Dr. Alfredo César Dachary
La muerte de la distancia ha dado lugar a una nueva dimensión de perversión humana, la “muerte a distancia”, la aplicación de la tecnología de última generación operada para fines militares y poco éticos, que parte de la idea que no debe haber bajas por parte de los atacantes pero sí en el bando atacado o en los civiles de las ciudades como frentes de guerra, que es una forma de presión “militar”.
No se trata de bombas voladoras como en la segunda guerra mundial con las tristemente célebres VI y VII, ni la bomba atómica usada por Estados Unidos contra Japón en Hiroshima y Nagasaki, sino de los temidos “drones”, o sea, vehículos aéreos no tripulados.
Inicialmente este término definía a aparatos básicamente de uso militar y con aspecto similar al de un avión, por lo que se extendió como nominación un término procedente del inglés la expresión «avión no tripulado», que puede considerarse adecuada en muchos casos, aunque han surgido otros vehículos que no guardan semejanza con los aviones, como el que propone Amazon para distribuir sus libros en ciudades.
Estos nuevos juguetes controlados desde tierra pero que operan a través de una inteligencia artificial que pudiera determinar por sí misma los objetivos a atacar, seleccionar áreas y grupos de personas para ejecutar, mientras los que dieron la orden parece que son insensibles sobre las consecuencias de la guerra, al mantenerse a distancia de los conflictos, son la síntesis del “juego y la realidad” en una relación muy perversa.
El Centro de Estudios por la Paz y Justicia de España ha pedido prohibir su uso militar al considerar que «despierta fundadas alarmas morales, ya que con los drones, la guerra que es la más terrible de las opciones políticas que un gobierno puede decidir, se convierte en algo trivial, en un juego de ordenador en el que las víctimas no son más que difusas imágenes en una pantalla, por lo que no se genera empatía alguna con la víctima».
Según un informe realizado sobre estos aparatos en España, hay una docena de industrias militares españolas que fabrican estos “aviones” o algunos de sus componentes, su producción para uso militar superará los 10,000 millones de dólares anuales en menos de una década, una industria en expansión en plena crisis española.
En el otro extremo de la polémica está el uso civil de los drones, que genera gran discusión por la invasión de la privacidad y la posible violación del derecho a la intimidad que su presencia en las calles puede suponer, como fue el caso de pretender filmar bodas u otros eventos sociales privados a través de estas nuevas tecnologías.
Los drones han despertado un gran interés en la industria militar, en los ejércitos y en el poder político por lo que es un hecho irreversible pensar que van a convertirse en una de las armas con mayor presencia en un futuro relativamente cercano, ya que además son menos costosos que un caza. Otra de las ventajas es que no requiere de la dura formación de un piloto de combate, que de ser derribado no supone pérdida de un capital humano importante y además están las razones “éticas” que hace más sencillo disparar sobre el objetivo militar porque ya que tiene menos cuestionamientos morales disparar a lo que aparece en una pantalla de ordenador que hacerlo viendo los efectos del ataque con los propios ojos.
Estados Unidos e Israel, países que hacen de la venganza un derecho, han sido denunciados porque utilizan los drones para cometer «asesinatos selectivos» ya que estos actos no están amparados por la legalidad internacional vigente, y se trata de ejecuciones extrajudiciales, sin regulación internacional.
Así los drones transforman a la guerra, que es un acto inmoral en un videojuego que se maneja a tanta distancia, que el operador o piensa que está en una práctica o lo ve como un hecho tan lejano de su realidad que le quita la pesada carga moral; ésta es la guerra como un juego interactivo.
El presidente de Estados Unidos y “Premio Nobel de la Paz”, Barack Obama, es un líder “moderno” ya que dirige personalmente las últimas de las guerras norteamericanas no declarada que se libra en los territorios de Yemen, Somalia y Pakistán, y en la que no combaten en ella soldados estadounidenses de carne y hueso, ya que su lugar lo ocupan los drones.
El auge de los ataques norteamericanos con drones está confirmando el entusiasmo creciente de Barak Obama por esta forma de combate, ya que éstas son las primeras guerras de baja intensidad, propias del siglo XXI, en donde el bando más poderoso no arriesga a su gente, ya que la sociedad ha llegado al límite del sacrificio de vidas de sus hijos y, por ello, los soldados son reemplazados por letales drones.
