque son mucho menos frecuentes los casos de discriminación contra los asexuales, que prácticamente no son condenados por la sociedad, ya que la gente no les cree, puesto que la cultura popular se basa en el sexo casi completamente, algo que excluye de la opinión popular la existencia de personas que no sienten atracción sexual alguna.
La asexualidad ha llegado a ser reconocida activamente en varias partes del mundo: se han abierto en el Reino Unido lugares para aquellos que quieran entablar amistad con personas asexuales; hay una cafetería temática en Francia, una empresa de diseño de apartamentos para los asexuales en Japón e incluso una agencia matrimonial en China.
Los asexuales son personas sanas que no quieren, aunque puedan, tener sexo o ser dependientes de ello, sino que buscan otras formas de intimidad y placer, igual que el común de los seres humanos, difieren entre sí y se dividen en grupos en función de intereses.
Así vemos, como funciona hoy la sociedad, el hombre recibiendo el desplazamiento de las máquinas, los hombres que dejan el sexo con humanos y lo hacen con muñecas o robots, hasta los asexuados. Originalmente, los economistas del Foro Mundial de Davos del 2016, hablaron de la tormenta perfecta con la pérdida del empleo, ahora hay que pensar que se quedaron cortos, porque esto es más que una tormenta, es un cambio que el hombre comienza a transitar.
Las tragedias no vienen solas y si el hombre comienza perder sus deseos sexuales o cambiar por prácticas con robots o muñecas, ha comenzado reducir la población algo que los animales practican en tiempo de crisis. ¿Estaremos entrando en algo similar?
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