Alfredo César Dachary.
Para el director de cine, escritor y guionista J. L. Comolli, el siglo XIX fue un frenesí de lo invisible, porque se construyeron nuevas máquinas que lograban captar algo difícil de fijar y en muchos otros casos de observar, como fue la fotografía, el cine y los rayos X.
Después de invención de la fotografía en 1895 se pudieron ver las primeras imágenes en movimiento, fueron filmadas por los hermanos Lumiere en Francia, pioneros y creadores del cine, así comenzó el siglo XX con una ola permanente de transformaciones tecnológicas que mejoraban y enriquecían cada vez más la cultura visual.
Primero fue la televisión en blanco y negro, luego a colores como en el cine, y de allí se pasó a los videos que venían a remplazar las cámaras de filmaciones privadas como el súper 8. En 1995, el video doméstico es remplazado por el video digital y en el año 2000, con el nuevo siglo, Apple sacó el iMovie.
En el siglo XVI, Erasmo de Rotterdam fue el primer hombre en el “mundo” occidental en leer todos los libros que existían en esa época, algo imposible de que se pueda repetir, ya que solamente en el 2011 según la UNESCO se habían publicado más de 2,2 millones de libros.
Para Walter Benjamin, en su ensayo publicado en 1936, “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”, la fotografía destruía la idea de imagen única porque se le sacan un sinfín de copias, algo que lo diferenciaba de la obra de arte pictórico tradicional de un original y que solo fue cambiando cuando emergen las reproducciones de las xilografías.
En 1991, el antropólogo Benedict Anderson, describió las comunidades imaginadas, creadas por la cultura impresa, como serían los lectores de un periódico que podrían sentir algo en común, seguidores de editorialistas y cronistas, algo que hoy ya queda en el pasado frente a los blogs de los periodistas.
Hoy las comunidades creadas e imaginadas a nivel global tienen consecuencias mayores, no crean naciones pero integran gente por origen, género y otros, la moda operada por un agente invisible como el mercado, cuyos titiriteros son los grandes inversionistas.
Lo que tienen en común todas las etapas de la cultura visual, es que la imagen confiere una forma visible al tiempo y, por ende, al cambio; una fotografía comparada de una persona diez años después es un reflejo de las transformaciones que sufrió y el tipo de vida que tuvo.
Hoy la realidad se vive en tiempo real, es un reality show permanente que es tramitado por internet u otros medios de comunicación, diferencia que los aleja de un pasado reciente en que los hechos se conocían después de sucedido. El hombre del siglo XX conocía la realidad como historia y el del siglo XXI como cotidianidad.
Pese a las grandes transformaciones siempre hay algo del pasado en el presente, aunque transformado, y es que la historia se repite inicialmente es una tragedia luego una comedia, así ocurre con el autorretrato que fue de uso exclusivo de la nobleza y hoy el selfie, que es lo mismo, pero tomado por una cámara y el mismo sujeto, es patrimonio de todos los que quieran hacerlo.
El autorretrato reflejaba el linaje, el poder de la personas, en la selfie la imagen lograda es una “mascarada” a veces cómica y otras de tragedia que vive a diario el sujeto y se refleja en esta foto aunque la quiera ocultar.
El autorretrato fue dominio de la nobleza y la emergente burguesía hasta 1839, en que apareció el primer daguerrotipo, y se comenzaron a hacer fotos baratas para toda la gente, la democratización comenzó por la tecnología, primero la foto, luego el cine, después los rayos X y hoy el internet y el celular al alcance de cualquier persona.
Los hechos asumen el tiempo donde se ubican y el poder de los actores que lo representan y así fue en el 2013, las dos historias antes mencionadas se unieron durante el funeral de Mandela cuando la Primera Ministro de Dinamarca les pidió un selfie a Obama y Cameron y así impusieron la selfie para los poderosos y además para los no poderosos, nosotros, los que hacemos la cotidianidad.
En los 70´ comienza a propagarse una nueva idea en los círculos artísticos e intelectuales de Estados Unidos y Europa, ya que la época moderna había llegado a su fin y se comienza a hablar de una condición postmoderna, período que se estima que dura desde 1977 al 2001.
El documental de Junie Livingston “Paris is Burning”, un ensayo sobre la cultura del Voguing o vogue, es un estilo de baile que nació en New York en los años sesenta en las cárceles, ya que mientras los heterosexuales salían al patio a hacer ejercicios o jugar básquet, los homosexuales se ponían a ojear la revista Vogue, ya que los habían separados en el recinto penitenciario por una verja para evitar conflictos.