Los ataques a supuestos dirigentes y militantes de Al Qaeda y grupos yihadistas y otros asociados, se orientan a exterminarlos físicamente antes de que actúen, así que la guerra de los drones de Obama combina el carácter “preventivo” de las aventuras bélicas de George W. Bush con el derecho que siempre se ha otorgado Israel a efectuar ejecuciones extrajudiciales en cualquier parte del mundo.
Jo Becker y Scott Shane han publicado en The New York Times una extraordinaria información que detalla cómo Obama autoriza en persona a quiénes serán los blancos de las acciones de los drones en Yemen, Somalia y Pakistán, y eso ocurre en las reuniones del equipo antiterrorista de la Casa Blanca que se celebran semanalmente en la sala de crisis. En ellas se le presenta al presidente la lista de los condenados a muerte que han sido localizados, y éste, tras estudiarla caso por caso, da o no su luz verde.
Obama ha encontrado en los drones el instrumento que le permite mostrarse duro y eficaz en la guerra contra Al Qaeda que declaró Bush tras el 11-S, a la par que evita muchos de los problemas en los que se metieron sus predecesores, por el alto costo en vidas de estadounidenses. Los drones denominados Predator y Reaper sustituyen a los comandos de ejecuciones, haciendo un trabajo “limpio”. Los drones, según Becker y Shame, han remplazado a Guantánamo, como castigo, remplazando la prisión por la ejecución.
El presidente Barak Obama, promotor de la “guerra con drones”, la apoya porque ello implica que no se toman prisioneros, no se arriesgan vidas norteamericanas y, el hecho de actuar con mando a distancia, anestesia la posible mala conciencia.
En sus primeros tres años en la Casa Blanca, habría aprobado personalmente 268 ataques con drones, cinco veces más que en los ocho años de Bush, según informa Christopher Griffin en un reportaje publicado por Rolling Stone (“El ascenso de los drones asesinos: cómo Estados Unidos hace la guerra en secreto”). Miles de personas habrían muerto en esos ataques, incluidos no pocos civiles.
La guerra secreta de Obama, escribe Griffin, “supone la mayor ofensiva aérea no tripulada por seres humanos jamás realizada en la historia militar: nunca tan pocos habían matado a tantos por control remoto”. Los drones son populares en Estados Unidos, del mismo modo que lo es la política antiterrorista de Obama, que, entre otras cosas, consiguió matar a Bin Laden en 2011, aunque fuera en una acción de comando clásica. No obstante, minoritarios sectores defensores de la legalidad democrática y los derechos humanos le ponen reparos.
El gran ejecutor y considerado como la mano derecha en esta materia de Obama, John Brennan, un veterano de la CIA, ha sido llamado el Zar de los Asesinos; estas ejecuciones son preventivas ya que antes de que se haya cometido el delito, sin el menor rastro de intervención judicial. Este es el caso del asesinato selectivo en Yemen, de un ciudadano norteamericano, Anwar Al Awlaki, un predicador yihadista supuestamente vinculado a Al Qaeda.
Y es por ello que la única justificación existente es la que da la Casa Blanca cuando sostiene de que “este programa descansa en la legitimidad personal del presidente”, según informan Becker y Shame tras consultar a expertos de dentro y fuera del gobierno norteamericano. O sea, las ejecuciones a distancia son legales porque el presidente así lo decide.
Además está la cuestión de las eufemísticamente llamadas “bajas colaterales”. Algunos ataques con drones han causado decenas de muertes de civiles, incluidos mujeres y niños, como el que abatió en Yemen en diciembre de 2009 a Saleh Mohammed al-Anbouri, donde las víctimas tuvieron que ser enterradas en fosas comunes porque sus cuerpos habían quedado despiezados e irreconocibles.
Los drones, los “aparatos de la muerte” son la expresión de la nueva política de represión indiscriminada, de asesinatos selectivos y de ataques impensables, con costos cada vez más altos, es la tecnología al servicio de la máquina de la muerte, que hoy se opera como un juguete en esta sociedad del espectáculo y el consumo masivo.
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