“La democracia es una superstición muy difundida, un abuso de las estadísticas”. Jorge Luis Borges.
Alfredo César Dachary.
Lo que hemos visto en este último mes en Estados Unidos es algo inédito, un Presidente que no quiere reconocer que ha perdido y en un mes enturbia el resultado de la elección a un límite impensable, intentando frenar la asunción del Presidente electo.
En la última semana en el poder, Obama manda desde bases en Europa a más de 300 tanques y otras armas de guerra y militares para consolidar un cerco de la OTAN sobre Rusia. En ese mismo día, Trump contestó algo lógico: “la OTAN es algo obsoleto”, algo que había dicho antes al comienzo de su campaña política.
¿Qué está pasando? No cabe duda que el ocaso de la hegemonía absoluta ha comenzado a caer a partir del 2008 y año tras año se va acentuando con nuevos polos emergentes y actores mundiales que están saliendo a imponer sus ideas.
Obama ha intentado ser lo que fue J.F. Kennedy, el joven Presidente diferente a los anteriores, con Kennedy un católico y con Obama un afroamericano. Comparar estas dos posturas nos puede llevar a las formas, pero no al fondo de estos dos actores políticos mundiales.
La coyuntura de conflicto interno e internacional de la era Kennedy tiene mucho en común con la crisis del 2008, en otro contexto mundial, pero con los mismos síntomas, profundos problemas al interior de la sociedad norteamericana y guerras regionales que no terminan siendo favorables a Estados Unidos.
En la década de los 60´, la rebelión de los jóvenes contra la guerra de Vietnam, la revolución femenina y el movimiento por derechos civiles que encabezaba el pastor afroamericano Martin Luther King, todo esto en la antesala de gran crisis económica que lleva a la pérdida del patrón oro como respaldo del dólar, a comienzo de los 70´, unidos a la crisis petrolera y la derrota de Estados Unidos en el sureste asiático.
Obama debió enfrentar el proceso de desterritorialización de las industrias que se trasladan al extranjero, proceso que se inició de manera sistemática con Clinton, lo que generó una gran masa de desempleados además de las víctimas de la crisis del 2008, donde millones perdieron sus ahorros y muchos miles sus casas.
El Premio Nobel de la Paz abrió tres frentes y a todos los perdió: Ucrania, un golpe blando que tuvo respuesta militar de Rusia; Afganistán un nuevo Vietnam en donde quedaron empantanadas las fuerzas militares frente a los talibanes y el conflicto de Siria, la impensable presencia y acción rusa dio vuelta el conflicto que tenía al borde de la caída al Presidente de Siria.
Kennedy y Obama no podrán hablar de sus etapas de guerra porque son las más oscuras de las guerras regionales que ha generado Estados Unidos y que se han perdido, otro tema en común que los acerca y los coloca en una posición contradictoria, algo que se ha ido construyendo con los años y la apertura de nuevos archivos.
Estas “coincidencias”, algo que no creo que existan sin fundamento, son para varios analistas un problema: Trump, que podría terminar como Nixon en un juicio político, estrategia que para algunos ha comenzado antes de asumir el nuevo Presidente.
Hay ya una guerra sucia operada por los grandes grupos del Pentágono al FBI, las burocracias de ambos partidos encabezadas por las dos familias “reinantes” los Bush y los Clinton, la máquina de propaganda mayor: Hollywood, hoy cambia su aspecto tradicional de ser el principal productor de imaginarios para fomentar y adorar el sistema a un nuevo grupo “progresista”, una pose más.
Los grandes grupos multimedia con gran ascendiente entre el mundo latino y los latinoamericanos como CNN, los grandes diarios globales del New York Times a la BBC, todos dispuestos a transformar a Trump en el “nuevo Chávez güero”.
El Presidente de Rusia, Putin ya había advertido que peligra la vida de Trump, al estilo de la muerte de Kennedy, jamás resuelta, aunque todos consideran que fue un crimen de Estado, una estrategia que se ha llevado adelante en las últimas décadas y luego de un largo período emergen los documentos que prueban la conspiración, pero los actores ya no viven o no están.
