“He aprendido a no tratar de convencer a nadie. El trabajo de convencer es una falta de respeto. Es una forma de colonizar al otro” José Saramago.
Cuando llegamos a un pueblo originario en cualquier lugar de Latinoamérica, vemos generalmente la pobreza de manera más descarnada y sus costos, los niños sobrevivientes y sus rostros, las mujeres talladas en la madera de la vida por el viento de la injustica y muchas cosas más.
Este proceso lleva más de cinco siglos y se conoce como la colonización, que hoy sobrevive en muchas partes de América de esa manera y, en el resto de otra, ya que la recolonización es por una nueva cultura, la basada en el consumo y promovida por el individualismo y la falta de solidaridad social.
Siempre hablamos de los países “pobres” porque, salvo excepciones no lo son, porque la riqueza sale de ellos para enriquecer a otros, los que algunos llaman eufemísticamente países emergentes, donde la pobreza es ocultada por la neblina de la pérdida de las culturas, lenguas y tradiciones.
Esta tragedia también se da en otros escenarios, países ricos que en realidad son muy pobres de eso que se llama solidaridad, sentimientos colectivos y que también han sido víctimas de un colonialismo moderno que destrozó su cultura milenaria remplazándola por un mundo falso de luces de neón, realidad virtual y falsos dioses como la tecnología encarnada en la robótica y sus derivados, que terminan en la noche solitaria en un karaoke, con otros desconocidos que también intentan matar esa enfermedad que se llama soledad.
En 1945, Estados Unidos tiró sobre la población civil dos bombas atómicas, en las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, matando a miles de personas y condenando a otro grupo igual a una muerte más lenta. La justificación fue que los japoneses no se rendían y el costo humano de la guerra era muy elevado.
Las dos bombas atómicas no solo destrozaron las dos ciudades, sino también el orgullo japonés construido en siglos, pero ya arrodillados en el siglo XX cuando la marina de Estados Unidos los obligó a abrir sus puertos al comercio exterior, otra afrenta que siguió hasta 1945, en que se realizó la ofensa mayor, humanizar al emperador, que era considerado una figura excepcional y obligarlo a reconocer su derrota poniéndolo a la par de cualquier otro ciudadano.
La ocupación militar de Japón llega hasta hoy, primero por miedo al rearme y hoy por miedo a los vecinos y que los japoneses busquen alianzas en la región, todo ello los condena a una ocupación militar, económica y cultural total, quedando en lo exterior la gran fachada con la cual ha navegado el famoso “milagro japonés”.
Es difícil para nosotros que vivimos alienados con una información distorsionada entender como un país rico, aunque lleva casi tres décadas de crisis desde 1991, pueda tener dos caras tan diferencias, que al final es una sola, por un lado el trabajo eficiente y disciplinado y, por el otro, una sociedad con signos evidentes de crisis desde el alto índice de suicidios a la necesidad de importar empleados para cuidar a los adultos mayores, en una sociedad, con un crecimiento negativo, en referencia a la tasa de mortalidad – nacimientos, que los condena a una pirámide invertida, sin juventud para el futuro, una familia diferente.
La progresiva evolución de la sociedad japonesa ha traído consigo la superación no sólo del sistema de la familia tradicional sino también, más recientemente, de la arquetípica familia nuclear propia de las décadas que siguieron a la posguerra. De ahí que diversos investigadores hayan prestado atención, aunque de una forma un tanto exploratoria y poco sistemática, al modo en que el cine japonés contemporáneo ha representado a la familia.
Se establecen varias condiciones necesarias para que el modelo familiar de la sociedad japonesa, condicionado por factores económicos y culturales, evolucione y consiga aumentar el alarmante bajo nivel de fertilidad de la población, que lleva a una familia de solitarios, una superación de los modelos
tradicionales para que los jóvenes puedan elegir libremente sobre qué bases desean
formar sus familias.
Para ello, resulta necesario una normalización y aceptación de situaciones familiares que no tenían cabida en el modelo anterior, en un estudio sobre las estructuras familiares japonesas y la posibilidad de que éstas cambien progresivamente. Se señala que resultan de especial relevancia las relaciones sociales, puesto que los japoneses parecen más proclives a aceptar situaciones familiares no tradicionales, cohabitación sin matrimonio, nacimientos fuera del matrimonio, matrimonios inter-culturales, cuando se dan entre su círculo de amistades.
En el 2016, la BBC realizó una encuesta que explica el problema de la baja natalidad y la débil opción por casarse y menos tener hijos. Lo primero que salió fue que en el país había demasiados jóvenes vírgenes y el gobierno está preocupado, y la perspectiva es que el problema va a seguir creciendo ya que a los jóvenes no sólo no parece interesarles formar familia, ni siquiera les llama la atención el sexo.
