El Papa frente a los retos de su época en tiempo real.

“Generalmente cada uno de nosotros está preparado para acusar al otro y justificarse a sí mismo. Es un instinto que está en el origen de muchos desastres” Papa Francisco.

Alfredo César Dachary.

 

Todas las épocas han sido difíciles, pero ésta, la que vivimos y la que le toca a Francisco en su Papado, tiene ciertas características muy particulares. Nos toca ver el ocaso de la globalización como modelo “final” y junto a ella el largo atardecer de la Unión Europea, todos estos tiempos quedan congelados frente a la velocidad con que la tecnología que se desarrolla y crece, empujando al hombre a la orilla del camino.

Los nuevos tiempos nos enfrentan a un espejo de algo que sabíamos, pero no queríamos ver, la naturaleza finita donde nada desaparece todo se transforma, y hoy hay un séptimo continente de basura frente a los terrenos del imperio americano, la tecnología comienza a desplazar al hombre, porque la avaricia es el verdadero rostro del individualismo.

La pobreza sigue reinando en medio de un mar de consumo formado por ciegos que no la ven, de sordos que no la escuchan, de carentes de olfato que no la distinguen de los olores de la abundancia, y de insensibles que prefieren tener mascotas a ayudar al semejante.

Pero esto no es nuevo para el hoy Papa Francisco, ya que el creció como sacerdote mientras emergía la Teología de la Liberación, el mensaje radical de la Iglesia Católica en América Latina, que entre las décadas de los sesenta y setenta llamó al cambio social; también vio la carnicería de jóvenes que sembró el ejército argentino en nombre de la fe, experiencias que marcan para un tiempo que hoy lo exige.

La nueva Encíclica del Pontífice, Laudato Si’, hace eco de esa teología que ha hecho énfasis en la justicia social, enfocándose en el cambio climático y en la necesidad de emprender una acción revolucionaria para proteger a la “Hermana Tierra” y a la humanidad. Pero profundiza más el Papa cuando se refiere con dureza a la industria de los combustibles fósiles, demandando una retirada urgente de los combustibles fósiles y rechazando el entusiasmo de la industria por el mercado de bonos de carbono, por considerarlo una distracción peligrosa, que incluso justifica el consumismo y aquietar la falsa conciencia.

Esto implicó la confrontación directa con el poder de las corporaciones y llama a terminar con el dominio del sector privado por encima de los gobiernos nacionales, uno de los principios que se asienta el neoliberalismo y, por ello, pide un sistema multilateral más fuerte en el que los gobiernos recuperen su papel político y en el que se promueva la participación popular; es un dardo directo a lo que hoy nos gobierna: el neoliberalismo extremo.

El Papa da prioridad a las soluciones socioeconómicas, a los problemas sociales tal como plantea la Teología de la Liberación y no mediante la “tecnología para la liberación”, que asume traicioneramente que la humanidad puede permitir que la industria invente respuestas tecnológicas para todos nuestros asuntos económicos, ambientales y de equidad, esa misma teología que hoy los condena a la pobreza por falta de trabajo que ha desplazado la robótica.

Éste es el Papa, que en estos días en que se conmemora el aniversario del Tratado de Roma, base de la Unión Europea, logra juntar a la mayoría de los presidentes y primeros ministros de la Unión Europea, en un diálogo en el momento crucial de esta organización de integración amenazada desde el Brexit a la derecha nacionalista y xenófoba.

El Papa comienza con la ubicación de la Unión Europea en estos tiempos difíciles al sostener “…volver a Roma sesenta años más tarde no puede ser sólo un viaje al pasado, sino más bien el deseo de redescubrir la memoria viva de ese evento para comprender su importancia en el presente. Es necesario conocer bien los desafíos de entonces para hacer frente a los de hoy y a los del futuro. Con sus narraciones, llenas de evocaciones, la Biblia nos ofrece un método pedagógico fundamental: la época en que vivimos no se puede entender sin el pasado, el cual no hay que considerarlo como un conjunto de sucesos lejanos, sino como la savia vital que irriga el presente. Sin esa conciencia, la realidad pierde su unidad, la historia su hilo lógico y la humanidad pierde el sentido de sus actos y la dirección de su futuro”.

