“No es por la benevolencia del carnicero, del cervecero y del panadero que podemos contar con nuestra cena, sino por su propio interés” Adam Smith.
Al finalizar el siglo XX, junto a la caída de la URSS y el bloque socialista y el auge de la web, camino a ser la nueva revolución de la comunicación, educación y ocio, se inicia la denominada Tercera revolución industrial, un concepto y una visión esbozada por Jeremy Rifkin y avalada por el Parlamento Europeo, en una declaración formal aprobada en junio de 2007.
Históricamente las transformaciones económicas ocurren cuando convergen las nuevas tecnologías de la comunicación con los nuevos sistemas de energía. Las primeras se convierten en el medio de organización y gestión de las civilizaciones más complejas que se han hecho posible mediante las nuevas fuentes de energía.
Es así como la conjunción del Internet y las energías renovables en el siglo XXI, está dando lugar a la Tercera Revolución Industrial, lugar donde Jeremy Rifkin ubica a la actual economía colaborativa. Para Rifkin, la desaparición del trabajo tal como lo conocimos ya está aquí y alertó sobre este fenómeno al hablar de la Tercera Revolución Industrial y auguró un cambio en la vida de los hombres y mujeres que habitamos este planeta.
Con el desarrollo de la inteligencia artificial y la tecnificación de la economía, vemos como desaparecen puestos de trabajo y con ello nuestro modo de vida se altera profundamente, ya que quienes pierden el trabajo no pueden asumir el proceso como parte de la globalización y se sienten, legítimamente, perdedores, un grupo cada vez más amplio incluso en el primer mundo.
Rifkin se pregunta si podemos seguir estructurando los derechos sociales en base a esa actividad en declive. ¿Cómo haremos para garantizar nuestra vida y nuestra existencia sin trabajar? ¿Puede convertirse el trabajo en ocio? Esta crisis puede suponer, una oportunidad: la de una economía de la colaboración y del compartir.
Estamos frente a un capitalismo que entrará en declive y será reemplazado por nuevas formas de asociación, y queremos entender este fenómeno, porque deseamos pensar nuestro futuro y porque pretendemos imaginar alternativas políticas para gobernarlo, porque el desafío es pensar el mañana que ya llegó.
La economía colaborativa es un modelo económico basado en el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de plataformas digitales, y se inspira en las utopías del compartir y de valores no mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet.
Se impone la idea de que la opción más inteligente hoy es usar algo en común, y no forzosamente comprarlo, o sea, ir abandonando poco a poco una economía basada en la sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la competición entre los productores, y pasar a una economía que estimula la colaboración y el intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio.
Esta “revolución” aparece como nueva opción y la gente lo entendía así, ya que planteaba una profunda transformación en el seno del capitalismo que está operando, ante nuestros ojos, una nueva mutación.
Hoy ya no todos lo ven así, sino que se habla de un nuevo modelo de precariedad, sin ningún derecho o protección, un mecanismo más de los que se han implementado en las últimas tres décadas de “auto explotación”.
Para Davis Bradey, economista colombiano, ésta representa un símbolo de un nuevo modelo económico, que se conoce como uberización, a partir del modelo Uber de servicios alternativos a los taxis y se amplía a los nuevos modelos de negocios en los cuales particulares pueden efectuar transacciones económicas vía plataformas accesibles desde aplicaciones que se encuentran en sus celulares inteligentes o en sus computadoras.
Este modelo eclosionó y se amplió a muchos campos, por eso se habla de uberización de la economía, es ver la nueva gama de negocios que se hacen por este modelo “colaborativo”.
El éxito de estas plataformas se explica porque crean valor, por lo menos para sus usuarios que igualmente pueden, en algunos casos, generar efectos externos no siempre positivos.
La creación de valor se debe a una distribución de capacidad de producción entre un número siempre más importante de usuarios, lo que llamamos efectos de redes, por un lado, y por el otro, la creación de valor se da por el hecho de que la plataforma logra satisfacer las demandas de los consumidores que son cada vez más sofisticadas. Las tecnologías numéricas permiten romper este balance histórico agrupando en una misma plataforma millones de individuos, lo que permite llegar a un proceso de personalización a gran escala.
Para Maurice Levy, Presidente del Grupo Publicis en el Financial Times, la uberización es la idea que uno se despierta por la mañana descubriendo que su trabajo ha desaparecido.
Este nuevo modelo operado por plataformas ha empezado por atacar algunos “sectores protegidos” donde los consumidores han acumulado una frustración durante varias décadas, a menudo con la impresión de que el precio se encuentra artificialmente desconectado de la calidad ofrecida, o que ninguna innovación ha permitido mejorar la calidad. Lo más complicado relacionado con este fenómeno de la uberización es que estas plataformas tienden a introducirse en las brechas (o zonas grises) de las reglamentaciones sin distinguir lo bueno y lo malo de éstas.
