Putin: un nuevo poder emergente

“Cada persona que vive en nuestro país no debe olvidar su fe y su etnia” V. Putin

 

Vladimir Putin es el líder político que ha logrado la recuperación económica, social y militar de Rusia y esto le ha permitido hoy enfrentarse a Estados Unidos en Siria y en gran parte del Oriente Medio, a la vez que unirse a China para conformar un bloque muy poderoso que le está quitando la hegemonía a Estados Unidos, la cual se había consolidado en 1945.

Rafael Poch de Feliu (1956) es un periodista y corresponsal del periódico La Vanguardia, hasta su despido, que ha seguido el proceso de casi dos décadas y ha podido evaluar en Rusia el impacto de estos avances de una nación humillada por los países centrales a comienzo de los 90´.

Este periodista y escritor catalán acaba de publicar un libro fundamental para entender a este personaje que occidente ha satanizado, como antes lo hizo con todos los líderes de los pueblos oprimidos desde Túpac Amaru hasta el Che Guevara, pasando por Frantz Fanon, Samoa Machel, Amilcal Cabral y Agostino Neto, entre otros.

Su último libro “Entender la Rusia de Putin. De la humillación al restablecimiento”, entendido este último como el restablecimiento del Estado ruso y de cierta recuperación de su potencia y proyección internacional independiente, después de una época de humillación y miseria, los años noventa, en la que de lo que se trataba era de saquear al país “rendido” o “derrotado”.

Rusia, al igual que China, ha sido cercada por nuevos y peligrosos focos de tensión militar, que para algunos analistas derivan de conflictos de pocos años atrás como fue el caso de la anexión de Crimea, su apoyo a los rebeldes del Este de Ucrania, un país de las grandes masas de rusos que se sienten rusos y que además mantiene el idioma y las tradiciones.

El otro tema y el de mayor impacto fue su decisiva intervención en Siria, que logró frenar y derrotar al ejército del Califato y demás grupos que se oponían al gobierno de Siria.

Para este periodista su principal “falta” fue el haber ayudado a un régimen hostil a la acción occidental cuya política de cambio de régimen en la región ha provocado unos cuatro millones de muertos en el arco que va de Afganistán a Libia, pasando por Somalia y Yemen, según la contabilidad de Nicolás J.S. Davies.

En Siria, país con una larga historia y grandes riquezas, la acción de Rusia  impidió la sustitución del presidente  Bashar al-Ásad  tal como ocurrió en Libia con Muamar el Gadafi, que además la acción fue coronada con la destrucción del Estado, el más desarrollado del norte de África.

En el caso de Ucrania, la acción sin titubeos de Rusia le permitió recuperar Crimea, aunque “violando” la integridad territorial de Ucrania, pero con el beneplácito del 80% de su población de origen ruso, y además de esta poderosa fundamentación demográfica está el hecho histórico que Crimea ha formado parte de la Rusia histórica desde el siglo XVIII.

La gran diferencia del siglo XXI respecto del anterior es que los competidores por la hegemonía son ahora países capitalistas, a su manera, lo cual debería haber desaparecido el temor a ambos, que en realidad nunca fue ideológico sino de competencia; Estados Unidos ha vivido del saqueo planetario y en el siglo XXI grandes regiones no están abiertas al mismo.

De allí que definir al régimen político ruso como un capitalismo burocrático basado en el acuerdo entre la burocracia y el capital privado, no significa que hay algo especial en ese capitalismo, ya que esas alianzas se dan en muchos otros países capitalistas.

Lo especial del capitalismo ruso es que hay un estatismo exacerbado, ya que en la tradición secular rusa el capital privado y la sociedad en general están mucho más amarrados al Estado y sometido a él que en Occidente.

Lo que lo ha consolidado a Putin fue un cambio radical de estrategia, ya que el “demócrata” Gorbachov perdió el bloque del Este en nombre de la libertad y la democratización y Yeltsin disolvió la URSS para echar a Gorbachov en nombre del capitalismo.

Esto se materializó en una década negra de la emergente Rusia en los 90´, que Putin entendió y actuó para recuperar el espacio perdido al gobernar sobre el nacionalismo ruso y la imagen de potencia recuperada, lo cual se puso a prueba en Crimea, haciendo que el conflicto operado por la OTAN sea una derrota para Ucrania y un triunfo para Rusia, además de un llamado de atención sobre el uso de la fuerza militar.

Este reposicionamiento de Rusia lo coloca junto a China como parte de la alternativa al mundo unipolar creado por Estados Unidos a partir de la caída de la Unión Soviética, y que hoy está en tela de juicio, más cercano a un G-3, que al ya obsoleto mundo imperial absoluto.

Esta estrategia respecto a Crimea fue la única opción que tenía Rusia porque de no responder militarmente con la ocupación y defenderla, Estados Unidos hubiera hecho de su “debilidad” el preámbulo para avanzar sobre ella y así tratar de recuperarse del error de los 90´, donde actuó como una banda de saqueadores y no como un país triunfador.

El saqueo de la ex URSS generó el grupo de los siete oligarcas, que era un grupo de siete banqueros que conformaron la llamada «Semibankirschina”, núcleo central de los negocios que proliferaron en la Rusia de Boris Yeltsin (1991-1999), cuando se privatizaron las empresas del Estado y las personas que, como él, contaban con la información y los amigos correctos pudieron adueñarse de ellas sin mayores esfuerzos.

