“Los museos son lugares donde el tiempo se transforma en espacio” Orhan Pamuk. (Nobel de Literatura 2006)
Alfredo César Dachary.
Las antiguas capitales imperiales europeas, que se enriquecieron del saqueo colonial, principalmente en el nuevo colonialismo del siglo XIX, hoy son ciudades con un gran patrimonio inmobiliario monumento a la riqueza extraída de las colonias. Éstos son los países desarrollados de Europa, los del siglo XIX, los del XX y los de hoy, porque la asimetría planetaria que forjaron es muy difícil de revertir.
Por ello hoy, los antiguos palacios y residencias reales son museos, grandes galerías de arte, bibliotecas y demás centros de exposición de la cultura que nos han impuesto a través de siglos de transformar la realidad para adecuarla a un modelo que justifique lo que no es, que Europa ha sido el centro de la “civilización”.
Por ello cuando se consolida el capitalismo en el siglo XIX, aparecen los museos como expresión de testimonio del triunfo de una “civilización”, cuyo mayor patrimonio a mostrar es el botín colonial desde el oro a los hombres.
Debido a ello los museos y las exposiciones se desarrollan en forma notable desde la segunda mitad del siglo XIX a las primeras décadas del XX siendo el gran detonante las Exposiciones Universales, especialmente la primera en Londres en 1852. Crystal Palace asociado al barrio South Kensington, donde en 1852 se abre el Museo de las Manufacturas, que adquiere mucho patrimonio histórico y que es reinaugurado en un edificio nuevo en 1909 con el nombre del Museo Victoria y Alberto.
Los museos comienzan a desarrollar en el siglo XIX y respondían a la enfermedad de la nostalgia que emergió en el siglo XVII y que hoy es epidemia, aunque con características nuevas que los hace muy diferentes en objetivo y forma de presentación, ya que pasaron de ser testigos a ser medios de comunicación.
Inicialmente los museos etnológicos a veces integraban materiales de la vida de la gente de las colonias, pero esa presentación fue como atractivo inicial ya que generalmente va acompañada de las riquezas de esas regiones y su potencial de explotación, un motivo por el cual la sociedad los visitaba, en medio de una situación de que grandes contingentes de europeos debían abandonar sus países, rumbo a las colonias en busca de mejores oportunidades.
Hoy en las urbes globales, la función primordial ha cambiado radicalmente y la nueva “función” del museo es ofrecer una marca visual para que el turista, venga de fuera del país o del interior de éste, pueda captar a la ciudad como un collage de imágenes congeladas.
El país que fue el imperio más grande del mundo en el siglo XIX y parte del XX, Gran Bretaña, hoy tiene un importantísimo patrimonio inmobiliario en edificios o lugares donde se desarrollan estas actividades de la cultura, quizás uno de los mayores del mundo, con 500,000 edificaciones listadas, 17,000 monumentos protegidos, 5,500 áreas de conservación, 78 museos dedicados a los ferrocarriles, 180 molinos de agua y 1,750 museos, en 1987, con la característica que la mitad de los museos se comenzaron a construir a partir de 1971.
Tom Wolfe, periodista y escritor estadunidense, ha sugerido que la población británica entera atiende una Disneylandia nacional para los turistas extranjeros, en Inglaterra, algo similar a lo que plantea Julian Barnes en su novela titulada “Inglaterra Inglaterra”, en la que propone que se haga un parque temático que cubra toda la isla de Wight, en el que estén a escala todos los edificios emblemáticos de este país.
De lo que se piensa de que son los museos a lo que los expertos plantean hay una gran diferencia, como es el caso de Horne, hablando del museo en relación con el turismo, considera que la experiencia típica del turista es la que el museo ha funcionado como una metáfora del poder del Estado, el conocimiento de un académico y el genio de un artista.
Pero Hewinson, que va más allá en una crítica profunda, afirma “si realmente estamos interesados en nuestra historia, entonces tal vez debamos preservarla de los conservacionistas, porque el patrimonio es una historia ficticia”.
La polémica es cada vez más fuerte y el museo como negocio orientado al turismo no deja de crecer y, a la vez, el aumento de los nuevos museos está cambiando de promotor y gestor, pasando del Estado a los particulares.