Y continuo así “…el 25 de marzo de 1957 fue un día cargado de expectación y esperanzas, entusiasmos y emociones, y sólo un acontecimiento excepcional, por su alcance y sus consecuencias históricas, pudo hacer que fuera una fecha única en la historia. El recuerdo de ese día está unido a las esperanzas actuales y a las expectativas de los pueblos europeos que piden discernir el presente para continuar con renovado vigor y confianza el camino comenzado. Eran muy conscientes de ello los Padres fundadores y los líderes que, poniendo su firma en los dos Tratados, dieron vida a aquella realidad política, económica, cultural, pero sobre todo humana, que hoy llamamos la Unión Europea”.

La reflexión del Papa arranca en el fin de la Segunda guerra mundial, que había dejado destruida a Europa y había perdido en ese falso paso gran parte de generaciones enteras muertas y, otro tanto, de heridos y lisiados que deambulan en un territorio muy difícil por las grandes carencias.

Por ello, el Tratado de Roma sienta las bases de una Europa que quiere olvidar el horror de la guerra y sus muertos y pensar en un futuro común de integración como única salida, por lo cual afirma “…los Padres fundadores nos recuerdan que Europa no es un conjunto de normas que cumplir, o un manual de protocolos y procedimientos que seguir. Es una vida, una manera de concebir al hombre a partir de su dignidad trascendente e inalienable y no sólo como un conjunto de derechos que hay que defender o de pretensiones que reclamar”.

El Vicario de Roma parte de la base de que Europa es una unidad y que en la base de ésta está el Cristianismo y sus principios, por lo que considera que la iglesia como institución se siente unida a la Unión Europea por esa base moral que viene de muchos siglos atrás.

Para el Papa “… el principio que el corazón palpitante del proyecto político europeo sólo podía ser el hombre, también era evidente el peligro de que los Tratados quedaran en letra muerta. Había que llenarlos de espíritu que les diese vida. Y el primer elemento de la vitalidad europea es la solidaridad”.

Por ello, para el Primer Ministro de Luxemburgo, Bech, “…La Comunidad Económica Europea sólo vivirá y tendrá éxito si, durante su existencia, se mantiene fiel al espíritu de solidaridad europea que la creó y si la voluntad común de la Europa en gestación es más fuerte que las voluntades nacionales”.

Ese llamado a reencontrarse con el espíritu es especialmente necesario ahora, en estos momentos difíciles, para hacer frente a las fuerzas centrífugas, así como a la tentación de reducir los ideales fundacionales de la Unión a las exigencias productivas, económicas y financieras.

Entre los fundadores, destaca el ex Canciller alemán K. Adenauer, que sostenía “… nuestros planes no son de tipo egoísta ya que, sin duda, los países que se van a unir no tienen intención de aislarse del resto del mundo y erigir a su alrededor barreras infranqueables”, situación que hoy debe enfrentar México por parte de Estados Unidos.

El vacío de memoria que caracteriza a nuestros días, a menudo se olvida también otra gran conquista fruto de la solidaridad sancionada el 25 de marzo de 1957: el tiempo de paz más largo de los últimos siglos. Pueblos que a lo largo de los años se han encontrado con frecuencia en frentes opuestos, combatiendo unos contra otros, ahora están unidos por la riqueza de sus peculiaridades nacionales.

Y es que la paz se construye siempre con la aportación libre y consciente de cada uno, y “para muchos la paz es de alguna manera un bien que se da por descontado” y así no es difícil que se acabe por considerarla superflua, ya que por el contrario, la paz es un bien valioso y esencial, ya que sin ella no es posible construir un futuro para nadie, y se termine por vivir al día.

El proceso de salida de Inglaterra es un referente negativo para el futuro, por lo que hoy el mundo pide paz y relaciones de integración justas para que nos permitan salir de la tragedia de la pobreza.

Así el Papa, una vez más, está en lugar oportuno, en el momento crucial, en el tiempo de crisis, que en realidad es su función como hombre de fe, luchar por sus ideales, en este caso mantener la integración y con ello la paz y la apertura del corazón a los europeos frente a la tragedia de los refugiados, para que queden en la historia como el regreso de Poncio Pilatos y su lavado de manos.

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