De los siete oligarcas originales que, en su momento, fueron hombres muy poderosos con intereses que iban mucho más allá de los meramente económicos, sólo dos se mantienen hasta ahora en el top ten de los multimillonarios rusos – Vladímir Potanin y Mijaíl Friedman, los otros cinco vivieron distintas peripecias, llegando a morir virtualmente arruinados (como es el caso de Borís Berezovsky), cuando no se sumieron simplemente en una discreta medianía.

Este fue el resultado de una política suicida que generó Michael Gorbachov, un político oportunista que impulsó la perestroika que consistió en abrir y entregar al capitalismo la soberanía de la Unión Soviética por la promesa de gozar del bienestar que disfrutan algunos países de Occidente, algo imposible, ya que la realidad fue otra, el saqueo de uno de los países más ricos del mundo.

La desintegración de la URSS fue acompañada de la destrucción de sus fuerzas armadas, de su sistema de seguridad social, del extermino de su industria y de la disminución del nivel de vida del que habían gozado.

Como resultado la sociedad rusa se volvió paupérrima, en particular, la mortalidad de Rusia creció tanto que en menos de diez años su población disminuyó en más de diez millones de habitantes, y además de un día para otro, más de treinta millones de rusos se volvieron extranjeros en países de la ex URSS, donde habían nacido o, por lo menos, vivido casi toda su vida, extranjeros que ni siquiera podían expresarse en su propia lengua y que, en adelante, fueron tratados como parias sin derechos, sin que ningún organismo internacional, de esos que abundan y reclaman donde menos se espera, velaran por sus vidas, ahora amenazadas.

Allí está el papel de Putin y su equipo que evitaron que Rusia desaparezca en la vorágine creada y ahora emerge como un poderoso y orgulloso Estado independiente.

El éxito de Putin consiste en haber logrado el desarrollo sostenido de Rusia, tanto en lo político como en económico y social; en ser el porta-estandarte de la ideología rusa, que restaura los más altos valores nacionales, morales, religiosos, culturales, artísticos y filosóficos, que desde siempre constituyeron la civilización rusa; y en haber fortificado a las fuerzas armadas de ese país para defender la soberanía, las riquezas, la libertad y la independencia de Rusia.

Rusia es el país más grande del planeta, atraviesa 11 husos horarios y tiene 17.098,242 Km2.

Pero el éxito de Putin no hubiera sido tan aplaudido desde la sociedad rusa si no fuera porque le devolvió a ese país el orgullo de una gran potencia militar en un mundo de amenazas y chantajes, algo que aún suena a tragedia en los oídos de los grandes geopolíticos de Estados Unidos.

En el mensaje anual del Presidente Putin ante la Asamblea Federal de Rusia, del 2018, en el que además de los logros alcanzados en el campo social, hizo referencia a los innovadores modelos de armas desarrollados por su país en respuesta al abandono unilateral del Tratado sobre Misiles Antibalísticos (ABM), cuando Estados Unidos instaló alrededor de Rusia un sistema antimisiles que vulnera la paridad nuclear estratégica alcanzada, a la nueva doctrina nuclear de Estados Unidos, que le faculta a emplear armas nucleares cuando quiera y contra el que quiera, y la instalación de cerca de cuatrocientos bases militares a su alrededor. Sólo entonces, Rusia desarrolló nuevos modelos de armas estratégicas.

Siempre presentaron a Rusia como un país semisalvaje, sin cultura, ciencia y tecnología, pero en el 2004, Putin les advirtió que Rusia, para contrarrestar la agresividad en su contra, iba a desarrollar en respuesta equipos militares innovadores sin análogos en el mundo.

Rusia, heredera de la URSS, si tenía cultura, ciencia y tecnología, que no eran inferiores a las de Estados Unidos sino, posiblemente superiores, como lo demuestra el contar con los respectivos materiales para crear en tan corto tiempo armas estratégicas que esquivan cualquier sistema de defensa antimisiles estadounidense y ser invulnerables por no seguir trayectorias balísticas predeterminadas; probar con éxito armas hipersónicas aéreas que ingresan a la atmósfera soportando temperaturas de hasta dos mil grados centígrados. Un nuevo misil, el Sarmat, capaz de desplazarse a cualquier punto del planeta para destruir cualquier objetivo independientemente del sistema antimisiles al que enfrente; desarrollar un torpedo capaz de viajar a cien kilómetros por hora en una profundidad de mil metros para destruir un objetivo que se encuentre a diez mil kilómetros de distancia.

Este increíble salto tecnológico, que envía a la edad de piedra a todo el arsenal creado hasta el día de hoy por el Pentágono, que vuelve obsoletas a todas las flotas que patrullan los siete mares, que minimizan la efectividad de las mil bases instaladas en casi cien países y que convierte en “vulnerable” al paraguas antimisil instalado alrededor de Rusia y China, algo que no lo esperaba nadie en el mundo.

En una década se recuperó un país de sus ruinas, solo es posible por el nivel educativo medio logrado y una disciplina basada en el nacionalismo ruso. Por ello, Putin no solo es el enemigo, si no el recuerdo viviente del tiempo perdido por Estados Unidos en los 90´ en un saqueo sin límites morales y menos sociales.

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