“Vivimos en internet, somos datos para miles de algoritmos y las grandes empresas hacen negocio con ellos. La personalización de los contenidos crea un entorno ficticio afín a nuestras ideas” Vanesa Giménez.
Alfredo César Dachary.
Libertad y democracia, dos ideas maravillosas que se viene barajando desde la Revolución Francesa y aún no llegan a ser, salvo excepciones, una verdadera realidad. Lo más cercano a ello fue el ideal de la Unión Europea, pero pronto se cayó la máscara y la visión racista basada en el eurocentrismo emerge y así pone en la balanza una de las mayores tragedias del comienzo del siglo XXI, el rechazo a la inmigración.
Estados Unidos es el adalid de la democracia y libertad, no hace falta tener una educación mínima para entender que eso es un fraude, fue el último país de América que logró equilibrar los derechos de los negros, afroamericanos y los blancos, pero eso no evita que se maten negros por sospechas, por imagen, por forma de estar vestidos, en realidad, el legado de Luther King aún no se ha podido cumplir firmemente y, menos con los otros no blancos, los mexicanos y centroamericanos, todos siguen siendo ciudadanos de segunda sujetos a ser detenidos por sospecha de ser ilegales, incluido los famosos “dreamers”.
Más de veinte invasiones militares a países en América Latina, dos veces a México, cerca de mil bases militares en el mundo, con operaciones en todos los continentes, el adalid de la libertad solo le queda la imagen de la estatua porque es muy difícil creer que los Bush y los Clinton, opuestos en los papeles, sean diferentes en la realidad.
En el período de entre-guerras, en 1932 Aldous Huxley escribió un clásico de la ciencia ficción al que tituló “Un mundo feliz”, que era una ficción di trópica sobre una sociedad sometida por la ciencia a la satisfacción plena.
Clonación y cultivos humanos, unidos a la predestinación y la ausencia de libre albedrío se fraguó en una época en la que los totalitarismos pugnaban por dominar una parte del mundo, algo que hoy en el siglo XXI se hizo realidad.
Las personas tenían el cerebro condicionado y para salir de esa situación eran ayudados por el soma, una droga ideada para curar la melancolía, como hoy lo hacen las drogas de todo tipo y los diferentes medios de comunicación que sirven de droga y, a la vez, de escuela de la nueva alienación.
Todo esto era lo que componía la sociedad perfecta con la que Huxley ironizó contra las tiranías, ya que el mundo feliz era ciencia ficción, pero también apuntaba futuros posibles, lo cual no era errado ya que hoy la vida digital nos está acercando a esta trágica situación.
Una investigación de Eli Pariser (1980) sobre cómo los grandes sitios de internet en los que buscamos información, nos relacionamos y nos informamos iniciaron el camino de la personalización de contenidos y, con él, el de la recopilación de nuestros datos personales, deriva en esa conclusión “como la red decide lo que leemos y lo que pensamos”. En diciembre de 2009, Google cambió su algoritmo de búsqueda “búsquedas personalizadas para todos”, una serie de fórmulas que permitían asignar relevancia a los documentos de forma numérica.
El elemento central, o sea, la pauta de pertinencia para el buscador era el número de enlaces de otras páginas, de allí que todos veíamos los mismos resultados ante la misma búsqueda. Así se da la metamorfosis de Google, ya que se convirtió en millones de buscadores distintos, y por ello es que empezamos a encontrar lo que somos según los datos que Google tiene de nosotros, o sea, una clasificación.
Cuando cotidianamente lees o compartes noticias de determinados medios, verás estos medios en tus redes, si ves una película, la próxima vez tendrás destacado al mismo autor o director o algunos similares.
Pero lo que es fácil de poder entender y comprobar es que cada vez que sacamos un pasaje, al día siguiente tenemos una larga fila de ofertas de hoteles, restaurantes, rentadoras de autos, todos en el destino elegido. Cuidado, no se puede andar de incógnito en el mundo Google, salvo que sea como el hombre invisible, sin dejar huellas.
Los contenidos adaptados de Google, pero también de Facebook, Apple, Amazon, Netflix o de muchos sitios de noticias permiten un mundo feliz individual, un caudal inmenso de información que nos representa, con la que nos sentimos cómodos.