En la encuesta, el 42% de los hombres y el 44,2% de las mujeres que aún no se han casado dijeron ser vírgenes, proporción que ha aumentado con respecto al año 2010, cuando el 36,2% de los hombres y el 38,7% de las mujeres declararon no haber tenido su primera relación sexual. En la cambiante sociedad japonesa, los jóvenes están priorizando su independencia y tratan de alejarse de los «problemas» que puede traer una relación amorosa.
Entre aquellos que aún no han contraído matrimonio, el 70% de los hombres y el 60% de las mujeres no tienen pareja, y dentro de este grupo, el 30% de los 2,706 hombres y el 26% de las 2,570 mujeres no desean comenzar una relación íntima en el momento de la encuesta.
El estudio cubrió un total de 8,754 personas solteras y 6,598 parejas casadas de todo el país. Japoneses heterosexuales entre 18 y 34 años conformaron la muestra analizada en junio de 2015 por el Instituto Nacional de Investigación sobre Población y Seguridad Social, esta encuesta se aplica cada cinco años desde 1987.
La inestabilidad económica parece estar afectando la manera en que las generaciones más jóvenes manejan su vida sexual y elaboran sus ideas sobre el matrimonio.
A pesar de que las relaciones románticas no son prioridad para muchos jóvenes japoneses, las necesidades emocionales no siempre desaparecen, y para aliviarlas, el mercado japonés ofrece una amplia gama de opciones como es el contratar a una persona del sexo opuesto para pasear y conversar por un rato, que se ha convertido en una práctica relativamente común.
Esto se debe a que Japón se ha convertido en el país de la soledad y donde la cultura del honor y del trabajo se han impuesto en una sociedad donde ya no es fundamental tener amigos y familia, sino aparentarlo. Las agencias de alquiler de familias han surgido para guardar las apariencias, cumplir con las tradiciones o suplir las necesidades afectivas de su creciente número de clientes.
Unos ejércitos de actores profesionales personifican variados papeles como los padres de un novio huérfano o los compañeros de trabajo de un desempleado durante una fiesta familiar. La empresa que asegura ser la creadora del concepto familia en alquiler se llama Hagemashi-tai, que significa “deseo animarte” y fue fundada en 2006 cuando constató los estragos causados en las familias por la desaparición de un ser querido.
Pero la precursora del negocio fue la empresaria Satsuki Ōiwa, quien en 1989 alquilaba hijos y nietos para ancianos solitarios porque sus familiares no tenían tiempo de visitarlos. El Romance Familiar creado por Yūichi Ishii hace 9 años con la promesa de ofrecer “Más placer del que el placer real puede dar”.
Las autoridades han alertado sobre el aumento del número de japoneses que permanecen aislados con ‘hikikomori’, por ello es que las agencias de servicios especializados han proliferado en la medida en que se ha popularizado la idea de alquilar un familiar, mientras ir a una consulta psiquiátrica continúa siendo un tabú.
El programa de “alquiler de hermanas” ofrecido por el grupo de apoyo Un Nuevo Comienzo, ofrece los servicios de voluntarias que visitan a personas que sufren de “hikikomori”, una condición en la que las personas se aíslan completamente del contacto social y permanecen encerradas en sus habitaciones durante meses.
Las autoridades sanitarias japonesas han advertido que al menos medio millón de japoneses de todas las edades padecen este trastorno. Las hermanas sustitutas visitan a las personas con hikikomori para conversar y animarlas a salir de casa, proceso que puede tardar entre uno y dos años.
Megumi Furukama comprendió, en 2013, que los japoneses daban más valor a los vínculos con otras personas que al dinero, y pensando en el valor de las conexiones humanas, fundó “Apoyo”, que ofrece cuidados domésticos como la supervisión de adultos mayores, cocinar, limpiar y pasear mascotas.
El tema no es un problema menor, es el resultado de muchos factores que se generan en la postguerra y que viene a estallar décadas después dejando a la sociedad en una difícil situación, la cual se aumenta en la medida en que la población mayor sigue creciendo y faltan niños para el reemplazo.
La antigua cultura japonesa de muchos siglos atrás, las tradiciones y la historia parece que no pudieron soportar este brusco cambio hacia una occidentalización operada por los ganadores sobre un pueblo derrotado.
Llamará la atención que esta nota no sea de las tradicionales que intentan mostrar una imagen diferente, pero es la punta del iceberg; el nivel de suicidios muy elevado de adultos e inclusos niños cierra este círculo trágico de una derrota para la cual no estaban preparados a asimilar.
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Tristìsimo!
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