Así la protección del pasado cubre la destrucción del presente, ya que hay una distinción absoluta entre historia auténtica (que continua viva y por lo tanto peligrosa) y el patrimonio (pasado, muerto, seguro). Un ejemplo de esto son los primeros museos de comienzos del siglo XIX, como el Museo del Prado, el Museo del Louvre y el Altes Museum en Berlín. Estos museos fueron pronto captados por las guías, como la Michelin que plantean un esquema de orden y selección para ver en estos nuevos centros culturales y de ocio.
En la actualidad, los museos postmodernos han generado profundos cambios en su estructura, partiendo de los diferentes modos de representación y conservación, algo que surge de un cambio en la concepción de la historia. Surge una interpretación diferente a la nacional, del país y emergen muchas temáticas nuevas para museos especializados, aparecen luego los museos rurales e industriales.
La gente se cansó del lujo, del exhibicionismo y hoy prefiere lo cotidiano, “lo ordinario”, más en los museos regionales o locales que muestran una realidad muy particular como son las ciudades interiores.
Esto lleva a que el visitante ya no queda extasiado, con el lujo o la magnitud de lo expuesto y ahora puede tocar interpretar, leer o ver videos que amplían la información, ya que antes eran “cosas muertas”, hoy son vivas y muchas de ellas hasta hace poco de nuestra cotidianidad.
En los museos postmodernos de la actualidad hay profundos cambios, que alteran la antigua visión del museo debido a que hay diferentes modos de representación y conservación, algo que surge de un cambio en la concepción de la historia. Surge una interpretación diferente a la obsoleta visión nacional del país y la idea de progreso, y por ello emergen muchas temáticas nuevas para museos especializados, y que ahora encuentran en el viejo capitalismo industrial un motivo de exposición, al igual que el minero o de las antiguas fábricas con sus grandes máquinas y chimeneas.
Así aparecen los museos rurales e industriales, los temáticos de la moda, de las novedades que dejan de existir rápidamente y pasan a un lugar en la nostalgia como lo fue la vieja radio, el fax y todo lo que se fue con el fin del fordismo.
La narrativa debe ser fácil de captar, por eso llegaron y se impusieron los parques temáticos, porque el cuento que como guión recibe el público, lo entienden todos y si está condimentado con alegría más aún.
El nuevo visitante al museo, mayoritariamente turistas, no queda extasiado solo con lo que ve, ya que ahora puede tocar, interpretar, antes eran cosas muertas hoy son vivas, y como tal se ven en un DVD que se pone al llegar al tema o hecho.
Lumnley resume los grandes cambios porque son el remplazo de la idea del museo como una colección para uso académico, ahora se trata de un medio de comunicación, que además de conocerlo te enseña algo, comparte una experiencia contigo.
Las tiendas de calidad que hay en los museos, complementan los mensajes que recibió el visitante, porque te venden un suvenir que lo relaciona o un libro que lo explica más. Además, los museos como los aeropuertos tienen cafeterías, restaurantes y galerías de comercios que complementan la visita y la hacen más diversificada y atractiva para unos u otros.
La soberanía del consumidor y las tendencias del gusto popular se están coludiendo para transformar el papel social del museo, por ello son más accesibles, al masificarse se simplifica el lenguaje para que lo entiendan todos.
El viejo museo exponía y ponía una distancia entre el visitante y el objeto, bajo el pretexto que era único y muy valioso; hoy ocurre lo contrario, el visitante puede tocar, puede entrar en la pieza, pero antes puede leer las cortas y precisas explicaciones, que además nos dicen que las piezas son copias, para poder tocarlas, sentirlas y entenderlas.
El Museo Guggenheim de Bilbao es un paradigma del nuevo rol del museo, donde las narrativas sobre la modernidad que se despliegan en sus exposiciones están subordinadas a la construcción de un signo visual que, las engloba y resignifica y las reduce para incorporarlas a una experiencia sintetizada de la ciudad.
Por ello, se puede decir que el Guggenheim de Bilbao es a los valores tradicionales de la cultura, lo que es la pornografía al ideal clásico de la belleza humana.
Hoy la cuestión central del pensamiento filosófico y político es la transformación del mundo en imagen y no en una imagen total como pretendía Heidegger, sino fragmentada. Es la sustitución de la mercancía física por un signo, que es la clave de la revolución capitalista de fines del siglo XX.
Por eso, la vida histórica del museo tradicional ha durado el tiempo del capitalismo que lo generó, y que hoy, al cambiar radicalmente, debe transformar su mensaje a la sociedad, y así aparece un nuevo museo en un mundo diferente, informatizado y, a la vez, deshumanizado de cara al futuro.
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