En la burbuja de filtros no vemos aquello que el programa establece que no nos interesa, por lo que tampoco somos conscientes de que esa información existe, o de que puede que haya algo importante que nos estemos perdiendo, por lo que, sin esa otra visión, sin esa experiencia crítica, el mundo de pronto se hace mucho más pequeño, aunque nos hagan creer que tenemos un acceso libre y colosal a lo que ocurre.
Éste es un tipo de control de nuestros gustos, nos crean mundos paralelos de los cuáles es difícil de salir, ya que éstos se orientan a incrementar el consumo, pero el proceso no se queda allí, sino que va mucho más lejos y termina siendo parte de nuestra cotidianidad, aunque pensemos lo contrario.
Para Byung-Chul Han, “…la sensación de libertad se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra, hasta que finalmente se muestra como una forma de coacción. Así a la liberación le sigue una nueva sumisión, éste es el destino del sujeto, que literalmente significa estar sometido”.
Así es el sistema que hoy es hegemónico a nivel global, el endiosamiento del sujeto consumidor hace que éste no sea consciente de su sometimiento, y es que la eficacia del psico-poder radica en que el individuo se cree libre, cuando en realidad es el sistema el que está explotando su libertad.
Big Data es el Big Brother digital, que genera en su análisis una verdadera estructura de clases en una sociedad de clases y en donde los individuos, sin consumo o ingresos, son considerados “basura”, por ello son marginales en el sistema.
Los que tienen puntación crediticia baja, se les niega el crédito o las tarjetas, son la basura humana, los rechazados de la sociedad, el desecho, que se debe separar para que no ocupe o ensucie espacio de otro consumidor.
En el otro extremo del control de la gente están los celulares, verdaderos “celadores” en esta cárcel de cristal, ellos son la vinculación con la realidad que nos han diseñado a medida, nuestros contactos, nuestros vicios, nuestros placeres, nuestra simpleza expresada como algo superior.
Ellos son los que nos controlan, no solo por el GPS que tiene adosado, sino porque nos obligan a contestar en cualquier momento del día, incluida la noche, el tiempo de trabajo es de 24 horas, el tiempo ocio también; como diferenciarlos es lo difícil, pero ambos nos han disciplinado a responder ya sea para consumir como para hacer una tarea de oficina.
Aquí hay una trampa que nos hace creer que gracias a las comunicaciones y la información que circula en estos pequeños aparatos tenemos “el mundo en las manos”, pero la realidad es lo opuesto, o sea, “estamos en manos del mundo”, no de todos sino de los que realmente tienen el poder, que son los grandes titiriteros de la obra maestra.
El “aparato” es una estructura que determina la movilización a través de una terminal ofrecida por “El ARMI”, y éste es la terminal física de la movilización de la gente, se expresa en Smartphones, Tablets y otros, antes las órdenes llegaban por otros instrumentos, dinero, títulos, documento de identidad y divisas. El ARMI es lo que Foucault y luego Agamben definieron como dispositivos, o sea, son la causa tecnológica de la movilización, por ello no se los puede considerar como un modo de alienación sino como una forma de realización de ésta.
La sociedad actual ha superado al modelo anterior de la sociedad del espectáculo, planteada genialmente por Guy Debord, ya que hoy todos los actores sociales no solo son usuarios sino productores de medios. Por ello las ARMI no son más que los medios de comunicación que nos informan, registran todo lo que se nos dice y decimos, allí quedan las huellas de lo que recibimos como órdenes y lo que hacemos como actores.
Todos los millones de datos que por minuto circulan en el mundo hoy son capturados y procesados a través de Big Data, en una operación por conocer la sociedad día a día, actor por actor, una forma de medir el pulso de la alienación en tiempo real, y entender el valor de la dominación en el momento. El “nuevo orden digital” que remplaza a la sociedad analógica, genera una gran riqueza de todos los actores forzados de la sociedad, que ellos crean a través de las redes y sirven para alimentar la minería de datos, fuentes de gran riqueza para el mercado.
La libertad y la democracia siguen siendo un anhelo, el “cielo” de los creyentes en la paz y en la humanidad y una pesadilla para los que han diseñado este modelo que no se puede disfrazar más, aunque lo quisieran, ya somos el “1984”, la antesala de lo que Huxley definió como “Un mundo feliz”.
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