Esto llevó a que este grupo marginado por el sistema carcelario se acercaban a la valla y se ponían a imitar las poses de las revistas creando una especie de coreografía, al extremo de que este movimiento salió a la ciudad y se empezaron a organizar fiestas privadas, donde los transexuales y gays neoyorquinos encontraban un espacio de expresión para poder bailar y expresarse de una forma que en otros sitios no podrían.
La utilización del “yo” en una representación que se puede fotografiar ha tenido efectos espectaculares, en la República Centroafricana, cuando el fotógrafo africano Samuel Fosso comenzó a utilizar restos de películas del laboratorio donde trabajaba para tomar poses y el visualiza como “se africaniza” y “racializa” su cuerpo.
Esto era algo que había analizado Frantz Fanon, que en 1960 cuando viajaba en un tren francés, y un niño al verlo gritó: “mira un negro mama, me da miedo”, lo cual es un ejemplo de la “mirada colonizada” que asociaba a negros a la violencia, y así Fanon se vio así mismo como lo miraba el blanco y se vio como una “sombra”.
En el 2013, el diccionario Oxford, anunció como la palabra del año selfie. El uso de este término entre el 2012 y el 2013 creció en un 17,000%, debido a la popularidad de Instagram y en ese mismo año se etiquetaron como selfies 184 millones de fotos.
Para el teórico Jack Halberstam, los bloques de identidad de humana imaginada y consolidada en el pasado siglo, lo que llamamos (género, sexo, raza y clase), han cambiado tan rápidamente y por ello éste plantea que cabe vislumbrar nueva vida en el horizonte.
Pero, ¿qué es el selfie? Cada selfie es una representación de una persona, tal como ésta espera que lo vean los demás, y es que éste adoptó la estética mecanizada de la postmodernidad y luego la adaptó para el público mundial de internet. Para algunos ésta es una nueva cultura, es narcisista y vulgar, para otros la selfie es una nueva forma de conversación digital predominantemente visual.
¿Cuándo comenzó? Se tiene como fecha inicial el 2010 cuando se le colocó una cámara de buena calidad al IPhone 4, hasta llegar a hoy que el flash permite sacar selfies sin cambiar la foto por el resplandor.
La selfie es una foto de uno mismo o de un grupo con el que la toma, y se toma desde arriba, solo la cara, la mayoría es hecha por jóvenes mujeres para intercambiar con sus amigos. Para el sociólogo Ben Agger, la selfie es la mirada masculina convertida en viral, que forma parte de lo que él denomina “el juego de citas y apareamientos”.
Por ello, el teléfono inteligente cambia todo, iPhones crean iTime y fundamentalmente alteran los límites entre lo público y lo privado y el día y la noche, ya que ahora estamos en línea en cualquier momento y en cualquier lugar, lo que requiere nuevos conocimientos teóricos de tiempo y lugar.
Los jóvenes son inseparables de sus teléfonos y ahora este “vicio” se ha extendido a sus padres, y así los teléfonos inteligentes nos utilizan, nos ajustan a sus ritmos compulsivos y exigiendo nuestra atención.
El teléfono inteligente nos demuestra que el dominio de internet requiere una nueva teoría social y cultural con el fin de hacer frente a su potencial transformador, que ya ha ejercido y seguirá incrementado.
Para Peter Clark, la connotación de selfie debería ser egoísta, porque al fin y al cabo parecemos como seres ensimismados, narcisistas, el centro de nuestro propio universo, metidos en la sala de los espejos en lo que cada reflejo es el nuestro, ¿éste es el nuevo reino de la soledad, del ciudadano egocentrista que hemos cultivado?
Para la novelista Stephen Marche, el selfie es la masturbación de la propia imagen, y lo dice en el amplio sentido de la palabra como un cumplido, ya que confiere control y al mismo tiempo una liberación.
Pero el mundo sigue en la ola de las grandes transformaciones y en el 2013, en Gran Bretaña, se generaron 35 millones de selfies mensuales y en el 2014, Google, decía que ha mediados de año se generaban 93 millones de selfies.
Hoy todos somos héroes, o al menos la selfie lo define como tal, todos merecemos ser vistos, ser admirados tener seguidores……, pero a la distancia, esa fría realidad que genera esta nueva tecnología que nos hace estar en todos lados, pero al final estamos solos.
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