La campaña está en pleno desarrollo y el Washington Post afirma que “…El Presidente promete arrancar el poder de las élites de Washington y colocar a Estados Unidos primero, además de liquidar al desempleo de la clase media desahuciada desde antes del 2008…” El nuevo Presidente afirma que “… el 20 de enero de 2017 se recordará como el día en que el pueblo volvió a gobernar esta nación, ya que estamos transfiriendo el poder de Washington DC y se lo estamos devolviendo a ustedes, el pueblo…”
En medio de esta campaña hay un eje central, la ruso fobia, heredada de la guerra fría, que hoy no debería existir ya que ambos países son capitalistas y de libre mercado, pero la historia deja lecciones que cuando se repiten revivan el fuego del odio. En Vietnam, Estados Unidos fue derrotado por ese pequeño país y el apoyo de la URSS (hoy Rusia) y China. En Siria, Rusia descubre su nuevo poderío tecnológico militar e irrumpe y deja a Estados Unidos fuera del juego. Esto revive el pasado, permitiéndole a Obama profundizar su línea ya equivocada de enfrentar a Rusia y llevar a este país a una alianza con China, la segunda potencia mundial y Rusia el país continente más grande del planeta con un gran arsenal nuclear y una base tecnológica militar en plena expansión.
Los asesores de Obama no han visto lo que ocurre en el mundo. Gran Bretaña, Francia, Holanda e Italia son ejemplos muy cercanos para considerar ya que quienes votaron por Trump, como quienes votaron por el Brexit o contra las reformas italianas, se han levantado contra la estructura política tradicional y neoliberal, o sea, han repudiado el sistema que ha erosionado sus condiciones de vida en las últimas tres décadas.
Para la politóloga Nancy Freser, los que votaron por Trump rechazaron al neoliberalismo progresista, que ella lo define como una alianza de las corrientes dominantes de los nuevos movimientos sociales (feminismo, antirracismo, multiculturalismo y derechos LGBTQ) por un lado y, por el otro, el más alto nivel de sectores de negocios “simbólicos” y de servicios (Wall Street, Silicon Valley y Hollywood). En esta alianza, las fuerzas progresistas se han unido efectivamente con las fuerzas del capitalismo cognitivo, especialmente la financiarización. Aun sin quererlo, lo cierto es que las primeras le han aportado su carisma a las últimas. Ideales como la diversidad y el “empoderamiento”, que en principio podrían servir a diferentes propósitos, ahora dan lustre a políticas que han resultado devastadoras para la industria manufacturera y para lo que antes era la clase media.
El neoliberalismo progresista se desarrolló en Estados Unidos durante estas tres últimas décadas y fue ratificado por el triunfo electoral de Bill Clinton en 1992. Clinton fue el principal organizador y abanderado de los “Nuevos Demócratas”, el equivalente estadounidense del “Nuevo Laborismo” de Tony Blair. Clinton forjó una nueva alianza de empresarios, residentes de los suburbios, nuevos movimientos sociales y juventud: todos proclamando orgullosos la honestidad de sus intenciones modernas y progresistas, a favor de la diversidad, el multiculturalismo y los derechos de las mujeres.
Aun cuando el gobierno de Clinton respaldó esas ideas progresistas, también cortejó a Wall Street. Pasando el mando de la economía a Goldman Sachs, desreguló el sistema bancario y negoció tratados de libre comercio que aceleraron la desindustrialización.
Este proceso económico de alto costo social tuvo como resultado que el Partido Demócrata pierda el llamado Cinturón del Óxido, antes el bastión de la democracia social del New Deal y ahora la región que ha entregado el Colegio Electoral a Donald Trump.
El escenario es muy complejo y echarle más leña desde afuera nos puede llevar a “quemar”, porque un golpe blando en el centro del imperio puede desatar todo tipo de respuestas, en una sociedad armada y que a cada rato hace demostración de esta violencia, que coincidentemente hasta la toma de poder por Trump, no ha habido respuesta, veremos ahora como jugará esta nueva y difícil realidad del país más poderoso, que ha logrado convencer a los expertos del fin de la hegemonía absoluta, la formación de una sociedad contradictoria y asimétrica, una nueva realidad que vive esa contradicción.
El American Way Life ya es un tema del pasado, la democracia ha perdido varias reglas, mientras el Estado nuevo que refundó Bush luego del 11-S ha sentado las bases de un nuevo orden con los derechos humanos reducidos al mínimo, por un tema de “seguridad nacional”.
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