El imperio VW y el fraude mundial.

Alfredo César Dachary.

 

Dentro de la manipulación de los grandes centros de poder mediático está la de recalcar una premisa del neocolonialismo, que los países de bajo desarrollo son corruptos y los muy desarrollados lo son excepcionalmente, algo que no aguanta ni el primer análisis.

Luego de lo descubierto a la empresa VW, tenemos que no solo afecta a ella, sino a las otras que les compran sus motores, con el cual este mega fraude tiene las características de global.

Pero veamos los antecedentes, para entender a qué sociedad, estado y clase empresarial y política nos estamos refiriendo. Transparencia internacional (TI), a solicitud de la Unión Europea, realizó un estudio de Alemania, principalmente a nivel del estado y sus resultados fueron muy interesantes.

En una escala del cero al 100, los Tribunales de Cuentas y los Poderes Judiciales recibieron una puntuación de 94 y 88 respectivamente. Los partidos políticos, con 70 puntos y la administración pública, con 71, alcanzaron los peores resultados.

A ello se le suma el hecho vergonzoso y antidemocrático de que Alemania todavía no haya ratificado la Convención contra la Corrupción de Naciones Unidas del año 2005 y el motivo son las modificaciones legales para el caso de soborno a diputados no han sido realizadas aún. Falta también implementar algunas medidas anticorrupción sugeridas por la OCDE y el Consejo de Europa. En este contexto, TI ha elaborado el catálogo “84 medidas para una república íntegra”.

En el ramo de medios, la organización afirma que debido a presiones económicas las condiciones de los periodistas han empeorado, y se detecta además una conciencia débil del significado de la lucha contra la corrupción; con frecuencia se la entiende más como un problema jurídico.

Para Daniel Tanuro, editor del diario La Gauche, el escándalo VW merece ser incluido en una antología de ejemplos concretos de la imposibilidad del capitalismo verde, que tanto alientan los países europeos como una versión del desarrollo sustentable.

VW ha engañado para hacer creer que sus vehículos diesel cumplen con los estándares de contaminación de Estados Unidos para el NOX (varios óxidos de nitrógeno que contribuyen a la formación de esmog), pero el engaño es crudo y deliberado ya que los coches están equipados con un pequeño programa que en las pruebas, activa el dispositivo de recirculación del gas del escape y lo cierra en condiciones normales.

En el laboratorio, gracias a la recirculación del gas, se cumple con el límite y el coche es «limpio», pero en la calle, se supera más de cuarenta veces dicho umbral el coche es muy contaminante.

Este truco fue revelado el 18 de septiembre por la Agencia Ambiental de Estados Unidos (EPA), y hasta ahora afecta a once millones de vehículos en todo el mundo sin contar los de otras empresas que compran este tipo de motores para ensamblar en sus fábricas de automóviles.

¿De dónde parte esta idea del fraude y que esto no los afectaría? Europa no tiene un sistema de este tipo para castigar a los transgresores, y como resultado, más de la mitad de los avances en eficiencia de motores declarados en Europa desde 2008 son fraudulentos y están basados en mentiras, de acuerdo con T & E, por ello es que toda la industria ha desarrollado un comportamiento de riesgo frente a pruebas que deberían ser tomadas en serio. Como ha señalado Drew Kodjac, del Consejo Internacional de Transporte Limpio (ICCT), una ONG, las actividades de VW en Estados Unidos son parte de un sistema de comportamiento que el sistema europeo ha creado.

Pero hay mucho más en materia de fraudes a partir de los centros de poder económicos del sistema. El escándalo de emisiones de Volkswagen es sólo el preludio de la farsa mucho mayor sobre el problema de las emisiones que se está preparando para la Cumbre sobre Cambio Climático en París, este diciembre.

Dos de las cinco hermanas, Shell y Exxon, afirman y convencen a los líderes del mundo que es posible seguir festejando sin culpa y la industria de la energía puede seguir bombeando combustibles fósiles a la atmósfera gracias al desarrollo de una estrategia para la captura de carbono que lo extraerá del aire para almacenarlo en el fondo del océano o en lo profundo del suelo. Lo que no se les explicará a los gobiernos en París es que esta tecnología es un mito.