El éxito de Uber en el mundo se explica por ser una respuesta a una regulación inadecuada de los mercados del transporte público, pero igual eso no significa que todos los puntos que componen la reglamentación de los taxis sean injustificados o se deban eliminar.
Un sector muy protegido en casi todos los países del mundo es sin duda el sector financiero, por el papel central de los bancos en la actividad económica y por la importancia de la confianza en este sector, se han elaborado muchas reglas prudenciales para proteger, entre otros, los ahorros de los hogares.
La diferencia con el sector del transporte público es que las plataformas han desarrollado hasta ahora una estrategia mucho menos agresiva hacia los bancos. Hasta el momento, la estrategia de estos nuevos operadores ha sido más bien la de buscar los nichos de mercado que resultan no tan atractivos para los bancos. Por ejemplo, en Estados Unidos y en Europa, se han creado plataformas para el financiamiento de corto plazo de las tesorerías de las pequeñas empresas.
Otros nuevos operadores se concentran en los “excluidos” del sector bancario, proponiendo costos de gestión mucho más económicos que los de los bancos tradicionales. También se han creado plataformas para montar esquemas de crowdfunding (micromecenazgo) en el cual son particulares que los prestan a otros. Para dar un orden de ideas, en el mundo este tipo de transacciones no sumaban los 3 mil millones de dólares en el 2012, mientras que en el 2014 representaban más de 16 mil millones de dólares. Obviamente son cifras todavía marginales si las comparamos con las del sector bancario tradicional, pero a la vez su crecimiento es llamativo.
Los pagos por teléfonos inteligentes están tomando cada vez más fuerza, lo que puede transformar de manera radical la industria del sector bancario. La información y el contacto con los clientes siendo la clave para medir de manera adecuada los riesgos, las plataformas que desarrollan pagos en línea van acumulando y quitando una valiosa información a los bancos que les permitirá competir con ellos en un futuro muy cercano.
Otra manera para entender el modelo de negocio de estas plataformas es fijarse en la razón capital/trabajo y compararla con la de las empresas tradicionales, y es que estas plataformas se caracterizan por tener muy pocos trabajadores, lo que obviamente hace parte de la estrategia para disminuir los costos y competir de manera más agresiva.
AirBnB y el grupo Accor ofrecen ambos servicios de alojamiento y sus negocios están valorados en 13 mil millones de dólares; AirBnB emplea 300 veces menos empleados que el grupo Accor, y además no es dueño de ninguna habitación, unas magnitudes similares se pueden observar entre las agencias tradicionales que ofrecen alquiler de carros y las nuevas plataformas que han entrado a competir en este mercado.
Para llegar a estas razones capital/trabajo tan altas, el modelo de muchas plataformas consiste en minimizar el número de empleados propios. La implementación de esta estrategia se hace siguiendo el modelo de intermediación en el cual las plataformas contratan a independientes que ofrecen los servicios demandados por los usuarios de estas plataformas. Esta forma de contratación se ha denominado “on-demand job” y ofrece una increíble flexibilidad a estas plataformas para incurrir en muy bajos costos fijos.
El desarrollo y la expansión de esta modalidad de contratación implican transformaciones profundas en los mercados laborales. Si bien este tipo de contratación puede ser adecuada cuando la gente que ofrece sus servicios a una plataforma lo hace como actividad económica secundaria, puede resultar mucho más precario para la gente que trabaja de manera exclusiva para ella. Usando el sistema de evaluaciones de los servicios al cual colaboran los usuarios, las plataformas ponen a competir a trabajadores independientes y logran extraerles más excedentes que en una relación laboral tradicional. Como en cualquier cambio drástico, eso conviene a algunos tipos de trabajadores, los más exitosos y los que necesitan flexibilidad en su vida profesional, pero la inestabilidad económica que genera puede afectar a muchos trabajadores.
The Economist, revista de inclinación liberal, menciona en su número del mes de enero de 2015 que esta forma de contratación se puede comparar al mercado de los estibadores en el siglo XIX esperando en los puertos que alguien los contratara. Mejor dicho, en contraparte de una mayor flexibilidad, este cambio en las relaciones laborales consiste en transferir gran parte del riesgo hacia los trabajadores, con toda la inestabilidad económica que eso implica.
Éste es el comienzo de este modelo que se va expandiendo y que podrá retroalimentar a la Cuarta revolución industrial y el decremento del empleo humano, que se estima para el 2025 en un 40%, con lo cual el capitalismo como sistema hará que convivan modelos del siglo XXI con otros del siglo XIX, disfrazados de modernos o alternativos.
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