En los últimos 14 años, los gobiernos han anunciado más de 24,000 millones de dólares en apoyo a lo que eufemísticamente llaman «bioenergía con captura y almacenamiento de carbono» (BECCS, por sus siglas en inglés) y las empresas privadas ya han gastado 9,500 millones desde 2005 en el desarrollo de esas supuestas soluciones técnicas, y aún se esperan los resultados.

En 2009, la Agencia Internacional de Energía advirtió que para capturar los mayores emisores necesitarían construir 3,400 lugares de captura y almacenamiento de carbono para 2050, con un costo aproximado de cuatro billones de dólares, pero ocurre que en los últimos cinco años se han descartado o abandonado 33 sitios o plantas experimentales de esta tecnología. ¿El mito y el fraude son dos caras de una misma moneda?

Pero no nos debemos sorprender ya que la historia reciente de Alemania, como la de muchos otros países, está plagada de escándalos de todo tipo desde la evasión fiscal, corrupción en contratos públicos, uso de información privilegiada, pagos ilegales a directivos, que han afectado a varios de sus grandes grupos empresariales como Mannesmann, Siemens, Daimler-Chrysler, Deutsche Bank, Deustche Post y la misma Volkswagen, ya que éstas son las enfermedades endémicas del capitalismo, acentuadas en la actual fase neoliberal.

Tampoco es novedad que la industria automovilística reconozca fallos técnicos en sus vehículos. Las llamadas a revisión de millones de coches han pasado a constituir un hecho habitual en el sector tras descubrirse algún fallo grave en algún accidente. Ya se sabe que la presión por abaratar costos tiene estas cosas.

Pero el caso del fraude de la empresa Volkswagen es algo de una mayor dimensión, puesto que ya no se trata de un simple fallo de diseño o fabricación sino que constituye una acción consciente para eludir las normas técnicas dictadas para tratar de reducir el impacto ambiental y la contaminación.

Estamos frente a la creación de un diseño típico de los que usa la economía criminal, pero no es un caso excepcional, como lo muestran historias como la de los aditivos que utiliza la industria tabacalera para aumentar la adicción de los fumadores o la de los diversos problemas de salud generados por el sector farmacéutico.

Sin embargo, el tema es más complejo en este caso ya que afecta a la empresa que construye uno de los emblemas del modelo alemán, a una industria que ha basado su expansión en la “calidad”, en un país que además presume de preocupación ambiental, que como vemos es tan corrupto como los países de bajo desarrollo, lo que acá es más difícil descubrirlo porque hay una complacencia del Estado en defender a sus empresas.

Siempre hemos sostenido que es muy difícil la relación de la empresa y el medio ambiente, y esta complejidad proviene de que la primera no sólo requiere crecimiento para funcionar con éxito, también porque se trata de una organización  que está integrada en torno a una determinada línea de actividad, algún tipo de producto específico, y por lo general le resulta difícil adaptarse cuando cambia el tipo de bienes que hay que producir.

Por ejemplo, el cambio de un modelo de transporte basado en el coche privado a uno basado en sistemas de transporte colectivo podría organizarse simplemente trasvasando trabajadores de una a otra actividad, pero esto sería para la empresa que fabrica coches, el cierre.

Cuando estas grandes empresas se ven enfrentadas a cambios importantes no reaccionan como las pymes, desapareciendo ante lo inevitable. Por el contrario, tratan de utilizar parte de sus recursos para bloquear el cambio, para mantener su actividad en marcha, como lo hace el lobby petrolífero contra el cambio climático o los ingentes pagos de las tabacaleras a los políticos americanos para sobrevivir.

Las grandes empresas van a hacer todo lo que esté en sus manos para evitar que el ajuste ambiental acabe con sus negocios y si Volkswagen ha tratado de camuflar sus emisiones quizás es porque reducirlas le planteaba problemas técnicos, o incrementaba sus costes de producción o afectaba a la potencia de sus vehículos, y antes de adaptarse ha hecho todo lo que ha podido para rehuir la norma. Pensar simplemente que la empresa privada tradicional se adaptará a cambios en las regulaciones me parece ingenuo y superficial, y la realidad nos lo demuestra todos los días.

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